Opinión | Tropezones
Breverías 162
Sé de casos sangrantes de fontaneros que, descontentos con el trato del cliente, han dejado verdaderas bombas de relojería en la instalación en que se han visto implicados

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez / Eduardo Parra - Europa Press
Lo normal en la alternancia de los partidos en los cambios de gobierno suele ser el rencor del perdedor, que dice ofrecerle a su sustituto «una mesa puesta». El ganador, por su parte, no tarda en lamentarse de que «la situación que nos hemos encontrado es mucho peor que la que nos temíamos».
Pero esto no es privativo de la política. El otro día, mi abogado, al ver un contrato de una antigua compraventa, me espeta: «¿Pero quién le ha hecho esto?».
Y todos reconocerán el reproche del electricista o el fontanero, que lo primero que les echarán en cara a la hora de meterle mano a su instalación será su asombro ante el supuesto desastre que han de arreglar: «¿Pero bueno, quién les ha hecho esto?».
Por si las moscas, antes de encargarles el trabajo, pídanles presupuesto.
Y hablando de mano de obra contratada, yo suelo echar mano de un «albañil de la casa» para pequeñas reformas domésticas. No tengo mayor queja de la calidad de sus trabajos, pero sí de una manía que no he conseguido erradicar.
Cuando le falta muy poco para culminar el trabajo, no se apresura para dejarlo terminado antes de finalizar la jornada. Por el contrario, parece tener a gala dejar pendiente el último remate para el día siguiente.
Yo no sé si es que le causa especial satisfacción reanudar los trabajos el nuevo día con la terminación de una fase de su faena, o si se cura en salud sabiendo que será indispensable la continuidad de su contratación para no dejar colgado el arreglo.
Mi mujer tiene una teoría, que no me atrevo a descartar:
«Mira cariño, esto es como en Las mil y una noches. Para que a Scherezade no le cortaran la cabeza al aproximarse el final de su historia, se reservaba el desenlace para el día siguiente, manteniendo el suspense y asegurándose así la integridad y la continuidad de su presencia ante el shah.»
Sea como fuere, por la cuenta que les trae, y sobre todo si han dado con un artesano puntual y cumplidor, trátenlo con cariño.
Porque los hay atravesados y vengativos. Sé de casos sangrantes de fontaneros que, descontentos con el trato del cliente, han dejado verdaderas bombas de relojería en la instalación en que se han visto implicados.
Y además con total impunidad, pues estaban ya bien lejos cuando, al cabo de unos meses, se manifestaban los efectos de fugas de agua en tuberías de acero junto a las que se habían «olvidado» unos escombros de yeso.
O unos simples codos o empalmes, abandonados a su suerte pese a estar goteando a un ritmo de momento nada alarmante, pero que, con el tiempo, habían de convertirse en inquietantes humedades, de recóndita localización e impracticable acceso.
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