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Al borde de un ataque de nervios

Al borde de un ataque de nervios
Nervios era y es una palabra utilizada para designar un estado de inquietud, amargura que reside en el cerebro y la barriga con sus correlatos fisiológicos de taquicardias, sequedad de boca o «brincos en el estómago». Hoy se habla de estrés, una especie de pandemia, cajón de sastre, tanto para conflictos en el trabajo, familia o el invento de síndrome posvacacional.
Es otra clase de «nervios» la que padecen, afectan a aquellos que ostentan cargos públicos en las instituciones. Existe una palabra griega: síndrome de Hubris con el significado de soberbia, orgullo y arrogancia. Una especie de enfermedad del poder.
Situarse unos cuantos escalones, en el ascenso social, por encima del común de los mortales. También es un fenómeno propio de dirigentes empresariales contagiados de la llamada «erótica del poder». Dirigen la pequeña o gran historia. No la padecen.
Histrionismo conductual en el límite de lo esquizoide. Alejados de la realidad, instalados en su burbuja de prepotencia. En el primer gobierno del presidente Donald Trump, un grupo de psiquiatras y psicólogos apuntaron la idea de que padecía bipolaridad o trastorno histriónico de la personalidad.
No conozco que hayan actualizado el diagnóstico que, según los síntomas que muestra el personaje, no parece que haya recibido tratamiento para redimir su imagen de atrabiliario o, en habla canaria, totorota. Alguno de los especialistas que firmaron el informe llegó a insinuar que no estaría mal realizar un examen psicológico a los que aspiraran a un cargo público.
El único examen que, con sus muchas imperfecciones, se hace a los candidatos al ejercicio de la res pública se encuentra en la papeleta electoral depositada en las urnas. Hay un juez que para no pasar el control atraviesa el control de seguridad en coche oficial para tomar declaración al presidente.
Mayor dislate cometió cuando se hizo construir una tarima para situarse por encima de un ministro al que también tomó declaración judicial. En comunicación no verbal, proxemia de megalomanía. La de la película El gran dictador cuando Hitler intenta humillar a un Mussolini con las mismas ínfulas.
Se cuenta de un cargo público de relumbrón, en las islas, que mandó blindar toda una planta para él solo y su ostentosa exhibición de mandamás. Parece que hasta el único baño que había en el piso lo convirtió en su uso exclusivo.
Los ordenanzas, en silencio absoluto, de pie, lo que hizo expresar a alguno que «al menos estamos vivos». Una de las secretarias, aduladora, rendida al omnímodo poder, «qué gran hombre», decía mientras con el sigilo de pasos de monja, le llevaba la bandeja del desayuno.
Cuando, alguna vez, salía a tomar algo a un bar, se hacía acompañar de una pléyade de asesores que envolvían su figura, terno de diseño, otra muestra más de su carácter megalómano.
Emparentado, el síndrome de exhibicionismo histriónico, con el mito de Narciso. La vidente Tiresias vaticinó que llegaría a viejo si no cayera en la tentación de ver su reflejo en el agua.
Pero, Narciso se enamoró de su propia imagen al verla reflejada en las limpias aguas de un río. Y sucumbió, murió preso de su orgullo y petulancia. Morir de un éxito de muerte.
Otro de los «ataques de nervios» que afecta a una mayoría de los que sirven, o deben servir, en las instituciones para las que fueron elegidos consiste en el «estrés de la agenda».
Múltiples reuniones, desplazamientos, requerimientos a secretarias y asesores. Miedo a ser desplazado de la lista en las próximas elecciones. Traiciones políticas de los antes leales.
«Agáchense que vienen los nuestros», acertada frase de aquel político gallego. «El deseo de la estima de los demás es una auténtica necesidad de la naturaleza, como el hambre».
La principal finalidad del gobierno es regular esta pasión». No lo dijo un trotskista, rojo o radical de izquierdas. Lo dijo uno de los fundadores de EE. UU., presidente que fue: Thomas Jefferson.
Reconocido liberal, acérrimo partidario de la economía libre de mercado. El uso de la inteligencia y el conocimiento, como la justicia, igualdad de oportunidades, lucha contra la pobreza y democracia, que son conceptos intercambiables.
Sócrates decía que no hay maldad sin ignorancia. La Psicología actual ha acuñado un vocablo, «indigencia cognitiva». Es un desajuste que no está codificado en los genes.
Lo contrario, el saber, se adquiere por aprendizaje y experiencia. Ni siquiera está en los títulos o másteres universitarios. A veces basta con la observación reflexiva y la lectura de autores consagrados.
Un hábito que parece cada vez más escaso.
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