Mikel Erentxun, una de las figuras imprescindibles para entender el pop en España, para hoy por Gran Canaria. El músico, vocalista de Duncan Dhu, se asomará por el escenario de The Paper Club (22.00) para presentar su último álbum - El hombre sin sombra- y repasar su colección de temas -tanto en solitario como con la banda que lideró junto a Diego Vasallo-.

Tras el éxito firmado con Corazones, que fue nominado en 2015 en la categoría de Mejor Álbum de los Grammy Latinos, Mikel Erentxun presentó en mayo su último disco, un largo grabado en Cádiz bajo la tutela de su amigo y productor Paco Loco -quien le convenció para dejar de huir de sí mismo y sonar a Erentxun- . El hombre sin sombra es el decimotercer trabajo que ha publicado en solitario -estudio y directos-, una cifra que refrenda una larga carrera compaginada con éxito con conciertos puntuales con Duncan Dhu.

No es casual que El hombre sin sombra arranque con El principio del final, una canción que anuncia todo lo que viene en un disco que, en realidad, es un tratado de amor y desamor, que es el reverso del amor, el lado que escuece, pero también el del anhelo y la esperanza. A partir de ese tema, Erentxun atrapa al oyente sin dilación, sin guardarse cartas: qué mejor que hacerlo exponiendo todas las emociones de golpe en una composición sublime, pero sencilla, que habla con sinceridad del dolor que inflige la decepción, el desconsuelo.

Y así, desde el principio, Erentxun expone algunos de los ejes sobre los que gira El hombre sin sombra, el trabajo que le trae de nuevo a Canarias: letras intensas, de amores rotos pero que todavía palpitan con fuerza, instrumentación básica. Porque aunque el cantante siga un camino recto como compositor e intérprete, el creador no cede e intenta sumar novedades en cada entrega, aportar nuevos colores a una obra que es eslabón de cadena personal.

Hay más en El hombre sin sombra. Es el Mikel Erentxun de las grandes canciones, el que maneja como un gigante ritmo y melodía, el que desde hace un tiempo ha recuperado el pulso (o el instinto) de escribir las letras de sus propias canciones, el que canta con sensibilidad pero desde la naturalidad, el que gusta de los sonidos clásicos, oscilando entre el rock and roll, las grandes baladas -esas que no tienen edad, ni pueden adscribirse a género alguno más que al de la belleza- y al que, inevitable, se le cuelan cada tanto ecos de Duncan Dhu, que es tanto como decir una parte de sí mismo y una de las cimas sonoras de la historia de nuestro pop.

En este trabajo, Erentxun repite producción con Paco Loco, como en el celebrado Corazones, y confiesa que ha sido "el disco más relajado que he hecho nunca en el estudio", con el que pretendía alejarse de la sónica del anterior y buscar, abiertamente, lo acústico, incluso para los temas más claramente de rock and roll, remitiendo a esos orígenes del género que tanto le gustan. "Ha sido", expresa, "tocado con guitarras acústicas porque esa quería que fuera la base del álbum, buscaba un disco acústico, con sonido minimalista y sencillo. Además, me encanta el rock and roll tocado con acústicas. Claro, también tiene que ver con los miles de conciertos acústicos que me he pegado estos años".

Para reafirmar esa idea, incluso al cantar ha pretendido no forzar la voz. Porque se trataba de eso, de no forzar nada, de que todo fluyera con sencillez, que las palabras y la música lo invadan todo. El resultado son doce canciones, que desfilarán esta noche por The Paper Club, que enganchan precisamente por esa búsqueda del menos es más, con la seguridad de que son las canciones las que deben conmover al oyente, sin grandes aditamentos.

Escuela original

Así, aquí encajan desde baladas supremas como Azar y física (tan breve como estremecedora) y Libélulas (sencilla y cruda, pero arreglada con un gusto exquisito) a muestras de folk pop contemporáneo como las de Cicatrices, El amor te muerde los labios al besar y Deshielo, en las que las guitarras eléctricas se dejan ver con más intensidad. O el rock and roll de la escuela original de Dos estrellas (con un Erentxun infrecuente, pero que lo borda cuando asume ese papel: el de narrador de historias ajenas) en convivencia con imponentes y sobrecogedores cortes de hechuras clásicas, como Llamas de hielo, que pueden remitir a esos grandes vocalistas que, hijos del rock, buscaron su lugar en los baladones matadores (Roy Orbison o Chris Isaak son dos ejemplos, por aquello de citar referencias), derivando incluso al más incandescente soul blanco en Tienes que ser tú (una de esas canciones a las que, ¿apostamos?, el tiempo dotará de la mejor solera y hará crecer en el recuerdo del oyente).

Como está presente ese Erentxun indefinible, porque a estas alturas, lo quiera o no, es él mismo, el que ha forjado un cancionero que lleva grabado a fuego su marca personal, indeleble y única, que oscila de la d uncandhuniana Y sin embargo te quiero a la amarga pero ilusionada Héroe, la abrasadora El principio del final (con guiño a Dylan en los primeros versos y reflejos musicales suyos) o a la casi evanescente Enemigos íntimos.