Opinión
Sobre la memoria y el olvido

Fotograma de ‘El chico que miente’, de Marité Ugás. / La Provincia
Nuevo e imprevisible giro narrativo en la recta final de la Muestra cuando nos acercamos ya hacia su clausura con el estreno mañana de Zafari, otra producción, como la de hoy, con sello venezolano, dirigida por Mariana Rondón, que nos ofrece otra oportunidad para poder calibrar el estado actual del cine que se produce actualmente en este país.
Con El chico que miente (Venezuela-Perú, 2011), su segundo largometraje como guionista y directora, la peruana Marité Ugás logró hacerse, en el año 2011, con el Premio al Mejor Guion en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana; el Premio Especial del Jurado en el Festival Internacional de Cine de Viña del Mar (Chile) y el Premio a la Mejor Película en el Festival de Cine Latinoamericano de Flandes (Bélgica), tres importantes galardones que no solo contribuyeron a potenciar su aún incipiente carrera profesional tras las cámaras sino a fijar nuevamente nuestra atención en una cinematografía tantos años ausente de los circuitos internacionales de distribución.
La película, inspirada en una idea argumental de la cineasta caraqueña Mariana Rondón, describe la peculiar odisea de un chico de 13 años que decide abandonar su hogar familiar para emprender una larga y fatigosa travesía por la costa de Venezuela en busca de su madre, fallecida, según parece, en los trágicos corrimientos de tierra e inundaciones ocurridos en el estado caribeño de Vargas en diciembre de 1999 cuando ésta intentaba poner a su hijo a salvo.
Nunca se llega a saber muy bien si el joven protagonista dice la verdad o, por el contrario, se inventa el destino de su progenitora en el terrible Deslave –nombre con el que se denomina popularmente el trágico suceso que sufrió aquella zona del país hace más de veinticinco años–, pero lo cierto es que las peripecias por las que atraviesa el muchacho para localizar el hipotético paradero de su madre se convierten en el verdadero nudo gordiano de una trama que juega, de manera continuada, con una situación premeditadamente equívoca de la que el espectador y el propio protagonista no consiguen nunca sustraerse.
¿Lo hace para aliviar el drama interior de una pérdida tan dolorosa o por la remota sospecha de que su madre aún puede permanecer viva en algún rincón del país? Sea como fuere, El chico que miente constituye un relato ondulante que funciona con rara fluidez, tanto en el plano de la más pura ensoñación como en el de la supervivencia en un mundo emocionalmente desolado por la desaparición de los verdaderos referentes que determinaron el cauce vital del joven e inconsolable protagonista de esta desconcertante cinta.
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