Opinión | Reseteando
Horca al libro

Libros en una libreria.
Capitales del continente y provincias peninsulares lloran a la hora del recuento de las librerías que echan el cierre por miles de razones que tienen que ver con la época en que vivimos: insoportable. En esta ciudad somos distintos, algo que ya se nota desde el momento en que las competencias de la Policía Local y las de Cultura convergen en una misma personalidad. Eso no se veía desde el fascismo más puro. Y a lo mejor por aquello de tener a los agentes rebeldes en orden marcial y con horas extras cubiertas, va y disfruta en plan buda del cierre de la cuerda en el pescuezo de la Feria del Libro. No es el carnaval ni su rutilante estado mayor, siempre presto al derrape económico asumible. Ni comparación: el déficit o el destartale depende de para quién. Ya habrá tiempo suficiente para justificar que la cita de San Telmo ha descendido hasta las profundidades abisales por culpa de los propios libreros, de la gestión de las subvenciones o de la empresa que llevaba el cotarro promocional.
-Pero es que un edil de sirenas y multas no siente los libros.
-No, lo que se dice sentir, pues no, para nada.
-Es una pena, no hay salvación posible. Hay un lío con la contabilidad de años atrás, nada que no se pueda solucionar desde el debido tutelaje público que se merece todo lo que sea apoyar la cultura seria. Le han regalado la mejor cuerda a los libreros para ahorcarse.
La entrada en el bufadero de la Feria del Libro coincide con el centenario el martes de la muerte de Alonso Quesada, cuya biografía está llena de pesares y disgustos por las adversidades por las que pasó a la hora de editar sus libros. En un tiempo de mendicidad cultural, las pasaba canutas para dar con un editor de la meseta y un patrocinador que pusiese la pasta. Había que recurrir a los amigos, recurso que tampoco llegaba a inocular la iniciativa contra el fracaso. Cien años después de todas esas carencias, con el pesebre desfondado de dinero, somos partícipes aún de ese desprecio por la cultura, los lectores, escritores, editores, dibujantes, ilustradores... Alonso Quesada desesperaba con sus títulos, ahora el chusquero flota en la abundancia pero prefiere dedicarse a los menesteres del cuartelillo.
Pocos saben que el poeta en su vida civil, siendo Rafael Romero, quiso encontrar la paz laboral en el oficio de librero. Tras desvincularse de los británicos, pasó a formar parte de la plantilla de la Junta de Obras del Puerto. Para aumentar el rancho casero, abrió con un socio una librería en la céntrica calle Obispo Codina. Pero desde el principio firmaron letras de cambio y el negocio no alcanzó el objetivo planeado. Cerró y con ello se acabó la breve experiencia del autor como librero. Poco después fallecería en Santa Brigida, a donde se había ido a vivir en un intento de paliar su tuberculosis.
Salvando los detalles y la sutilezas que impone la caterva de los políticos de turno, el desenlace de la ilusión quesadiana -comer de la venta de libros- es trasladable a la ejecución de la Feria. Una suspensión contra la experiencia de los escritores isleños que estrenan título; un desencanto para los que traían empaquetado su minuto de gloria con los autógrafos; la carpa para las preguntas bien cocinadas; la venta en masa (o no) de la obra de Juan del Val frente a la sesuda Olga Medvedkova y su La educación soviética; la inefable e inmortal Isabel Preysler en el relato de los ataques de celos que sufrieron sus maridos; el rey emérito y su búsqueda de un buen panteón ....
Este cosmos a veces tan frívolo e injusto, pero necesario para los que orbitan alrededor de algo tan saludable como quedar entrampado entre las páginas de un libro. También para cotejar sin preámbulos cómo va la guerra entre la letra impresa y pantallas, donde cada uno defiende sus ritos y comodidades. O el retorno de la filosofía, la poesía en la vejez, los refranes, los pensamientos, los haikus, los aforismos, las novelas de amor... ¿Se puede ir contra este arsenal? Solo basta con tener junto a la imbecilidad la facultad para poder manejar el presupuesto público. Nada más.
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