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Opinión | La Calle Nueva

Chirino y Padorno. Maneras de querer

Jamás olvidaré, como a Chirino, como a Padorno, como a toda aquella gente que hizo de la vida una obra de arte

Presentación de la exposición por el centenario de Martín Chirino

Presentación de la exposición por el centenario de Martín Chirino / Juan Carlos Castro / LPR

Hace tantos años de todo. En realidad, no ha pasado el tiempo si lo recuerdas, pero si lo olvidas… Ah, si lo olvidas. Muchas veces me encuentro tratando de saber qué fue, cómo fue, quiénes éramos entonces, con quiénes íbamos. Son, esos momentos, como partes de una historia vivida con otros que tratamos de recordar para que no se nos escape el tiempo que hemos vivido. En esta ocasión, cuando escribo estas palabras, me han llegado de pronto imágenes que no puedo olvidar y que llegan a mí mirando en el Círculo de Bellas Artes de Madrid una extraordinaria exposición de Martín Chirino, que por cierto salvó a esa entidad de las consecuencias del periodo franquista que la había convertido en una especie de casino de pueblo en el que se jugaba a las cartas.

Esa exposición, que se titula adecuadamente Martín Chirino. Memoria del Círculo, que ustedes pueden ver hasta que venga enero, comprende algunas de las mejores esculturas o pinturas que llevó a la historia del arte aquel hombre extraordinario y generoso. Es un homenaje del Círculo al maestro (master lo llamaban muchos) que se hizo en la playa de Las Canteras y se consolidó en el mundo entero, empezando por Nueva York, que fue una de sus patrias.

Es curioso, Chirino no tuvo patrias precisas, pero jamás dejó de ser del mar del que vino, de la tierra que lo hizo, de la música que lo convirtió en el artista que fue. Su modo de esculpir y de pintar siempre coincidió con las esencias de sus terruños, sobre todo de Gran Canaria, de donde nacen sus Laidis y de donde vienen también sus más íntimas inspiraciones como artista del surrealismo, de la realidad, de la imaginación y de la música.

Lo que hizo en las islas, en Tenerife y en Gran Canaria, por ejemplo, se puede ver ahora como la consecuencia de un paisaje que parece que estuvo siempre: no se conciben ahora, y desde hace tiempo, las calles o las plazas o las carreteras por donde dejó su huella eterna el gran artista como la consecuencia de su mano, de sus ojos, de su imaginación, de su ensimismamiento. En el Círculo de Bellas Artes, tan lejos de Canarias, tan cerca de Chirino, es ahora un lugar que, durante meses, celebrará lo que él fue como creador. Pero aquí no tiene por qué verse o señalarse un rasgo que Chirino representa y que no es tan común en el mundo del arte, ni siquiera en el mundo, concretamente: la generosidad.

El Círculo, por ejemplo, es testigo de esa generosidad con la que él dejó a un lado el trabajo, en los años ochenta, para reorientar como lugar del arte el que ahora es, de la mano de Juan Miguel Hernández de León, su presidente, y de Valerio Rocco, su director, de las más importantes de las entidades culturales de Madrid, y del mundo que abarca: es decir, de todo el mundo. Estuve, pues, en esa inauguración, y viví esa sensación que voy a describir ahora. De pronto sentí que por allí andaba Chirino, en su antigua casa, con sus antiguos amigos, con su familia (estaba su hija Marta, presidenta de la Fundación Chirino; el marido de ésta, Eduardo Rodríguez, secretario del patronato; el director de su fundación en Gran Canaria, Jesús M. Castaño... Estaba Lalo Azcona, que es el generoso conservador de sus legados, estaban sus antiguos amigos y sus amigos más jóvenes) y de pronto lo vi, vi a Chirino en mi casa.

Durante meses, hace más de cuarenta años, yo paseaba por La Laguna y allí vi a Martín, descansando de su trabajo, cuando estaba creando la Lady del Colegio de Arquitectos de Santa Cruz, ese emblema que ahora es la más hermosa de las estatuas de la ciudad y de esa institución decisiva en los viejos tiempos para hacer de la ciudad un emblema del arte del mundo. La escultura en la calle, aquella iniciativa, tuvo a Chirino como uno de sus artífices, igual que luego el gran Museo de Arte Moderno de Las Palmas y su propio trabajo en el Círculo de Bellas Artes convirtieron su presencia como la creación de un nuevo espíritu en las islas en las que César Manrique contribuía a un cambio de paradigma entre nosotros: la llegada imponente de la modernidad.

Aquella vez en que lo conocí fue la primera de muchas veces, hasta el final de sus días. Lo recuerdo en sus sucesivas casas, en sus sucesivos talleres, recuerdo su sonrisa y su risa, y su pasión por la filosofía, y por contar su propia filosofía. Y lo recuerdo, claro, en sus amistades y en sus inolvidables amigos.

Porque la vida es así, lo conocí al tiempo que conocí a Manuel Padorno, que tuvo la ocurrencia, feliz para mí, de publicar mi primera novela... Manuel dormía al revés que la mayoría de los mortales, de noche se levantaba a pintar o a escribir, y por esas rendijas que dejaba abiertas en los días y en las tardes y en las noches, siempre tenía momentos para explicar su amor por todo lo que hacía y por la amistad. A la vez, ya digo, conocí a Chirino, en sus casas y en la isla, y una vez que vino a mi casa en tiempos en que aún vivían mis padres. Mi padre, en concreto, vivía pendiente de un hilo porque lo martirizaban las letras de los bancos...

Vino Chirino con amigos comunes, como Fernando Delgado, nuestro inolvidable amigo, y todos en mi casa recibieron a Martín como si hubieran estado antes y no se fueran a ir nunca… Mi padre los vio entrar y se fijó en el pintor. «¿Tú crees que ese hombre nos fiaría un dinero?». Se lo dije a Chirino, muerto de vergüenza, pero conocedor de la raíz de lo que a mi padre le atormentaba: las deudas. Martín se las arregló para que un amigo suyo, el psiquiatra Alberto Portera, le girara el dinero que le pedí en aquellas circunstancias. Pagué al cabo ese dispendio. Jamás olvidé ese gesto. Y ahora que compartía abrazos y recuerdos, cerca de una de las hijas de Padorno, Patricia, y de Marta Chirino, que ahora preside la fundación que cuida del legado de Martín, sentí que por allí estaba el artista haciendo de aquel recuerdo el abrazo que jamás he olvidado.

Y que jamás olvidaré, como a Chirino, como a Padorno, como a toda aquella gente que hizo de la vida una obra de arte.

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