Pasear a lomos de un elefante, dormir en la habitación de un hámster o subirse en un calamar gigante. Todo es posible en Nantes, la ciudad de Julio Verne. En la capital del Loira nació este célebre escritor y dramaturgo un 8 de febrero de 1828 y en dicha urbe se crió una mente que desde el siglo XIX ha encandilado a todos los amantes de la literatura con obras como La vuelta al mundo en ochenta días, Viaje al centro de la Tierra, Veinte mil leguas de viaje submarino, De la Tierra a la Luna o Cinco semanas en globo.

Anclada en el oeste de Francia, a caballo entre el Valle del Loira y Bretaña, a dos horas de París en el tren de alta velocidad y a poco más de una hora de Madrid en avión, Nantes mantiene el espíritu de su ciudadano más ilustre.

Contemporánea, atrevida, ingeniosa, verde, lúdica. La ciudad supo anteponerse a la desaparición de sus astilleros a finales de los años ochenta -uno de sus grandes sustentos económicos-.

Supo aprovechar la influencia de Verne. En una época era un lugar de construcción de los barcos de una de las armadas más poderosas de la historia, y ahí se erigió el Parque de las Máquinas en la Isla de Nantes -que parte por la mitad el río Loira-, presidido por un gigantesco elefante mecánico de 45 toneladas de peso y 12 metros de alto. Este colosal paquidermo es la seña de identidad de lo que hoy es una oda a la imaginación de Julio Verne y los planos de Leonardo Da Vinci .

No solo el mayor de los mamíferos terrestres -donde los turistas aguardan largas colas para disfrutar del paseo-, es el principal atractivo. De similar magnitud es el Carrousel des Mondes Marins, donde los niños se sumergen en un mundo imaginario en este acuario mecánico que pueden admirar a ritmo de máquinas extrañas, como lo hacía el Capitán Nemo cuando pilotaba el Nautilius, amenazado por cangrejos gigantes, peces prehistóricos, criaturas abismales...

Cerca está La Galerie des Machines -la galería de las máquinas-, donde expertos maquinistas explican la historia y el funcionamiento de extrañas criaturas, como arañas, hormigas y garzas que habitan en un invernadero. Todo ello siguiendo los estudios del genio italiano Leonardo Da Vinci. Y si, Nantes también tuvo la influencia siglos antes de otro de los grandes genios de la Humanidad. El máximo exponente del Renacimiento pasó sus últimos años en el c astillo de Clos Lucé, en las inmediaciones de la vecina ciudad de Tours, también en la región del Loira.

Otro de los puntos de la Isla es el Hangar de las Bananas, denominado así por la importancia que tuvo este fruto en el comercio con las colonias después de la Primera Guerra Mundial. Actualmente los antiguos almacenes asentados a lo largo del paseo portuario son uno de los ejes centrales de la vida nocturna de la ciudad.

Toda esta Isla del Conocimiento, uno de los mayores proyectos urbanísticos de Francia y del mundo, se encuentra frente al casco histórico que aún guarda el aura de su pasado. Sus calles conservan los carteles, tiendas tradicionales y dan nombre a oficios de otro tiempo. La plaza principal es el icono revolucionario. Donde se celebraban ejecuciones con guillotina durante la Revolución francesa, hoy alberga exposiciones temporales de arte urbano.

Ruta cultural

Nantes exuda cultura por todos sus poros. Desde el Lieu Unique, antigua fábrica de las galletas LU, hasta la punta oeste de la isla de Nantes, la ciudad ofrece un itinerario cultural marcado con una línea verde pintada sobre el suelo que recorre los principales hitos de la urbe. A estos se incorporan durante el verano obras artísticas adicionales, instalaciones efímeras o proyectos tan originales que irrumpen en la capital del Loira bajo la influencia de Julio Verne. Para eso es el segundo escritor más traducido del mundo, tan solo por detrás de Agatha Christie. Una curiosa y cercana coincidencia que compartían el padre de la ciencia ficción y la reina del misterio: Ambos se fijaron en Canarias para ambientar una de sus obras. La señorita de compañía (1927) en el caso de la británica y Agencia Thompson & Cía (1907) del galo.