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Opinión | reseteando

Sucia y crispada

Personal del servicio de Limpieza retira una taza del váter de la calle y sacos de escombros

Personal del servicio de Limpieza retira una taza del váter de la calle y sacos de escombros / La Provincia

La inminente aplicación del basurazo en la capital, una tasa de más de 100 euros por vivienda para costear el servicio de limpieza, llega en el peor momento, diría que hasta catastrófico para el débil gobierno municipal. Sacar la patita recaudatoria con los contenedores a rebosar —no en el interior, sino en la acera—, con camiones en marcada inconstancia y con menos barrenderos que en la época de los serenos no es de recibo ni electoral.

Si uno afloja pasta, quiere la calle limpia como una patena y que las ratas no se dediquen a buscar condumio entre los desperdicios, que el sin techo a su vez —cada barrio tiene varios con estatuto de fijeza— ha desparramado para una selección primorosa.

Desconozco si en el seno del socialismo local y de los grupúsculos que le acompañan en la desgraciada gestión municipal, la calamidad descrita es motivo de autocrítica, o al menos de reflexión para paliar el estado fallido de una pieza imprescindible para ganar unas elecciones. Sea como sea, allá ellos y sus orgullos.

Lo que está clarísimo es que la suciedad capitalina, en el centro y en el extrarradio, ha pasado a ser motivo de preocupación transversal, con un estado de indignación general que abarca edades, profesiones, niveles de renta y colores políticos.

Esta situación de descontento social no se ha traducido, por lo que observamos, en una tensión de la gestión política, en un toque de corneta para atacar el problema de raíz y revertir una situación que afecta a la salud pública. Todo lo contrario: se sigue con las cantinfladas de nuevos contratos con retrasos, cortinas de humo y limpiezas de choque marquetinianas.

Pero el estado de gravedad actual, comprobable por cada ciudadano, solo pone en evidencia la incapacidad de estos pésimos servidores públicos que nos obligan a pisar una costra de roña pegajosa. A los ciudadanos se la trae floja la burocracia. Lo que quieren es que los servicios funcionen y que el disgusto tenga una respuesta efectiva.

El resto es lamerse el sobaco, algo identitario desde que el político funambulista pierde el sentido de la realidad y se lanza a tirar dinerales en el carnaval o fiestas de barrio. Está por ver si con pulcritud contable, o al estilo del viejo Oeste.

La limpieza y la basura es un problema crónico y estructural de Las Palmas de Gran Canaria. Las personas viajan y retornan asombradas por la normalidad higiénica de otras ciudades de la Península, incluso en Santa Cruz de Tenerife.

El histórico de dejadez nos sitúa ante una emergencia que solo se puede afrontar con planificación real, sin parches ni maquillaje. Y con depuración de responsabilidades políticas. O lo harán las urnas.

Los primeros damnificados son los vecinos, claro. Pero el desaguisado es monumental para la imagen de la ciudad, que se ha llenado de hoteles boutique cuyos clientes quieren hacer turismo en una urbe limpia.

Junto a la seguridad ciudadana y el ocio, la higiene es uno de los indicadores para situarse entre las mejores ciudades. También es clave para atraer inversiones y mejorar el mercado laboral. La suciedad es incompatible con todo eso.

Así y todo, uno de los aspectos más perplejos es la promoción de LPGC como Capital de la Cultura. ¿Se nos ha ido la olla? Yo competiría por la capital donde la basura se resiste.

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