S olapada por la cer-canía de Viena, a dos horas de la vez cada más de moda Budapest y siempre en detrimento de la más que turística Praga, Bratislava espera paciente su turno a orillas del Danubio. Tanto si se llega por sus dos aeropuertos más próximos -el propio o el de la capital austriaca- como por su obsoleta estación de tren, la sensación que invade al viajero es la de llegar a un lu-gar pasado por alto pero en ebullición.

Capital por primera vez tras la partición de Checoslovaquia, Bratislava quiere ser Pressburg (su anterior nombre germano). La idea de cluster entre la ciudad y Viena resuena cada vez más dada la cercanía. Si hacemos caso al crecimiento económico y a la llegada constante de multinacionales, la ciudad está germinando en un gran centro de operaciones corporativo.

A su medio millón de habitantes se le suman cada vez más fotógrafos asiáticos y trabajadores jóvenes que invaden las terrazas Staré Mesto, casco antiguo y centro de la ciudad. Sin necesidad de utilizar el transporte público (bus o tranvía), la ciudad obliga a paradas continuas en café-librerías (Café Eleven), heladerías (Luculus) o bares de cocina y cerveza típica (M?stiansky Pivovar).

Deambular por esta área absolutamente peatonal y llena de embajadas es una pequeña delicia cultural. Desde el Mercado Antiguo en frenesí los sábados a mediodía a una tarde de Ópera en el Teatro Nacional, el centro permanece connivente con la decadencia racionalista de los suburbios, donde los Tachelles siguen habitados a la espera de una gentrificación de diseños nórdicos y cafeterías hípster.

Para los amantes del diseño, a una entrada con transporte en barco de distancia en meses de verano, el Museo Danubiana sitúa sus exposiciones de arte sobre una isla artificial en el mismo Danubio.

El Castillo ( Hrad), levantado en el siglo XV y reconstruido tras sendas Guerras Mundiales, es hoy sede del Museo Nacional y linda con el Par-lamento, compartiendo altura sobre la misma colina. Desde su mirador, un tríptico hecho paisa- je; el planeamiento soviético de ciudad dormito-rio de Petr?alka en una orilla, Staré y Nove Mesto en la otra y, río abajo, la industria huida del Sur de Europa.

A la sombra del castillo, una ruta de bares que pueblan cada rincón a lo largo de una cuesta estrecha. En verano, los adoquines sirven de lugar de encuentro hasta la madrugada cerveza en mano. En la otra orilla río, los bares flotantes se mezclan con el parque Sad Janka Krá?a a la espera de que el sol tiña de naranja el cielo y el cauce. Cubriendo la ruta Viena-Budapest en bicicleta, ciclistas se detienen a contemplar como una ciudad bulle cada vez menos desapercibida. El Danubio empieza a sonar en Bratislava.