55°45?07? Norte. 37°36?56? Este. Más conocido como Moscú o Mockba -en lenguaje local- es, desde ayer hasta dentro de un mes con la final del Mundial de Fútbol, en la capital del mundo. Y por ello convierte al Estadio Olímpico de Luzhniki en su epicentro, donde 32 selecciones esperan jugar el próximo 15 de julio la final en el gran feudo ruso -La España de Hierro disputará un partido en Octavos o en Semifinales en función del cuadro de la ronda final en la que quede si logra la clasificación en la fase de grupos-.

Este templo futbolístico y deportivo -fue la sede de los Juegos Olímpicos de 1980- duerme a las orillas del río Moscova, que a pesar del gélido invierno ruso que paraliza el tráfico de bar-cos debido al congelamiento de sus aguas, en los meses más cálidos en sus pocos más de 500 kilómetros de longitud acoge una anárquica circulación de embarcaciones que disfrutan de las vistas del recinto y sus inmediaciones.

Aunque el principal atractivo de la zona es la Colina de los Gorriones, la de Lenin -para los más nostálgicos- o las Vorobyovy -para aquellos que quieran camuflarse con el entorno-. La séptima colina de la urbe se encuentra a la orilla derecha del río. Desde este mirador la ciudad parece una maqueta: a su espalda se alza la Universidad Estatal de Moscú, uno de los siete rascacielos monumentales encargados por Stalin, a los laterales y esparcidas el resto de sus seis hermanas y al frente el Estadio Olímpico de Luzhniki. Un poco más al fondo se puede llegar a vislumbrar la Muralla de el Kremlin.

Su ladera es el gran pulmón de la metropoli rusa -con permiso del parque Gorki-. Multitud de vecinos y turistas se dan cita en estos lugares para huir de la jungla de cemento y perderse en un kilométrico oasis de flora y fauna autóctona. Es el punto de reunión por excelencia de la ciudad al igual que uno de los muchos puntos donde comenzar la noche y que durante estos días será el principal foco de ocio de Moscú.

A 7 kilómetros, 23 minutos en metro y a poco menos de hora y media a pie bordeando el Moscova está el centro del corazón de la ciudad: la plaza Roja que alberga un recorrido desde las reminiscencias zaristas hasta la huella soviética y el lujo del nuevo poder del dinero, una urbe de excesos y toda una amalgama de experiencias que desglosa Moscú como si una de sus populares figuras se tratase: las matrioskas. Capas y capas de historia se superponen; al igual que los contrastes y todas las paradojas que forja la geografía urbana moscovita.

Tan solo el corazón histórico engulle por su magnitud al visitante. Las torres del Kremlin se asoman a un lado del río como símbolo de lo que el carácter ruso logra con esfuerzo: de una antigua empalizada de madera, a ser uno de los principales lugares donde se gobierna el mundo. En frente, el aire marcial de la Plaza Roja. En ella están el Mausoleo de Lenin y la Catedral de San Basilio, dos de los principales hitos turísticos y en uno de los laterales el GUM, que pasó de ser los grandes almacenes de la era soviética a ser hoy en día una de las mayores odas al capitalismo del planeta.

Debajo de estos almacenes está el Metro, el palacio del pueblo, que aunque todo el suburbano ejerce como museo debido a sus descomunales monumentos y ornamentos, conecta otros puntos de interés de la ciudad: la Catedral de Cristo el Salvador,el Museo Pushkin, la calle peatonal de Arbat... Muchos lugares que visitar que necesitan al final del día un lugar apropiado para descasar y para el lugar idóneo para ello es el barrio de Kitai-Gorod, cercano a la Plaza Roja y que ofrece una gran variedad de bares, discotecas, pubs...para todos los gustos. Todo ello con algo en común, disfrutar de la fermentación del centeno, trigo y la papa, conocido por muchos como la inocencia incolora. Eso si, para obtener el certificado para ser admitido como ruso hay que tomarse no menos de una docena de 'chupitos' de vodka con un paisano. ¡Nasdrovia!