El presidente de la Sociedad Española de Nutrición Comunitaria y especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública, Javier Aranceta, reclama a los centros educativos que haya "sintonía" entre aprendizaje y realidad porque no pueden dar enseñanzas de biología y hábitos saludables y después que haya "palmera de chocolate y esté ahí tres meses porque sobró de Navidad". En una entrevista concedida a Europa Press con motivo de unas jornadas sobre alimentación saludable organizadas por Hiperdino y Hecansa en Canarias indica que "el colegio muchas veces se lava las manos" y en su opinión, "todo tiene que ser educativo, incluida la comida".

Aranceta entiende que un colegio "no es el sitio" para vender bebidas azucaradas, 'snacks' o bollería industrial porque "la obligación" de las instituciones es promover "ambientes saludables" y ayudar a una buena elección de los alumnos aunque cree tampoco hay que ser "talibán" y que no haya una chocolatina. Así, reivindica la puesta en marcha de máquinas de 'vending saludable' con 'tupper' de frutas, bocadillos tradicionales o zumos de naranja recién exprimidos, como ya funcionan en las universidades de Deusto o Navarra, por ejemplo. En el segundo caso, incluso, hay un sistema de identificación por colores que regula la idoneidad de cada producto -rojo, amarillo y verde-.

Aranceta apunta que "no hay que prohibir todo" sino más bien, establecer una negociación con niños y jóvenes y que entiendan que las golosinas, el chocolate o las papas fritas sean "cosas ocasionales" durante el fin de semana o en un cumpleaños. "Que no sienta que hace algo mal", comenta. Pone como ejemplo del fracaso de la prohibición lo que ocurrió en Francia a mediados de los años 90 cuando esos productos se retiraron de los centros y los niños los compraban en las tiendas de los alrededores, lo que demuestra que al final "lo hacen a escondidas".

"La familia se tiene que implicar"

"Es un proceso educativo en el que la familia se tiene que implicar. Que no aprecien que les ha puesto a dieta la vida", subraya.

Sobre los comedores escolares se muestra partidario de un comedor "integrado" por delante del catering y también cree que los padres deben pagar más por los menús aunque sea una "revolución" -el importe mínimo son 4,60 euros- para garantizar la mayor calidad del servicio. Además, propone organizar "una especie de asociación entre padres y madres" con un calendario de trabajo que implicara a los padres, unos comprando, otros en cocina y un tercer grupo atendiendo en la sala.

"Hay que intentarlo", señala, entre otras cosas porque el padre que vaya a la carnicería del barrio, cuando diga que la carne es para el colegio "le darán la mejor" porque el hijo del carnicero estudia allí o incluso porque él mismo fue alumno en el pasado. En esa línea, recuerda un proyecto que puso en marcha con fruta que estaba 'picada' y una vez troceada y eliminada la mala apariencia, se la comían "y no se enteraba nadie", lo que ocurre es una labor añadida a los trabajadores.

"No es fácil pero hay que querer", destaca, remarcando que muchas veces se recurre a las croquetas o las empanadillas que "puedes meter hasta trozos de diablo". Aranceta apunta también que el huerto escolar "es un apoyo" para lograr hábitos saludables porque si el niño "lo riega y ve crecer igual deja de ser un punto negro las ensaladas", lo mismo que en las casas incentivar que hagan pequeñas actividades en la cocina para dar rienda suelta a sus habilidades.

La nutrición no está en la agenda de los gobernantes

Con todo, lamenta que la nutrición no estén "en agenda de los gobernantes" que no han entendido que si en este campo "inviertes uno ahorras diez" en el tratamiento de enfermedades crónicas y asociadas al envejecimiento.

Pone como ejemplo a Japón, que en la década de los años ochenta "se dio cuenta" de que su población envejecía y tenía la esperanza de vida más alta del mundo. "Echaron números y se dieron cuenta del gasto sanitario insostenible y pusieron en marcha un programa de educación nutricional para la población y apoyo a la innovación a través de alimentos funcionales. Ahí empezó el kilómetro cero", indica.