Opinión
Niñatos del fútbol
El verdadero reto del deporte rey no está en generar nuevas estrellas, sino en formar personas con principios, capaces de convivir con el éxito sin perder los valores que dieron sentido a este bello juego

Lamine Yamal y varios jugadores del Barcelona son separados de los del Real Madrid por Xabi Alonso a la finalización del clásico en el Bernabéu / AFP7 vía Europa Press
El fútbol ya no es lo que fue. La era moderna ha irrumpido sin mesura y los contratos millonarios se imponen a la tradición.
Este deporte se ha convertido en espectáculo global, donde el talento se paga a golpe de talonario. Las desorbitadas nóminas que perciben algunos jugadores, en ocasiones en plena adolescencia, generan una peligrosa distorsión.
Bisoños futbolistas, aún por formar, inmaduros en lo personal y en lo emocional, que se ven rodeados de lujos, adulaciones y focos mediáticos antes de haber demostrado una verdadera carrera de éxito. Y ahí es donde se empieza a perder el Norte, con la arrogancia y los colgantes de oro macizo como bandera.
El problema no es solo el dinero, sino lo que implica. Cuando a un imberbe se le paga una fortuna y se le eleva a los altares, el riesgo de perder la cabeza es una amenaza real. Por eso, valores como la humildad, sencillez y trabajo deben imponerse al ruido exterior. Y para ello es fundamental el papel del entorno familiar y del círculo de amigos. Refugios que pueden ayudar al jugador a mantener los pies sobre la tierra en medio de tanta euforia y presión.
El caso de Lamine Yamal, por ejemplo, es paradigmático. Un talento precoz, deslumbrante dentro del terreno de juego, pero constantemente expuesto a un entorno que lo idolatra antes de tiempo. Se habla más de su vida, sus gestos y su actitud que de su fútbol. El culé está, al día de hoy, en un cruce de caminos en el que puede convertirse en uno de los grandes de su generación o en un juguete roto. Su actitud, chulería e inmadurez ya comienzan a pasarle factura y, de momento, le crecen los enanos.
Otro ejemplo, más consolidado en lo deportivo, pero igualmente significativo, es Vinicius Júnior. Su calidad es indiscutible, pero su comportamiento impresentable dentro del campo (provocador, impulsivo y sin control emocional) empaña su rendimiento y lo convierte en uno de los jugadores más odiados por las aficiones rivales. Su talento no está en duda; su pedrada mental, sí.
Ambos casos reflejan una misma realidad: el fútbol, en su versión más moderna y mediática, está creando ídolos frágiles, más preocupados por la exposición que por la evolución futbolística. Lo preocupante es que muchos niños y adolescentes los miran como referentes, imitándolos más en su actitud que en su disciplina. Son exponentes que, en lugar de inspirar, confunden.
El verdadero reto del deporte rey no está en generar nuevas estrellas, sino en formar personas con principios, capaces de convivir con el éxito sin perder los valores que dieron sentido a este bello juego: humildad, respeto, esfuerzo y compañerismo.
Porque cuando los millones llegan antes que la madurez, el talento se convierte en un arma de doble filo. El fútbol no necesita más promesas millonarias en forma de niñatos sin cerebro ni principios, sino más promesas humanas.
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