Estas son las emociones que también se atienden en consulta, según la médico y coach Mapi Pérez
En la consulta médica no solo se ausculta el cuerpo, también se escucha al corazón emocional

Gestión de las emociones en consultas médicas / LP/DLP

La escena es habitual, una persona entra al despacho de su médico buscando respuestas para un dolor físico, un síntoma que inquieta o una prueba que preocupa. Pero en el relato, entre signos y diagnósticos, se cuelan silencios, miradas bajas, lágrimas inesperadas.
“Como médica no solo veo enfermedades, también veo emociones, como miedo al diagnóstico, alegría tras el alta, ira por la espera o tristeza por lo perdido”. La frase de la doctora y coach Mapi Pérez (dra.medcoach) resume un principio que la medicina moderna aún lucha por integrar, no hay salud física sin salud emocional.
Las emociones como brújula de vida
La experta recuerda que las emociones no son un añadido prescindible, sino impulsos instintivos que guían nuestra supervivencia y bienestar. Se manifiestan en cuatro niveles: mental, corporal, conductual y sentimental. De manera que gestionarlas de forma sana nos ayuda a tomar decisiones más acertadas, a ser más flexibles y, sobre todo, a dirigir mejor nuestras vidas”.
En su consulta, Mapi Pérez explica que cada emoción cumple una función adaptativa. La ira, por ejemplo, moviliza energía para actuar ante una injusticia. El miedo, lejos de ser solo paralizante, afina los sentidos para protegernos. El asco evita la ingesta de lo que podría dañarnos. La tristeza nos invita a recogernos y reflexionar ante una pérdida. Y la felicidad, cuando aparece, estabiliza y motiva para alcanzar nuevas metas.
“Todas las emociones son impulsos instantáneos para actuar”, subraya la médica. “El problema no es sentirlas, sino no saber interpretarlas o gestionarlas”.
Del impacto al sentimiento
No es lo mismo una emoción que un sentimiento. La primera es una respuesta rápida, instintiva, nacida en el sistema límbico, la parte más primitiva del cerebro. El segundo, en cambio, es la interpretación consciente de esa emoción, procesada por el neocórtex. Así, el miedo ante una mala noticia se transforma, con el tiempo, en una preocupación más estable, o en una determinación serena para actuar.
En el día a día, esta distinción tiene consecuencias. Si aprendemos a detenernos en el momento en que surge una emoción, podemos decidir cómo queremos que evolucione. De lo contrario, puede derivar en sentimientos que nos limiten durante semanas, meses o años.
El papel del médico como testigo emocional
Mapi Pérez sostiene que la relación médico-paciente es un lugar privilegiado para detectar y trabajar con las emociones. “Veo cómo el miedo puede bloquear, cómo la ira a veces no es más que impotencia, o cómo la tristeza puede esconder un duelo que nadie ha sabido acompañar”.
Para ella, el reto no es solo tratar la enfermedad, sino ayudar a la persona a reconocer y aceptar lo que siente. Esa gestión emocional, insiste, no es un lujo ni una moda: tiene impacto directo en la salud cardiovascular, inmunitaria y neurológica.
Aprender a escucharse para cuidar(se)
La doctora propone ejercicios sencillos para comenzar:
- Pausar y ante una reacción intensa, para dar espacio entre el estímulo y la respuesta.
- Nombrar la emoción que se está sintiendo (“estoy triste”, “estoy enfadada”) para disminuir su intensidad.
- Observar el cuerpo, identificando dónde se manifiesta esa emoción (tensión en el cuello, nudo en el estómago, agitación en el pecho).
- Reflexionar sobre qué necesidad está detrás (seguridad, descanso, compañía, justicia).
Al final, lo que más enferma no es lo que sentimos, sino lo que intentamos no sentir.
Más allá de la consulta
El trabajo de la doctora no se limita a las paredes de su despacho. A través de su perfil en redes sociales, comparte reflexiones y recursos para que cualquier persona, desde cualquier lugar, pueda aprender a convivir con su mundo emocional. Su objetivo es claro: que la salud se entienda como un equilibrio entre lo que ocurre en el cuerpo y lo que sucede en la mente y el corazón.
Porque, como recuerda, “cuidar de nuestras emociones es también medicina preventiva”. En cada diagnóstico hay una guía invisible de miedos, esperanzas y recuerdos que el médico no puede ignorar.
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