Opinión
Alfonso García-Ramos, ¡yepa!

Alfonso García-Ramos
Una de aquellas noches en las que Alfonso García-Ramos era joven y veterano a la vez a alguien de los noctámbulos de entonces se le ocurrió llevarnos a un cabaré de la Cuesta, entre Santa Cruz y La Laguna. Vendríamos de cualquier excursión divertida, de las que en aquel entonces, en torno a 1970, vivía el mundo del periodismo.
Seguramente me equivoco, pero en aquella noche medio lagunera medio santacrucera estaba, con Alfonso y algunos más jóvenes, Elfidio Alonso, que era un extraordinario periodista de El Día mientras que García-Ramos era la mano derecha (e izquierda, sobre todo) de don Víctor Zurita en La Tarde.
No sé que íbamos a hacer en el cabaré, pero lo cierto fue que para allá enfilamos. No había casi nadie, y además había pocas luces. Hasta que de pronto el centro del sitio se amplió una enorme luciérnaga bajo la cual, de pronto, apareció la figura de Alfonso García-Ramos, de cuya garganta salía, una y otra vez, la voz de ¡yepa!
Alfonso era un hombre feliz, alegre, solidario y amistoso que esa noche, y todas las noches, tenía una historia que contar, y una carcajada que regalar. Viví (vivimos) con él muchas de esas noches, pero, en lo que a mi respecta, lo mejor de Alfonso fue su hospitalidad, la alegría con la que contaba sus años de Madrid, donde fue un estudiante aplicado y extremadamente divertido.
Él era en La Tarde casi todo, como los buenos periodistas. En su caso a esa bondad profesional y a su memoria infinita él añadía una generosidad que era poco habitual en un tiempo de miradas cejijuntas con las cuales se despachaban los periodistas taciturnos. Él andaba por la Redacción (la de La Tarde era angosta, difícil de transitar) como si viniera cada día de sus viajes a Madrid, pues contaba cada día lo que había vivido allí como si eso hubiera ocurrido la noche anterior. Él iba con las galeradas en la mano, buscando a alguien que las corrigiera, y como nadie estaba dispuesto a veces me las daba para que yo le aliviara el trabajo.
Cuando él daba por terminada su jornada, Alfonso me preguntaba (cada día, todos los días) si quería que me llevara a La Laguna, donde yo vivía, en el Colegio Mayor San Fernando, en el campus de la Universidad. Él sabía donde vivía, sabía perfectamente, además, que yo estaba en la Redacción de La Tarde sólo para esperar que se cumpliera aquella rutina: que el maestro me llevara a la Universidad y me contara andanzas y ocurrencias de la época.
Por aquellos años yo le sonsacaba también sobre su pasión por los libros, y pronto publicaría él mismo, en 1970, el libro que más fama le dio: Guad, que es una de las joyas de su relación con la tierra y con el surrealismo, pues García-Ramos no fue tan solo aquel autor cercano al costumbrismo sino un heredero muy importante de la mejor literatura que venía de la vena de Agustín Espinosa.
De ese modo de ser rabiosamente literario, Alfonso García-Ramos arañó como del aire Tristeza sobre un caballo blanco, que fue precisamente premiado con el Agustín Espinosa de literatura en 1979, un año antes de su muerte. En medio de esas publicaciones tan premiadas, Alfonso García-Ramos publicó también Las islas van mar afuera y Teneyda…
Cuando cayó enfermo su casa se llenó de gente que acudía a verlo, sentado en su silla, risueño, buscando entre sus sabidurías aquellas que menos se relacionaran con la terrible evidencia de su difícil porvenir. Le escuché reír, como siempre, lo vi crear ideas para animarnos a los jóvenes, como siempre había hecho.
Recuerdo que en aquellos años en que todos nos encontrábamos con todos, él se encontraba en La Laguna, su tierra querida, con los que fueron haciendo Los Sabandeños, con su amigo Elfidio Alonso al frente. Cada uno era de un periódico, y quizá incluso de una ideología, pero los dos se juntaron para darle salida a este enorme equipo que sigue siendo la banda de Sabanda, bautizada en el Ateneo por las palabras de Alfonso García-Ramos cuando parecía que la vida iba a ser eterna.
Era un literato mayor, un surrealista, y también un amigo de la costumbre de querer a su tierra y a los suyos, un hombre moderno que merece un recuerdo perenne como su alegría. Ahora amigos de su arte, y de su historia, piden para él el honor de ser protagonista del Día de las Letras Canarias de 2026. Y a mi me emociona unirme a la voluntad de que así sea, que Alfonso García-Ramos, el autor de Guad y de Tristeza sobre un caballo blanco, quien siga en la memoria como el gran escritor que fue.
Así pues, Alfonso García-Ramos, ¡yepa!
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