Opinión
Ciudad sin voz
Una urbe que aspira a ser Capital Europea de la Cultura yerra estrepitosamente al no rescatar la Feria del Libro, mientras lapida ingentes cantidades dinero público en carnavales

Exposición de carteles del Carnaval de Las Palmas de Gran Canaria / Andrés Cruz / LPR
Resulta difícil comprender cómo una ciudad que aspira a ser Capital Europea de la Cultura puede renunciar, precisamente, a uno de los pilares que sostiene cualquier proyecto cultural digno: los libros. Las Palmas de Gran Canaria se queda huérfana de literatura este año. La causa es que la organizadora, la Asociación de Librerías de Las Palmas, no puede hacer frente a las deudas contraídas con proveedores en años anteriores. Por eso, ni siquiera han concurrido a la subvención nominativa que le otorga para este fin en Ayuntamiento de la ciudad. El consistorio lamenta la situación y ofrecerá el próximo año, la subvención que suele otorgar al gremio (60.000 euros). Un mensaje fallido y falto de ambición cultural, ya que no tener Feria del Libro no es una simple omisión en el calendario de eventos, es un atentado cultural, una renuncia simbólica al pensamiento, al diálogo y a la educación. Los libros son el cimiento sobre la que se construye toda sociedad libre, democrática, consciente y critica. Ya lo advertía bien Víctor Hugo cuando escribió que "abrir una escuela es cerrar una prisión". En el mismo espíritu, cada feria del libro que se cancela es una puerta que se entorna al conocimiento, a la imaginación y a la esperanza de una ciudadanía más formada. Ya tenemos suficientes borregos sin criterio en el rebaño para descartar de pleno el pensamiento. Por ello, el ayuntamiento yerra estrepitosamente al no reaccionar con celeridad, al no mojarse y apostar por la lectura. Entre tanto,
lapida dinero público en proyectos ruidosos y efímeros. Se malgastan ingentes cantidades (seis millones de euros) en carnaval, en espectáculos de luces sin alma, en fastos que duran lo que un suspiro, en pan y circo, mientras se deja morir de inanición la cultura que realmente transforma la sociedad. De hecho, el inestimable ayuntamiento monta una campaña, un burdo escaparate, para opositar a Capital Europea de la Cultura y patina en lo esencial y da la espalda a la verdadera sustancia.
La Feria del Libro no es solo una cita comercial. Es un espacio de encuentro, de comunidad. Allí se cruzan generaciones, géneros, acentos y miradas. Siempre críticas. Es el lugar donde los más pequeños descubren su primer cuento y los mayores recuperan la emoción de buen libro. Sin ella, la ciudad se empobrece, pierde una parte de su alma. Como recordaba Mario Vargas Llosa, "la lectura es una protesta contra las insuficiencias de la vida". Sin lectura, sin ferias, sin ese latido que conecta a la gente con los libros, una ciudad se vuelve más conformista, más dócil, menos libre y con más borregos.
Y una Capital Cultural sin libros es como una biblioteca oscura, un monumento a la contradicción más evidente.
Aún estamos a tiempo de rectificar. De comprender que los libros no son un gasto, sino una inversión en el futuro. Que cada página leída multiplica el valor de una ciudad más que cualquier soporífera gala de la Reina. Una urbe que deja morir su Feria del Libro no solo pierde un evento,
pierde su voz y su alma.
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