Opinión | Análisis
Trabajar en los vientos
Víctor Álamo de la Rosa reúne en un solo volumen su poesía, donde el lenguaje se despoja de lo común para revelar vida, humor y deseo

El poeta canario Víctor Álamo de la Rosa
Hay que felicitarse por la edición de este volumen que reúne los siete libros de poesía de Álamo de la Rosa publicados hasta la fecha. Incluye un atentísimo prólogo de Sabas Martín y una importantísima y original bibliografía anotada, que contiene reseñas y críticas publicadas en su momento sobre las colecciones de versos. Útiles, no cabe duda, para el académico y estudioso; a mí, simple lector, me interesa más la obra directa del poeta, sin dejar por ello de agradecer el numeroso aparato crítico que el editor incorpora, ni el acceso a los textos de Coello, Domínguez Luis o A. Sánchez, por citar sólo a tres, y sus agudas observaciones sobre las obras de Álamo de la Rosa.
De este se reproduce un texto que es básico para entender su quehacer literario: Puedo mirar un objeto hasta que empiecen a desdibujarse sus aristas, como si, envuelto en atmosfera difusa, estuviera a punto de desasirse de lo efectivamente lo hace real. Así hago también con las palabras: sé lo que significan, pero me interesa más lo que esconden.
Álamo de la Rosa consigue depurar sus procesos léxicos buscando la esencia de la palabra, lo que se esconde tras el sentido común, la definición rutinaria, el sobreentendido; a veces retorciéndolas, inventándolas. Eso le permite escribir: Guardiana es la lluvia /que hace del charco/ un azul aguamanso: /es origen indiscreto, /inhóspita consecuencia del hastío.
Aguamanso no está en el diccionario de la Real Academia ni en el lexicográfico de la Academia Canaria de la Lengua. Vocablo inventado por el autor para describir las plácidas engañosas del charco que deja la lluvia y convertir el aburrimiento del poeta, combatido con la invención de vocablos, en protagonista de unos versos que parecían deslizarse en la descripción rutinaria de un charco de lluvia.
Porque desde sus primeros versos, Álamo de la Rosa, va desnudándose ante el lector, ojo, no desnudando al poeta en vulgar exhibicionista, sino al poema, de forma tal que se va enriqueciendo y al final solo nos queda la vida, la esencia de la vida que no deja de ser el sexo, el amor, el desengaño amoroso y todo bañado por un suave erotismo: y llegar, / lleno de hambre, / al solo placer de ser invocado / para ser agua en tus manos. Erotismo a veces reabierto de un aire burlón, pues la vida, que no deja de ser la materia prima usada por el poeta, también es risa, humor de Cortázar.
El poema Carta pidiendo favores, comienza: A tenor de lo establecido / en el código de mi circulación, / debo otorgarle a vuestra ilustrísima/ conspiradora/ una honorífica mención/ por haberme apalabrado / una cita ciega/ con esa vecina suya/ de la que tantísimo hablamos.
Pero el poeta ha ido evolucionando, permanente búsqueda de la vida escondida en las palabras, y se permite jugar con ellas en los poemas agrupados bajo el nombre genérico: La plantación de verbos, incluidos en El equilibrista y los Jardines: Margaritar (Mostrarse, en los días ásperos, abrazador, oblongo y festoneado, irradiando flores…) o Bonitar (Este verbo origina su flexión deportiva cuando ella se viste y se desnuda, gimnástica, y cuando después de hacer y deshacer la palabra amor…).
Versos que recuerdan las instrucciones para subir una escalera o para ponerse un jersey del autor de Rayuela. El humor, cercano a ciertas composiciones de Rimbaud o del mismo Verlaine joven, recorre el quehacer poético de Víctor Álamo, arrancándonos, aquí y allí, una sonrisa, proclamando que la poesía, como la vida, no es sólo drama de amor y desamor, también es gozo y placer y risa.
Ese trato al lenguaje como cosa que el poeta debe desnudar de los prejuicios que dije, se aproxima a la visión que el mismo Cortázar tenía de Rimbaud: Con qué terrible lucidez advierte (Rimbaud) la incapacidad del lenguaje regular para mentar, nombrar los contenidos de estado de conciencia en que el poeta (…) adhiere a una inocencia esencial...(…) una experiencia poética, vale decir de un orden no reductible a enunciación pero si comunicable por el mismo sistema de imágenes en la experiencia se propone…
Víctor Álamo, con ese dominio del lenguaje nos hará vivir esa experiencia poética y, huyendo de oscurantismos y misticismos (los mismos de los que huía Rimbaud) nos llevará a compartir su experiencia vital. Alcanzará la cumbre de esta expresión en los poemas agrupados en el libro La tos de Pablo que se abre con uno que encierra toda la experiencia de la paternidad, desde la angustia por la persistente tos del niño hasta el alivio por el cese de esa tos: aunque esté en Tenerife escucho repicar / las campanas de Notre Dame de París /y los cláxones taxistas en la 5ª con Broadway y/ los elefantes relinchos por las selvas de Jaipur y/ las cebras apareándose en las llanuras Serengueti…(…) mi hijo Pablo hace / muecas si / tos si/ tos por/ fin.
Esta apoteosis de la realidad desnuda se condensa en otros poemas como Capitalismo inteligente. Que / el dinero no da la felicidad es / la mejor mentira de/ los ricos que/ saben que / hay capitalismo inteligente capitalismo y que / nosotros los pobres/ nacemos/ crecemos/ morimos / en el sistema hipoteca en/ el sistema débito en (…).
Asistiremos a su visión de unas adolescentes, a su práctica del boxeo y a su relación con los poetas malos, que lo llaman de todo y a los que responde con unos versos que acertadamente dictaminan: me desatan/ porque ignoran que/ el verso/ calibre musicado de la nube nunca/ se explica. La obra de Víctor Álamo es precisamente verso de calibre musicado y por ello debemos leerlo, sin más, sin exegesis, sin explicaciones.
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