Ese color verde intenso que desprenden las hojas de la espinaca no hace sospechar que esta verdura gana en concentración de betacarotenos a la que pasa por ser la reina de ese nutriente precursor de la vitamina A: la zanahoria. Sin embargo, este componente solo es uno de los fuertes de la espinaca, que posee una alta concentración de hierro ideal contra la anemia.

El mito de Popeye es cierto, aunque solo en parte. Porque ver al famoso personaje de animación desarrollando sus bíceps a golpe de tragar el contenido de un bote de espinacas es real. Pero no es la verdura, ni siquiera el alimento, con mayor contenido en hierro. La leyenda es solo parcialmente cierta.

En el territorio de verduras y hortalizas tiene quienes la aventajan. La superan hortalizas como la berenjena o verduras como el perejil, sin mencionar otros productos vegetales como las legumbres o animales como las carnes o el pescado.

Con todo, la presencia de este mineral en la espinaca, junto a la alta concentración asimismo de ácido fólico son solo algunas de sus virtudes alimenticias. Esos nutrientes podrían ser suficiente motivo para aumentar su consumo, aunque la absorción del hierro de origen vegetal se ve dificultada por la presencia de sustancias naturales de la espinaca, como el ácido oxálico. Por eso es un alimento que puede no ser muy útil en el tratamiento de una anemia ya diagnosticada, pero si es fundamental en su prevención.

Junto a ser profiláctica para la anemia, esta verdura está considerada un potente anticancerígeno, sobre todo frente a los tumores en el pulmón. Comer espinacas inhibe la aparición de tumores, especialmente de ese órgano, de modo que las personas que tienen el hábito de fumar deberían incluir esta verdura como un alimento habitual en su dieta.

Y ese poder se encuentra en la riqueza de esta verdura en betacarotenos. Es superior, incluso, a la de la zanahoria, un alimento que tradicionalmente ha sido considerado como el rey de este nutriente pues los carotenos confieren color rosado y anaranjado a los alimentos.

Sin embargo, el verde intenso de las hojas de las espinacas es seña de su identidad y el bermellón no aparece por ningún lado. En este caso la clorofila, un pigmento de color verde, está en tal abundancia que enmascara el color del betacaroteno. Una sustancia que es un componente proactivo para la salud y que ha adquirido una importancia como agente antioxidante.

Por tanto, las propiedades antioxidantes y anticancerígenas de la espinaca se deben, sobre todo, a los betacarotenos. Son precursores de la vitamina A. Se trata de un tipo de pigmento que, una vez ingerido, se transforma en el hígado y el intestino delgado en vitamina A. Es un elemento antioxidante que ayuda a prevenir el cáncer, especialmente los que se desarrollan en pulmones, la boca y el estómago, zonas de mucosas.

Más vitamina C y potasio

La riqueza nutritiva de la espinaca no se queda únicamente en su alta concentración en hierro y betacarotenos, sustancia esta que produce en el organismo vitamina A. Destacan además en ella los folatos, la vitamina C y minerales como

el potasio.

La capacidad antioxidante de la espinaca, por tanto, la refuerza esa vitamina, mientras que los folatos hacen lo propio con su poder antianémico.

Además, el potasio regula el equilibrio hidroelectrolítico de los diferentes líquidos internos (entre ellos la sangre), motivo suficientemente importante para reducir la retención de líquidos, regular la hipertensión arterial o evitar la deshidratación.

Con más del 92% de presencia de agua, está compuesta además por fibra que, como en casi todas las verduras, ayuda a mejorar el tránsito intestinal. Solo 22 calorías en 100 gramos la convierten en fundamental para la dietas

de la obesidad. Pero siempre que se combine con alimentos que no contribuyan con su contenido calórico. Es, por ejemplo, un ingrediente básico del potaje de vigilia, un cocido capaz de resucitar a un muerto.

La mejor manera de aprovechar sus propiedades, como en la mayoría de los vegetales, es en crudo.