Opinión | RETIRO LO ESCRITO
Más allá del turismo
Es hora de que Canarias se tome en serio a sí misma

Las Canteras / Rafa Cerpa
Más de 400.000 canarios no llegan a ganar 1.000 euros al mes, lo que representa más del 47% de la población activa. Un 45% de los jubilados disfrutan (padecen) de pensiones que no alcanzan tampoco el millar de euros: es la consecuencia del paro de larga duración y el elevado porcentaje de pensiones no contributivas. Y no conviene olvidar que un 13% de los isleños están desempleados y un 33% de los menores de 25 años no tienen trabajo. En España el desempleo todavía supera el 10% y se agita, curiosamente, como un éxito descomunal, portentoso, incontestable. En cambio, se considera que Francia padece una crisis económica intolerable con un paro del 7,5%, Alemania e Italia se mueven sobre el 6% y el Reino Unido apenas llega al 4,5%.
Todas estas economías, sin embargo, tienen algo en común: la pérdida de poder salarial de los trabajadores, la destrucción de la industria, el amontonamiento de la deuda, el aumento de la desigualdad y –salvo los casos parciales de Francia y España– el encogimiento del Estado de Bienestar.
El caso de Canarias es particularmente preocupante: las economías domésticas son muy modestas –en una amplia mayoría reúnen menos de 22.000 euros anuales–, la pobreza está presente en más de un tercio de los hogares y amenaza a muchos más. El PIB per cápita ha crecido en los últimos años, pero muy discretamente, y la productividad permanece casi estancada. Por lo demás, el Gobierno autónomo no deja de advertir, hace casi un año, que la economía regional se está ralentizando, y ya comienza a despuntar de nuevo el desempleo: la maldición de los ciclos de la economía canaria.
Hace algunos días escuché al diputado y alcalde de Santa Cruz de Tenerife una de esas preguntas tramposas que no alumbran, sino que oscurecen, el debate público. «Yo quisiera preguntarles a los que critican el turismo cuántos empleos están dispuestos a que se destruyan bajando el número de visitantes». Pues no. La pregunta que tiene sentido económico y social en este país es cómo con quince millones de turistas al año aún cargamos con más de un 13% de parados, una pobreza irredimible, una productividad congelada desde principios de siglo y aun antes, y un PIB per cápita muy modesto y que crece con la velocidad de un caracol. Simplemente no es tolerable, en términos tanto políticos como socioeconómicos, ignorar los datos creando dilemas excluyentes.
Aunque con pequeñas experiencias previas, Canarias optó por el turismo desde finales de los años sesenta, pero la verdadera turistificación del país no comenzó hasta avanzados los años ochenta y se aceleró en los noventa. Desde entonces el sector turístico –como lo llaman– no ha dejado de crecer, salvo la estabilidad durante la crisis de 2008 y el brevísimo paréntesis de la pandemia de covid.
No fue un error. Ciertamente, el turismo sirvió para dinamizar una economía atrasada y fue la vía para la modernización productiva del Archipiélago. Pero si bien su capacidad extractiva sigue siendo destacable –sobre todo para las empresas foráneas, que se llevan más del 75% de los beneficios–, su rentabilidad social ya no da para más, marcando unos límites cada vez más visibles, cada vez más perniciosos en términos de desarrollo pleno, de cohesión social y de costes territoriales y medioambientales.
Para las élites políticas, más allá de algunas consignas desgastadas, el modelo turístico permanece intocable y merece una complicidad idolátrica. En los periodos en los que el PSOE ha formado parte del Gobierno autónomo o incluso lo ha encabezado, no se ha despegado tampoco un ápice del modelo. Al parecer seguiremos condenados a este turismo y a ningún otro, lo que significa condenar a los canarios jóvenes y a los que aún son niños a la precariedad, los bajos salarios y el consumo abusivo de su espacio vital.
Es hora de que Canarias se tome en serio a sí misma. Debe existir un consenso político de las principales fuerzas y una colaboración del sector empresarial, minoritario pero ambicioso, para una diversificación económica perfectamente posible en los próximos veinte años, jugando bien las cartas en Madrid y Bruselas. Si no, el futuro será agobiante, frustrante y muy oscuro.
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