Rinconcito de inmigrantes

Una magnífica panadería, una tasca de cocina de Livorno y una singular esquinita norteamericana

La minuta del Cachuck.

N os lamentamos de no haber gozado la comida italiana. Cuatro veces hemos visitado Italia y comido a lo italiano en ciudades de notable raigambre, como Londres, Buenos Aires o Nueva York, y tampoco. Solo lo hicimos a gusto en el pequeño restorán Mediterráneo de la calle Hierro. Pero murió el perfeccionista y cascarrabias del señor Rossi y acabose el festín.

A pesar de que Las Palmas de Gran Canaria es distinguida por sus muchos inmigrantes italianos, y respectivos ristorantes, comemos buena pasta fresca con ricas salsas en casa; los españoles, además, inventamos un gran plato de pasta: los macarrones con chorizo (ibérico de Candelario), salsa de tomate casera y aurea capa de manchego. Au gratín.

No hay manera de dar con figón que acalle la nostalgia del inmigrante. Cada vez que conocemos uno le inquirimos ¿dove mangi bene qui? y se nos viene abajo. Mas un empleado de magnífica panadería, Tarei, de inmigrantes italianos, nos indicó un figón en el Mercado del Puerto. Pero antes queremos que sepan que esa pequeña panadería, a la que hemos acudido varias veces, e introducido a amigos, emplea masa madre y harinas ecológicas, solamente, para hornear prietos y fragantes panes; como el de aceitunas (solo los viernes), o rústicos, de espelta, integrales... Calle la Naval 169. Sin embargo, la mujer que los expende tiene un carácter que intimida y no nos permitió fotografiar al jefe del obrador, que se sitúa a 2 metros del mostrador: "¡¡Venga otro día!!", nos animó con energía castrense. Es, lo que se dice, "un carácter", aunque esto suele ocultar frustraciones o complejos.

Apetitosos montaditos

Y llegamos al rincón del mercado de nombre Cachuck; son 25 m2 y se vale del pasillo como campo de mesas, que son altas, y taburetes; es algo incómodo, pero tras una ojeada a la lista de platos se intuye que la manduca es distinta. Los patronos son una encantadora pareja: Micaela Gianpaoli, que estudió hostelería, y Matteo Leonardi, licenciado en lenguas muertas pero que también decidió venir y vivir de la comida de la patria chica, Livorno. Ofrece apetitosos montaditos; algunos novedosos, como los de sardinas marinadas. Tomamos en la primera ocasión Lasaña con setas, que vino un pelín fría aunque rica; Spaghetti carbonara (sin nata) sin mácula; Cacciucco a la Livornese: sencilla caldereta de pulpo, choco y mejillones, reducción de tinto y pasta de tomate; y un sabroso estofado de jabalí al estilo maremmana: sur de Toscana. En general estuvo bien y, sobre todo, diferente a lo que se ofrece en los locales de pasta, pizza e involtini que nos inundan. En la segunda ocasión, como un memorial a Sicilia, tomamos el plato que más nos gustó de la isla: Caponata. Magnífico. La Lasagna con espárragos verdes tuvo un fallo: los espárragos estaban deshechos por sobrecocción; pero el queso Taleggio, cremoso, derretido, untuoso, resulta delicioso; perfecto para ese tipo de elaboración. Y Estofado de choco con fabes: plato toscano marinero que aúna un sencillo compuesto de chocos (fondo o sofrito de cebolla, tomate...) y una legumbre. Estaba reposado y les quedó sabroso; combinación que se ha recuperado en la actual praxis coquinaria, que no vanguardista. ¡Tiene vinos españoles! Cierra domingo noche y lunes.

Y justo en la otra esquina hay un local liliputiense: Woodie's Kitchen, de comida popular norteamericana: buffalo wings (alitas de pollo) con papas fritas; pizzas (una es a la Canaria, con queso de Guía), dos tipos de perritos calientes y postres ( pies o empanadas, brownies...). Es propiedad de Stephen M. Mateo, un raro inmigrante norteamericano en tanto que es hijo de un canario, Tomás Mateo Castello, que una noche de 1946 se introdujo con un amigo en el viejo Club Náutico, se robaron un velero, navegaron y, en lugar de atracar en Nueva York, por poco alcanzan Canadá. Un mercante los recogió moribundos y el velero casi destrozado. Años después Tomás casó con canadiense, Marlene Law, la que sería madre de Stephen. Pero la epopeya es tan larga como entrañable y continua donde comenzó: Stephen, que vivía en California, un día le dio por conocer la tierra de su viejo, le encantó y ahora no hay quien lo mueva. Con su pequeño negocio y muchos y calurosos familiares, de Las Rehoyas, vive feliz. Y para que se conozca la gesta de su progenitor escribió un libro, Travesía. Tan amable y humano es Stephen que nos recordó que existe gente magnífica, grata, educada, con clase. No cierra. Sirve a domicilio. Tel: 652 528 271.

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