I nfinity War es, en el contexto del cine palomitero actual, más que otra película de superhéroes. La ficción -que se contará en dos partes de las que se estrena la primera estos días en salas españolas- es la culminación de un ambicioso proyecto: la meta a la que se llega tras las dos primeras "fases" del proyecto cinematográfico Disney/Marvel. El hilvanado de, casi, una veintena de películas llega hasta esta cinta. Por fin el misterioso villano estelar Thanos va a entrar en escena y a demostrar todo su poder y ambición.

Los lectores de cómics Marvel ya hemos visto unas cuantas veces al siniestro titán hacerse con la omnipotencia y, paradójicamente, fracasar en sus siniestros empeños. Porque Thanos es una criatura que amenaza el cosmos marvelita desde los lejanos años setenta. Lo interesante es que hoy se pueden recuperar algunas de esas intervenciones en viñetas, gracias a la lógica política de Panini de potenciar con cómics de la casa los estrenos cinematográficos (o más bien intentar aprovechar el tirón de las salas de cine con la publicación de cómics cercanos a la cinta de turno... hoy en héroes voladores mandan las salas, no el papel grapado).

La saga de Thanos es sin duda la perla del lote de rescates. Es cierto que la película se basa más bien en la gran saga de los años noventa "El guantelete del infinito", en la que Thanos conseguía cinco gemas que le otorgan poder absoluto sobre el tiempo, la realidad y el espacio, pero los patrones del mítico villano se perfilan, definen y exponen en su mayor opulencia en este libro que reúne material de los años setenta. Y todo ese caudal de historietas cósmicas, exageradas, únicas en su día y difícilmente imitables hoy en Marvel por su elevado grado de libertad creativa, vienen firmadas por un único autor: Jim Starlin.

Starlin entró en Marvel como un caballo de Troya. Él, junto a otros jóvenes tan enamorados de los tebeos Marvel como de la cultura hippie, comenzaron en "la casa de las ideas" a expandir sus mentes (ya muy expandidas, por otro lado) en historietas que resultaron revulsivas. Y en esas historietas de Jim Starlin, desde la primera sobre la que tuvo control completo (guión y dibujo), añadió a sus personajes. Sobre todo, Thanos de Titán, la mayor luna de Saturno, el miembro díscolo de una familia de semidioses.

Dibujando un dios loco

Y si Thanos recordaba en su aspecto a viejas creaciones de Jack Kirby, su fondo no se parecía a nada leído antes en los floridos tebeos de superhéroes. El llamado "dios loco" toma su nombre de la palabra griega "thanatos", esto es, "muerte". Y era una criatura ominosa y de nihilismo infinito, un demente enamorado de la Muerte misma, a la que quería conquistar entregándole un universo fenecido, sin vida. Alrededor de Thanos, como en una tragedia shakesperiana, se desarrollaban héroes y villanos atenazados por un pathos sobresaturado de angustia (muy alejado de la pompa galante de los viejos tebeos cósmicos de los 4 Fantásticos): Capitán Marvel y Adam Warlock (Adán, como el primer hombre, y de apellido "Brujo") fueron los héroes. El primero fue engrandecido como un ángel cósmico al ser dotado de una extravagante conciencia universal que le hará renegar de su pasado belicista (Starlin fue, además de un claro ejemplo de la contracultura, superviviente de la guerra del Vietnam). Warlock se convierte en manos del guionista y dibujante en una figura trágica, dotado de una poderosa gema que, a su libre antojo, roba las almas y deja cuerpos como cáscaras de cacahuete. Y aunque Starlin también creó grandes villanos (como Magus, ominoso eco del futuro de Adam Warlock), ninguno hizo nunca sombra a Thanos en su cosmología.

Todo lo dicho lo sirvió Starlin envuelto en soluciones gráficas osa

das, producto del conocimiento de los viajes de LSD. Starlin como un virus psicotrópico en el entorno de unos tebeos para niños. Sí, hay pocos resquicios para la inocencia en estos tebeos. Historias desmadradamente épicas en las que las peleas entre semidioses se resuelven dentro de sus desquiciadas cabezas; realidades deformadas al antojo de malvados de opereta; mujeres misteriosas y mórbidamente sensuales, superhéroes de la casa apareciendo como lustrosos invitados pero careciendo de peso en la fértil imaginación de Starlin, y bueno, cómo no, Thanos convertido en un dios destructor, loco, la amenaza sin medias tintas que los tebeos Marvel necesitaban (parecía que habían tocado techo con el devorador de mundos Galactus y los silentes Celestiales, pero todos ellos resultaron inocuos por comparación con la ambición genocida de Thanos).

La saga de Thanos son más de seiscientas páginas que engloban todas estas historias. Constituyen una cumbre del género aunque hay que avisarlo, no es plato para todos los paladares. Su retórica es muy propia de su tiempo. La sobreabundancia de textos ha sufrido los achaques de las décadas. La compresión era necesaria en cuadernillos de veinte páginas en entregas mensuales. No puede, en fin, recomendarse con alegría. ¿Quién, entonces es el lector adecuado para las historias de Starlin? El comprador de superhéroes que desconozca estas aventuras, desde luego. Quien sienta por la cinta una incontenible fascinación hacia Thanos y quiera conocer su origen real. Y por descontado todo cazador de las grandes obras de la historia del cómic. Porque esta lo es, con su incontinencia, su terribilitá, su mirada drogada sobre la realidad o las realidades y su intenso drama cósmico que inspiró a tantos autores de cómic o de más allá de las fronteras de la historieta (incluido, seguramente, George Lucas).