Cervantes y las ollas (y II)

De cómo las Ollas entraron en las Islas, una se hizo Puchero y tomó la forma de una podrida para bodas

Miguel de Cervantes fue hijo de un hombre acomodado y erudito; habría leído, entre tantos, a Berceo y Juan Ruiz, y con toda probabilidad devoró no pocos libros de caballería: la locura de la época; de lo que se deduce que la Olla de Alonso Quijano, a pesar de haber venido a menos económicamente, no era la de un menestral. Además, Cervantes menta ollas generosas, incluso opulentas como la dispendiosa "podrida", que esperando estaba a Sancho luego de que tomara posesión del gobierno de Barataria (isla, situada en el delta del Misisipi colonizada por canarios en el s. XVIII), o las de rumbosos ágapes de bodas como las de Camacho: "Todo lo miraba Sancho Panza, y todo lo contemplaba, y del todo se aficionaba. Primero le cautivaron y rindieron el deseo las ollas de quien él tomara de bonísima gana un mediano puchero". Aclaremos que éste era una especie de plato hondo que sustituyó, en el s. XIX en Andalucía y Canarias, a la acepción Olla; y lo propio había ocurrido un siglo antes al pasar, en otros lugares, a Cocido.

Cervantes, pues, se vale otra vez del plato, aunque de una de las versiones: la Olla podrida, para ganarse a sus lectores trayendo un condumio que el pueblo tenía como el súmmum reservado a la nobleza. Y esto se comprende en tanto que contiene un buen número de carnes domésticas (alimento caro) y, de manera especial, de caza. Práctica vetada absolutamente al vasallo. Y comprobamos como Don Quijote era consciente de que no podía motivar a Sancho con los placeres que procura el poder sino con algo bien común y que le satisfacía sobremanera: comer. Por lo tanto, no es de extrañar que fuere tentado expresamente con la rumbosa Olla de las élites. Nadie como el político sabe convertir el sacrificio que acarrea el noble oficio en el chollo de utilizar discrecionalmente el poder y hacerse rico sin virtud.

Futuro de abundancia

Por otro lado, las ollas o calderos que aparecen en escudos nobiliarios anuncian poder (de poderío, podrido): el que tenía el señor para alimentar a muchos siervos; y, según creencia popular, la rumbosidad de una grandilocuente Olla de ciertos banquetes de bodas equivalía al deseo de un futuro de abundancia. Dionisio Pérez (post-Thebussem), el único escritor de la Generación del 98 que trató de levantar la moral del español -hundida tras la pérdida de Cuba y Filipinas- exaltando la Cocina patria, en su Guía del buen comer español anota que: "En Canarias parece plato obligado en estas bodas el puchero de las siete carnes, como si el número siete tuviera algo de agorero o sibilítico". Olla que se degustó en las Islas, en bodas postineras, hasta el XX.

Y se hace también bueno transcribir al prolijo periodista y escritor conejero Isaac Viera Viera (1858-1941). En su rareza de libro Costumbres canarias enumera, incluso, los insumos que colige ese "número agorero o sibilítico". "En la patria del señor Armas Jiménez -de aquel ilustre patricio que fue magistrado de la Audiencia de Puerto Rico- en el pueblo de Agaete, son originales y características las bodas. Cuando los desposados tienen algunos terrazgos, no faltan los voladores (...) En la citada localidad, las bodas entre la gente que posee una mediana fortuna, son tan fastuosas como aquellas célebres de Camacho que nos describe Cervantes, en donde Sancho espumaba los calderos repletos de carne jugosa". Y más adelante Viera concreta: "Entre los diversos y suculentos manjares de aquel convite espléndido ocupa lugar preferente el clásico plato genuinamente canario, que se conoce con el gráfico nombre de Puchero de las siete carnes. Como los rabinos, después de la misa del sábado, almuerzan juntamente con su olla podrida, una morcilla de regular tamaño, ala que llaman la bolsa de Judas, así los fervorosos católicos de Agaete, en sus opulentas bodas, se dan sendos hartazgos de carne de gallina, de cerdo, de paloma, de perdiz, de conejo, de vaca y de carnero, que con sus correspondientes papas y garbanzos lanzaroteños y demás adminículos de ritual forman el llamado por antonomasia, el plato de las bodas, tan celebrado en toda Gran Canaria".

Buenos son los libros costumbristas y de viajes ¡Las cosas que nos revelan! El historiador italiano Paolo Sarcinelli afirma que en Historia "las cosas más simples y que son costumbre son las más desconocidas". Se refiere a los alimentos, dietética, cocina o comidas; y como tales suelen ser temas olvidados o considerados secundarios por los historiadores. Dado que la alimentación es vista como insignificante, se enfrenta muchas veces a la falta de interés de la historiografía mainstream; de ahí que historiadores de la alimentación se vean obligados, con frecuencia, a justificar la importancia de sus investigaciones ¡Cuestión que no ha sido, no es y nunca será nuestro caso!

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