La pareja no es para siempre. Al menos en Canarias, comunidad donde según el Instituto Nacional de Estadística (INE) se registraron el pasado año 5.760 rupturas matrimoniales entre nulidades, separaciones y divorcios, de un total de 110.321 en todo el Estado. Un dato que coloca a las Islas como segunda región española donde más personas rompen son su pareja. Del total de disoluciones tramitadas en las Islas con un plazo de resolución que no superó los seis meses, 5.484 fueron divorcios, 270 separaciones y seis nulidades.

Con una tasa de 2,78 rupturas por cada 1.000 habitantes, una media que supera a la estatal, cifrada en un 2,35, no se trata de una situación nueva derivada de la inestabilidad de las familias canarias, o de la creciente pérdida de valores del matrimonio, civil o eclesiástico. Algo de esto hay, pero a juicio de abogados expertos en litigios matrimoniales, sociólogos y sacerdotes con los que habló ayer este periódico, los datos del INE son un reflejo de la evolución canaria en su conjunto y del cambio generacional que reniega de la formación de la unidad familiar en la misma dirección que tomaron sus padres y abuelos.

"Quizás tenga que ver el hecho de que en Canarias la Ley del Divorcio se ralentizó, y al modelo de familia tradicional asentada, esta nueva situación se presentaba como algo trágico, y con los años ha dejado de ser un trauma, una normalización de la vida", explica la abogada Laly Guerra. En su opinión, no cabe hablar de circunstancias especiales para buscar razones que justifiquen la alta incidencia de las rupturas en Canarias. El aumento de población en las Islas junto a los mecanismos jurídicos que facilitan una nueva vida, es reflejo de "cómo evoluciona la sociedad canaria", según la letrada, y que "asume sin trauma el que existan diferentes tipos de familia".

La perdida de valores hacia el modelo de familia tradicional no es determinante en este caso, aunque desde la Iglesia se constata todo lo contrario. "No creo que se trate de eso", subraya Guerra. Ni siquiera la crisis económica y sus efectos colaterales están detrás de las frías estadísticas. "En los años 2009 y 2010 se preveía un descenso en las separaciones por la crisis, sobre todo porque el gasto de la nueva situación familiar se multiplica". No ha sido así.

Para Aniano Hernández, profesor de Sociología en la ULPGC, "la Comunidad canaria ha sido tradicionalmente la región de España más dinámica en cuanto a separaciones y divorcios. Por tanto, la primera razón explicativa es la propia costumbre social que ha arraigado en esta Comunidad". Según Hernández, "la sociedad canaria acepta mejor que otras las rupturas matrimoniales porque ha formado parte de su carácter (ethos) en los últimos decenios".

Expectativas

En su opinión, "la precariedad y la pobreza disparan las rupturas debido a que los compromisos y las responsabilidades se desvanecen cuando no hay expectativas económicas o cuando son débiles", al igual que "el matrimonio temprano, que también ha sido un factor desencadenante del mayor dinamismo de las rupturas en Canarias".

Por su parte, el sociólogo Pedro Hernández sostiene que lo que ocurre en Canarias "es una caricatura" del resto del Estado. Los nuevos valores y culturas han favorecido que se produzca un "cataclismo" porque "esos valores son difíciles de asimilar". Los datos no sorprenden a este especialista, que argumenta que se repiten en los últimos años debido a que "Canarias es una comunidad que tiene grandes contradicciones, donde ha habido un desarrollo acelerado en lo económico tras salir de una situación de pobreza y formación cultural", sostiene Hernández.

En su opinión, el "desfase" al que alude "repercute en problemas de tipo social" no solo en Canarias sino "en todas partes donde existan diferencias con los valores tradicionales". En el caso concreto de las Islas, "no existen unas raíces sólidas de tradición, de costumbres", por su condición de comunidad receptora y cosmopolita.

En este contexto, la Iglesia entiende asistimos a un cambio generacional que rehúye de las formas tradicionales de familia. "Gran parte de los jóvenes no valoran el matrimonio, no entra en su proyecto el hecho de casarse, ni por la Iglesia ni por lo civil", explica Agustín Sánchez, párroco de La Isleta y juez del tribunal eclesiástico. La falta de compromiso convierte al núcleo familiar en una "institución inestable", que a juicio de Agustín Sánchez "tiene su efecto en los hijos" que ya se han acostumbrado a sustituir a su padre o madre natural por las nuevas parejas.