Opinión | EL TRASLUZ
¡Qué desgarro!

Las hormigas, como los camioneros, tienen puntos ciegos al moverse con carga
La naturaleza es una gran superficie, una especie de centro comercial sin pasillos ni cajas de cobro. Sin medidas de seguridad, en fin, de ahí que la estemos saqueando como los bárbaros saquean los supermercados tras un desastre natural que retiene a todo el mundo en sus casas. La Tierra está poblada por seres de todas las formas posibles y de todos los tamaños imaginables. También de todos los caracteres. Quizá uno de los más solitarios sea la mantis religiosa, que solo socializa para la cópula, aunque se come tras ella al macho socializado. Pero el que representa mejor, literariamente hablando, la soledad, es el búho, que sale por la noche y adopta todo el rato un gesto como de pensamiento reflexivo. Ve en la oscuridad, así que ilumina, de algún modo, lo que permanece oculto y sus alas no se abren hasta que acaba el día, es decir, hasta que los que llevan una vida en común se han ido a dormir.
Entre los seres vivos más acompañados de la biosfera se encuentran las hormigas, que no pueden estar solas ni un instante. Viven en colonias con miles o millones de individuos con los que tropiezan continuamente porque ese es el sentido de su existencia: el de tropezar para intercambiarse feromonas. Una hormiga solitaria es un contrasentido biológico. Pruébelo. Arranque una de un hormiguero y suéltela en el jardín de tu casa o en un tiesto. Deambulará, enloquecida, un rato y morirá en horas. Podría cruzarse con miembros de otra colonia, pero lo normal es que la maten al reconocerla como intrusa. Si la abandonas en un lugar más higienizado, como el cuarto baño, perecerá antes al carecer de comida o de señales químicas que la guíen. Sin rumbo, acabará agotada o deshidratada.
A mitad de camino entre las especies solitarias y las gregarias, se encuentra la nuestra, la de usted y la mía, que se debate entre el aislamiento y la socialización, entre el individualismo y la unión. Buscamos intimidad, pero también compañía. Defendemos la libertad personal y, a la vez, anhelamos establecer vínculos estables que nos atan. Nos sentimos únicos, pero necesitamos el reconocimiento de los demás para confirmarlo. Podría decirse que somos animales profundamente sociales que intentamos ser autónomos. ¡Qué desgarro!, ¿no? ¿Quién nos entiende?
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