En la boca de Palermo (y V)

Cocina marinera en Aspra, cocina de altura en la elevada Taormina y un par de humildes vegetales que son delicatesen

Pizza con gambones y virutas de huevas secas. M. H. B.

Viajar por Navidad tiene un inconveniente: durante días se cierran muchos restoranes. Fuimos a Aspra, cercana villa pesquera del municipio de Bagheria con venta del fresco en el propio litoral. Aquellos amables pescadores nos obsequiaron con ostras cuando esperábamos a una conocida, Silvia, natural de la zona como aquel niño, llamado Giuseppe Tornatore, que por allí pastoreaba ovejas y, pasado el tiempo, se hizo director de cine y emocionó a medio mundo con Cinema Paradiso.

Silvia había reservado en el Colapisi, un restorán sobre el mar con decoración ad hoc. El mejor. Ansiábamos conectar con platos marineros, y alguien pidió el Rollo de pez espada con piña y mermelada de arándanos. No fuimos nosotros. Jurado. Nos alegró saber que disponían de nuestro plato preferido: la Caponata, y tras otros antipasto (entremeses) catamos la pizza con gambones y virutas de huevas secas. Somos fanáticos de ese caviar amojamado y lo traemos de Nouadibú. Spaghetti con mariscos y fetucini con carne (órganos genitales) de erizos, que tiene un potente y difícil sabor. Fue una buena comida y el servicio amable. Después Silvia y su novio nos guiaron hasta el casco urbano de Baghería para el postre; sería en la célebre pastelería Don Gino. Catedral de la cosa dulce. Lugar de logros infantiles de Silvia. No faltó la navideña Casata siciliana, y como nos tentaban otros pasteles reclamamos un vaso de leche; la leche fría es al pastel lo que el tintorro chambre al chuletón.

Días después alcanzamos Taormina tras una enorme cantidad de túneles, algunos interminables, en 279 kilómetros. Es una bella villa reconvertida en turística; se aposta en una elevadísima roca y dispone de una linda cala, a la que se accede en un funicular. Es cara, pero así y todo optamos por un buen ristorante y elegimos el pequeño y coqueto Vineria Modi, de cocina moderna basada en añosas recetas burguesas. La mejor comida y el mejor servicio del viaje. Botoni (un tipo de ravioli redondo) rellenos de queso Parmesano y ragú de cordero. Llaman ragú a la Salsa boloñesa. Y unos perfectos Tagliatelle carbonara, plato que surgió durante la ocupación norteamericana. Tras desembarcar, los soldados decidieron ocupar la isla evitando Palermo; es decir, atravesando la campiña y los pueblos pues la Mafia, que es de origen campesina, les facilitaba el paso; burlando así a las huestes del Duce, que se la tenía jurada. Mas no tenemos certeza de que la dicha receta fuese inventada en Sicilia.

Especialidad en pescados

De Taormina fuimos a Catania, cuya plaza central y solemnes edificios circundantes son impresionantes, pero nada más salir surgen barrios feos, deprimidos. Nos hospedamos a las afueras, en el Romano Palace Luxury, y desayunamos contemplando, en un día azul, el Etna nevado. Tuvimos que cenar cerca de la Plaza; fue en la Ostería Pizzería Antica Sicilia, que está especializada en pescados: Cóctel de gambas, frituras de calamares y de pescado. Con cervezas (44 euros). Muy turístico, aunque el servicio, todos de smoking, recuerda a tiempos de una hostelería rigurosa. Pasamos raudos por Siracusa, y como nadie era capaz de recomendarnos un figón de campo en el camino de regreso optamos por la autopista. Y al final no tuvimos tiempo para cruzar Lercara Friddi, pueblito donde nació Lucky Luciano, quien, para evadir la cárcel, se avino a asesorar y acompañar a las tropas norteamericanas en la imprescindible conquista de la isla. En Nueva York estuvimos un día en el vetusto Caffe Roma, en cuyo sótano fue entronizado mafioso con pedigrí.

Contemplábamos muchas tuneras y vimos mucho tuno en los mercados. Sicilia ha convertido esa fruta (marginal en España) en una delicadeza; no engorda y está llena de vitaminas. Los limpian primorosamente, los empaquetan, como si fueran bombones, y cubren el consumo de toda Italia.

Sicilia nos redescubrió la berenjena, y nos sorprendió la actividad alrededor del hinojo silvestre; a ninguno de nuestros cocineros de pinzas y florecillas se le ha ocurrido rescatar su singular potaje, que es patrimonio gastronómico isleño. Italia hace con cualquier cosa una Capilla Sixtina. Saben de involtini: convencen con facundia musical y venden lo que les viene en gana. Y antes de regresar experimentamos cómo se las gastan los taxistas. Tomamos uno y nos dio tal paseo que hasta nos desorientó; fue para almorzar en uno de los Osteria Lo Bianco, que resultó negro. Volveremos a Sicilia. Nos llegó al corazón.

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