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Opinión | reseteando

Los batatas y el placer

Plaza de Cairasco donde se ubica el Hotel Madrid.

Plaza de Cairasco donde se ubica el Hotel Madrid. / ANDRES CRUZ

Si algún cateto me pregunta de qué clase social soy le cuento que compro pan sarraceno en la panadería Miguel Díaz, tomo una copa o como algún que otro fin de semana en la terraza del café Madrid y hace años que no voy al cine porque cerraron el Monopol. Odio hasta la urticaria las salas que están en esos centros comerciales donde las voces me provocan mareos y desequilibrios.

-O sea, ¿usted es una persona absolutamente amortizada?

-Soy un desclasado.

-¿Y eso?

-Borran uno detrás de otro los mojones de mi vida.

-¿Está agotado?

-Sí, de tanto kebab, empanadillas argentinas, franquicias de ópticas, clínicas de dentistas, cirugía estética, coworking, rooftop, dermofarmacia, parafarmacia...

-¿Y tiene alguna idea sobre lo que sucede?

-No sé, pregúntele usted a los que deciden sobre nuestras vidas.

-Pero ¿sabrá algo? Usted se pasa todo el día en la calle. Sus zapatos lo delatan: arrastran chicles, algún resto de mierda de perro y bastante polvo convertido a veces en barro.

-Esto es un ataque a los pilares de la integridad ciudadana. Vamos a ver, a usted le dicen que hay una tahona que lleva 120 años en el tajo y que ahora descubren que carece de licencia de apertura, que ha estado despachando pan blanco y pan moreno por la cara...

-Pues es bastante extraño.

-Conmigo no van a conseguir que me meta en la boca una barra con una masa moldeada con Inteligencia Artificial (IA). Estos expedientes de disciplina urbanística más bien parecen una venganza, una vendetta contra los ciudadanos honrados que disfrutamos, puntualmente, de algún que otro placer.

-¿Tiene miedo?

-Físicamente, no. Voy todas las semanas a un gimnasio para intentar sacar adelante la tableta de chocolate. Pero nada. Este ejercicio me vale para mantener cierta prestancia, aunque todo depende del enemigo.

-¿Cuál es su temor?

-Joder, pues lo que va a pasar con esta ciudad. El trabajito fino que están haciendo los gobernantes para acabar con ella. No solo a pie de obra, donde no colocan un clavo derecho, sino atacando la estructura mental de las personas.

-¿De qué coño habla?

-Usted sabe cuántas personas se van a ver o ya están afectadas por la implantación de la ley seca. Si los comisarios de turno, socialistas para más señas, se han puesto a desempolvar los expedientes de licencias, aquí no va a quedar títere con cabeza. Habrá que instalarse un alambique al lado de la vitro y la Thermomix.

-O sea, ¿usted cree que van a caer más?

-Hay mucho garito de mala muerte, verdaderos antros de inmundicias con las cisternas llenas de telarañas y con tapones de pelos en los lavabos. El bombardeo ha empezado por la clase media, por la gente de orden. Lo lógico es que ahora prosigan con esos afters que convierten la noche en un polvorín y con las cantinas de los universitarios, donde todavía se liga con la poesía y el peta.

-¿Y qué otra cosa se puede hacer cuando no se cumple la normativa?

-Pues separar el grano de la paja. Mire la campaña que se ha montado en Madrid con el anuncio del cierre del café Central por líos con el casero. Todo el mundo se ha puesto las pilas para llevarlo a otro lugar. A ningún pajarraco parisino se le ocurriría la apertura de un expediente de cierre al café de Flore. Aquí debería ser igual: estamos entre batatas, bestias que no saben de la calidad humana y categoría intelectual de los que han colocado sus posaderas en el Madrid de la Plaza Cairasco. No pararíamos de dar nombres.

-No veo una salida.

-Simplemente que se busquen la vida. Lo más fácil es el ordeno y mando del sargento chusquero. Pero de lo que se trata es que los ciudadanos no quieren perder la ciudad que aman. Quieren salvarla. Ellos tienen que encontrar la fórmula, va en sus sueldos.

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