Gabriel Suárez Mahugo, dermatólogo en Canarias, explica cómo controlar la caspa: “No es solo un problema estético, puede afectar tu calidad de vida”

El experto revela qué puedes hacer para evitar que te amargue el día a día

Cómo tratar la caspa

Cómo tratar la caspa / LP/DLP

Johanna Betancor Galindo

Johanna Betancor Galindo

Las Palmas de Gran Canaria

Hay una batalla que muchos libran a diario, en silencio, sin testigos. Comienza en la raíz del cuero cabelludo y se extiende como un murmullo que arde y molesta.

El picor es tan intenso que hay quien fantasea con arrancarse el pelo. Y luego llega la vergüenza, la camisa negra cubierta de escamas, el gesto automático de sacudirse el hombro, la mirada esquiva en el espejo. No es solo caspa. Es un malestar que se cuela en la autoestima, que marca la rutina y que a veces incluso aleja a quien lo sufre de los demás.

El dermatólogo canario Gabriel Suárez Mahugo, desde su consulta en Canarias Dermatológica, ha decidido romper ese silencio.

En un vídeo cercano y directo, lanza un mensaje necesario: “La dermatitis seborreica no se cura, pero sí se puede controlar. Y no, no estás solo. Deja de sufrir en silencio”. Porque cuando la piel grita, lo hace por dentro y por fuera, y aprender a escucharla es el primer paso para recuperar algo tan básico como el bienestar.

Un enemigo cotidiano

La dermatitis seborreica es una afección cutánea crónica e inflamatoria. Pero no te dejes engañar por lo técnico de la definición. En la práctica, es esa sensación incómoda que va más allá de la estética.

Se manifiesta como escamas blancas o amarillentas, enrojecimiento, grasa, picor. Suele aparecer en zonas con muchas glándulas sebáceas: el cuero cabelludo, las cejas, los laterales de la nariz, detrás de las orejas. Y aunque sus causas exactas son un misterio sin resolver, sí se sabe que hay factores que la despiertan y la alimentan.

Hongos como el Malassezia, alteraciones en la barrera cutánea, desequilibrios hormonales, predisposición genética. Y luego están los detonantes: el estrés que se acumula sin avisar, el frío que reseca el ambiente, una jornada de trabajo interminable o un producto inadecuado. Todo influye, todo suma y el brote aparece.

Más que picor: lo que nadie te cuenta

Gabriel Suárez lo resume con una frase que impacta: “Esto no es una molestia leve. Es algo que puede condicionar tu día, tu ropa, tu ánimo”. Porque la dermatitis seborreica, cuando se presenta con fuerza, no solo duele: incomoda, limita, avergüenza. No es raro que algunos pacientes lleguen a la consulta con síntomas de ansiedad o baja autoestima.

Hay quienes dejan de usar camisetas oscuras. Quienes evitan el contacto físico por miedo a la descamación. Quienes se obsesionan con lavarse la cabeza cada día sin saber que quizá, sin quererlo, están empeorando el problema.

¿Cómo frenarla?

La buena noticia es que hay herramientas para reducir la frecuencia y la intensidad de los brotes. La clave está en tratar desde varios frentes y con constancia. Según el dermatólogo, estos son los pilares del tratamiento:

  • Champús y geles antifúngicos: olvídate del clásico H&S si no te hace efecto. Hay productos específicos con principios activos como el ketoconazol o la piritiona de zinc que reducen el hongo que alimenta la inflamación.
  • Cremas antiinflamatorias suaves: para zonas visibles como la cara o detrás de las orejas, se usan corticoides de baja potencia o inhibidores de la calcineurina, que ayudan a modular la respuesta inflamatoria sin dañar la piel.
  • Productos seborreguladores y rutinas de limpieza suave: no se trata de limpiar más, sino de limpiar mejor. Usar jabones respetuosos con la piel, evitar agua caliente y no frotar. El objetivo es preservar la barrera cutánea.
  • Tratamientos orales: en casos rebeldes, donde el brote no remite o se vuelve crónico, pueden indicarse antifúngicos por vía oral o incluso bajas dosis de isotretinoína para regular la producción de grasas.
  • Algunos hábitos pueden agravar la dermatitis sin que lo sepas. Rascarse, por ejemplo, es un gesto instintivo que alivia unos segundos pero que deja la piel herida. Usar lociones con alcohol, lavarse con jabones agresivos o abusar de gorros y cascos son errores comunes que conviene revisar.

También hay un componente emocional: el estrés y la ansiedad no solo se sienten, también se manifiestan en la piel. Por eso, muchas veces, el tratamiento ideal incluye también aprender a bajar el ritmo, dormir mejor y cuidar lo que no se ve.

Más allá del diagnóstico, hay una necesidad de ser escuchado y de saber que hay soluciones. No todo está perdido y que el camino hacia una piel más sana empieza por dejar de esconderse.

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