Opinión | Reflexión
Ciudadano del mundo

Ciudadano del mundo / La Provincia
Józef Teodor Konrad Korzeniowski nació en la actual Polonia a mediados del siglo XIX. Por entonces pertenecía al Imperio Ruso, de quien buena parte de su población quería emanciparse. Tras varias peripecias, tragedias familiares y padecimientos de juventud, terminó en Londres allá por 1878, huyendo entre otras cosas del reclutamiento militar y disfrutando de la laxitud administrativa de la frontera británica en aquel momento. Desde entonces le conocemos como Joseph Conrad.
Su prolífica obra de relatos breves, medianos y largos le ha confirmado como uno de los mejores escritores de su época, y sobre todo un narrador trascendental por su influencia en el devenir de la literatura, especialmente por la maravillosa estructura de sus obras y como estas fueron tan innovadoras como visionarias. Conociendo su trayectoria y leyendo sus libros es difícil a veces distinguir la ficción de la autobiografía. De hecho y como estudió Edwar Said en profundidad, su enorme producción epistolar encierra una multitud de referencias con muchas de las vivencias de sus personajes, siendo en ocasiones imposible poder diferenciar la experiencia de la creación. Conrad fué un marino apasionado, alguien a quien los viajes y el conocimiento de un mundo entonces aún más desconocido cambiaron por completo. Sus libros, casi todos desarrollados en exóticas latitudes tras extenuantes viajes transoceánicos, en velero o a vapor, son en buena medida el resultado de sus propias aventuras, pero son sobre todo viajes interiores hacia el corazón de uno mismo.
Obviamente «El corazón de las tinieblas» es no sólo su obra cumbre sino también la más representativa de esta idea. Otras como «Nostromo», «La locura de Almayer», «Juventud» o «Lord Jim», representan esa visión bohemia del mundo y a la vez personal, íntima, cercana tanto a sus sentimientos como a los de cada personaje que pasa por la obra. Criticado desde la distancia y la perspectiva que da el tiempo (por su visión del «salvaje» en aquel moento), admirado precisamente por la atemporalidad de su mirada, lo cierto es que fue uno de esos pioneros que constituyeron la idea del viajero, el ciudadano del mundo que además es capaz de contar con precisión la miseria humana del hombre blanco, la crueldad y el horror que su codicia en pleno imperialismo y colonialismo de África, Asía y Oceanía, engendraron sobre millones de indígenas. Su «ficción» es tan realista como su experiencia personal en lo desconocido («...la creencia en algún tipo de maldad sobrenatural no es necesaria. Los hombres por sí solos ya son capaces de cualquier maldad…»). Sobre todo ello puede aprenderse y pensar en el magnífico «La guardia del alba», brillantísima obra reciente de Maya Jasanoff.
En este mundo actual de viejas fronteras, que parece cerrarse cada vez más sobre sí mismo, olvidando la perspectiva global de ese sentir del viajero bohemio (Conrad fue sin duda un precursor del espíritu de otros como Jack London o la posterior generación Beat), precisamente contraria a la globalización más mercantilista, certeramente crítica con el racismo y el colonialismo más despiadado, su visión del mundo puede ser precisamente una brújula ante el océano. Volver a los clásicos para huir de los viejos miedos y fracasos.
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