Opinión | Retiro lo escrito
La nueva ultraderecha

Sánchez ensalza el ejemplo de Mujica frente a la ultraderecha que amenaza a la democracia
Para mí es más fuerte la tentación de reírme de los fachas que la pasión de indignarse por ellos y sus hediondas sandeces. No estoy seguro de que lo mío sea mejor. Porque observo entre las fuerzas democráticas (y muy particularmente entre las izquierdas) una actitud alarmante. Una actitud que ya se ha demostrado como un grave error en otros espacios públicos y otras geografías políticas. Una actitud que consiste en creer y sostener que la ultraderecha es una suerte de virus ideológico que llega por esporas de algún remoto planeta y coloniza cerebros, voluntades, apetitos a favor de su perversa causa. Algo similar a lo que ocurría en esa estupenda película, La invasión de los ultracuerpos. Duérmete diez minutos hablando mal de los moros y Santiago Abascal te convertirá en un duplicado exactamente igual a ti, pero que votará a Vox.
Por supuesto no es así. La ultraderecha no crece sobre la nada, sino sobre la realidad, como cualquier fenómeno político. Especialmente sobre el malestar real de amplios sectores de las depauperadas clases medias y las frustradas clases trabajadoras provocado por problemas reales que les afectan cotidianamente. En su mayoría son molestias, frustraciones y angustias que las izquierdas no pueden y a menudo tampoco quieren reconocer, porque afectan y a veces amenazan con dañar sus principios morales. Por ejemplo, la inmigración. La inmigración solo puede ser buena, positiva, generosa, justiciera, axiológicamente enriquecedora, y jamás debe olvidarse que el inmigrante es, sobre todo, un ser humano. Vale. Pero existen otros análisis sobre la inmigración, por ejemplo, interpretaciones económicas que señalan que si bien una caudalosa inmigración de baja cualificación profesional o académica puede dinamizar una economía durante algunos años, incluso algunos lustros, a largo plazo sale carísima, porque reclamará sanidad y educación gratuitas, servicios sociales y unas pensiones de jubilación decentes, y no habrá aportado fiscalmente –igual que los españoles de origen– ni una quinta parte de lo que cuesta todo eso. Más allá de lo econométrico: las dificultades inevitables de una convivencia pluricultural–desconfianza, incomprensión, agencias y servicios públicos colapsados, códigos morales distintos, lucha real y simbólica por los espacios, abarataramiento de los empleos, follones de orden público– no representan insignificancias aunque la izquierda crea que se pueden eliminar con su untuosa fraseología buenista. Los inmigrantes son víctimas, los okupas son víctimas, los delincuentes son víctimas. La rabia crece. Toda la experiencia histórica acumulada demuestra la extraordinaria dificultad exigible para alcanzar una convivencia democrática, plural y tolerante en una comunidad de diferentes orígenes étnicos y/o culturales.
«La nueva derecha instrumentaliza malestares reales que no se politizan autónomamente, que no encuentran espacios colectivos para hacerlo, que no elaboran una voz propia… Explota la victimización y a su vez revictimiza». Es difícil decirlo mejor que Amador Fernández Savater. Hace ya años Thomas Frank explicó en un libro muy lúcido, ¿Qué pasa con Kansas?, como la ultraderecha alternativa sí se toma en serio el malestar de las clases más humildes y maltratadas y les indica como origen de su cabreo, astutamente, a la izquierda en particular, a los valores de la cultura progresista, al mismo sistema democrático, «porque los progresistas aplauden y premian la inmigración, porque desprecian el trabajo y universalizan entre los nacionales y los inmigrantes prestaciones sociales y servicios públicos, porque ridiculizan su indignación, su miedo, su derrota». Así terminan votando en masa a las nuevas derechas y ultraderechas. Y el proceso del tránsito político-electoral es rápido por la incomparecencia de las izquierdas, que siguen parloteando excelencias sobre realidades complejas y amenazantes para muchísimas miles de personas en Canarias y fuera de Canarias. No basta la risa ni la indignación. Para frenar a la ultraderecha es necesario hacer política.
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