España celebra hoy, 8 de septiembre, el Día del Cooperante, una fecha que se creó para reconocer el trabajo que más de 1.400 españoles realizan por zonas desfavorecidas de todo el mundo. Siempre resulta obligado destacar el gran valor del trabajo que realizan en tan difíciles condiciones y en el enorme impacto que éste tiene en la mejora de las condiciones de vida de las personas en decenas de países en desarrollo. Sin embargo, teniendo en cuenta la difícil situación económica actual, en que los presupuestos de las Administraciones públicas se están recortando de forma drástica y a veces indiscriminada, me parece de mayor utilidad exponer mi opinión sobre la importancia que puede tener para nuestro país, precisamente en estos momentos, no sólo no reducir sino aumentar significativamente las partidas presupuestarias dedicadas a fomentar el que los jóvenes participen en proyectos de cooperación.

España está buscando un nuevo modelo económico que le permita salir definitivamente de la crisis y crecer de forma sana y estable en los próximos años. Y cada vez parece más evidente que el mejor camino para garantizar el futuro de nuestra economía es aumentar nuestra presencia en el exterior. De hecho las grandes o medianas empresas que están obteniendo mejores resultados son aquéllas que han conseguido aumentar su presencia en los mercados exteriores. Un dato muy elocuente en este sentido es que como consecuencia de la crisis las empresas del Ibex han aumentado su presencia exterior hasta el punto de que a partir del año 2009 más del 50% de sus ingresos procede de los mercados internacionales.

Por otra parte, y a diferencia de otras épocas, esa presencia está aumentando no en los países desarrollados sino en países en vías de desarrollo que en muchos casos han pasado a denominarse "emergentes", y que están experimentando un crecimiento mucho mayor que el de los primeros. El Sureste asiático, África o América Latina han dejado de ser áreas de subdesarrollo endémico y muchos de sus países tienen índices de crecimiento que envidiaríamos en Europa. A este respecto, resulta significativo que los países subsaharianos y asiáticos, considerados como prioritarios por la cooperación española, hayan crecido una media del 7% anual en 2010.

Sin embargo, muchas veces el crecimiento se está produciendo en esos países de forma desordenada, creándose enormes desigualdades, descuidándose los servicios públicos, todo lo cual puede convertirlos a medio plazo en focos de inestabilidad y conflictos sociales. Por este motivo, aunque se está reduciendo el protagonismo de la cooperación, tanto la internacional en general como la española en particular, en el desarrollo económico de estos países, su papel resulta clave para lograr un desarrollo social con cohesión y estabilidad. El trabajo que está llevando a cabo la cooperación en sanidad, educación, infraestructuras y gobernanza resulta indispensable para que el desarrollo de estos países pueda ser más equilibrado.

La contribución de los cooperantes al desarrollo humano y social de un país es muy difícil de medir en cifras. Su trabajo no consiste sólo en gestionar fondos para escuelas, viviendas o infraestructuras, sino que en muchos casos su aportación es vital en la formación de la población local, trabajando día a día con ella, ayudándola a organizarse, a vencer dificultades y a buscar soluciones a problemas de toda índole. Cuando he visitado proyectos de cooperación en lugares sin apenas medios y a veces con autoridades poco dadas a colaborar, siempre me ha llamado la atención el carácter emprendedor y la tenacidad de los cooperantes, que les llevan a culminar los proyectos, y pienso que muchas empresas privadas con mayores recursos difícilmente serían capaces de vencer las innumerables dificultades que surgen diariamente.

Además, en la cooperación el aprendizaje se produce en las dos direcciones. Es evidente que se trata de beneficiar a las poblaciones locales, pero también los cooperantes que salen de España a un país en desarrollo adquieren una formación especialmente valiosa. Ninguna escuela de negocios, por buena que sea, es capaz de enseñar lo que se aprende conviviendo con la gente en los países en desarrollo, comprendiendo sus problemas, su cultura, aprendiendo a escuchar, a entender cómo ven ellos su futuro y sobre todo, a adquirir la experiencia de sacar adelante proyectos en condiciones muy adversas. La cooperación siempre supone un enriquecimiento mutuo.

Nuestro país, que probablemente se juega parte de su futuro en reforzar su presencia en estas zonas, debería aumentar los fondos de cooperación no sólo por un compromiso ético que nos tiene que recordar que pese a nuestra crisis hay sociedades en condiciones mucho peores y que necesitan de nuestra solidaridad, sino también por una visión geoestratégica a corto y medio plazo. La presencia de personal español sobre el terreno facilita la entrada en los países a las empresas españolas y da la imagen de que España colabora en su desarrollo y no solo se aprovecha de él.

Pero más importante que nuestra imagen institucional puede ser el impacto de la cooperación en la formación de nuestros jóvenes. Muchas empresas españolas a las que se les presentan oportunidades para desarrollar proyectos de toda índole en estos países se encuentran con la enorme dificultad de encontrar personal español con conocimiento del país, del idioma y con la experiencia necesaria para sacar adelante proyectos en condiciones muy distintas a las que se pueden encontrar en España. Por otra parte, hay muchísimos jóvenes dispuestos a participar en proyectos de cooperación durante periodos de uno o dos años como parte de su formación humana y profesional, en una experiencia semejante a la que les supone estudiar con una beca Erasmus en otra Universidad.

Si España fuera capaz de aumentar los fondos para cooperación y sobre todo el número de cooperantes, se podría encontrar en uno o dos años con una gran cantidad de personal joven y formado, lo que nos permitiría aumentar exponencialmente nuestra presencia en estos países y contribuir con iniciativas públicas o privadas a un desarrollo y enriquecimiento mutuo. Además al contar con este tipo de personas, que a su formación suman un especial compromiso ético y social, podríamos convertir en realidad lo que muchas veces sólo ha sido una política de imagen sin contenido real: la responsabilidad social de nuestras empresas y de España en los países en desarrollo.