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Opinión | Tropezones

Lamberto Wagner

IA

A raíz del artículo de la semana pasada, en el que contrastaba una reseña mía con la que proponía uno de los chats de inteligencia artificial disponibles en la red sobre el mismo tema, me preguntan varios amigos qué opino sobre el futuro de la IA.

En los medios hay donde escoger: desde los pronósticos catastrofistas, como el de Geoffrey Hilton, uno de los padrinos de la IA (desempleo masivo) u optimistas como el de Bill Gates (trabajaremos solo tres días a la semana), hasta efectos más moderados como un reciente informe del M.I.T. (solo en un 5% de las empresas ha cambiado algo de verdad el impacto de la inteligencia artificial).

Si me fijo en mi entorno actual, veo sobre todo ventajas, por lo menos de momento, en la impresionante nueva herramienta a nuestra disposición. Mis hijas, profesionales de la medicina, del urbanismo o la administración se aprovechan de la IA: ya sea para un diagnóstico más certero, o resumiendo un texto de 1000 palabras en un memorándum de 100, o simplemente para recabar información de modo instantáneo, siempre con las debidas precauciones ante ocasionales fallos, algunos garrafales.

Mis amigos abogados ya echan mano de programas digitales de IA, en vez de tener que utilizar su tiempo en sumergirse en el Aranzadi para rescatar precedentes judiciales. Pero no percibo yo por ello un inminente holocausto en las filas de la abogacía

En el campo de la restauración tengo varios amigos, y si bien muchas de las tareas repetitivas podrán ser aliviadas, no veo que el talento de un buen paladar tenga muy próximo relevo por las novedosas técnicas quimiométricas de discriminación de sabores.

El otro día mi peluquero me espetaba muy ufano, que a él no le iba a afectar la IA, por mucho que paradójicamente las imágenes trucadas artificialmente sí le tomaran el pelo al personal.

Donde sí veo un peligro inmediato es en el de ciertos gremios. Tengo una amiga cuya hija es traductora oficial en el parlamento europeo. Pues ya se está hablando, verbigracia a la hora de imponer el catalán como lengua oficial, de lo barato que iba a resultar la traducción simultánea por IA, cuando se pueda prescindir de todo el cuerpo de intérpretes de la cámara.

Y donde el impacto de la IA empieza a ser inquietante es en su uso en el arte de la guerra. ¿Qué pasa si un enjambre de 500 drones dirigidos por una insensible voluntad artificial se equivoca o es hackeado y decide cambiar de rumbo y volver a su punto de salida?

Y otro talón de Aquiles de la IA es sin duda el mismo que todos los centros de datos, sean instalaciones de Google o minería de bitcoins: su voraz exigencia de electricidad. Si no llega a tiempo la generación de energía por fusión, podremos asistir a nuevos conflictos internacionales por el acceso a las fuentes de energía.

Sea como fuere, no me veo capacitado para vaticinar sobre un tema tan complejo y con un desarrollo tan vertiginoso impuesto por las apetencias comerciales de las «Big Tech».

Máxime teniendo en cuenta pasadas experiencias en mi faceta de pitoniso.

En el año 2016 tuve la petulancia de escribir en estas mismas páginas sobre el fenómeno del bitcoin («¿Qué coin es el bitcoin?»). Recuerdo mi conclusión precavida y razonada sobre la adquisición de la nueva divisa virtual. En realidad mi recomendación debiera haber sido: «¿a qué esperan para gastarse sus ahorros en esta milagrosa moneda?».

La cotización del bitcoin cuando escribí mi artículo hace 9 años era de 963 €

¡Hoy está en 96.300! n

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