Apenas transcurrido un mes y medio del nombramiento de su hijo (17 de mayo de 1937), el rico hacendado, propietario de grandes extensiones de suelo urbano y agrícola en Gran Canaria, fue detenido y trasladado a la Prisión Provincial. El viejo Negrín no había tenido protagonismo político alguno en la República. Alternaba su residencia de la Isla con la de Madrid, donde vivía en un apartamento de la calle Espalter 5, cerca del Retiro, para así poder disfrutar de sus nietos Juan, Rómulo y Miguel.

El padre del político vigilaba desde la distancia sus fincas de plataneras y tomates, acciones de aguas, inmuebles y operaciones mercantiles varias. Su negocio principal, la compraventa, le lleva en 1936 a viajar a la Isla, y es aquí donde le atrapa el alzamiento de Franco y el comienzo de la guerra civil. Ya no podrá regresar a Madrid, ni reunirse en el exilio con su esposa, Dolores, sus hijos Lola y Heriberto, sacerdote claretiano, y su cuñada Fora, que eligen el éxodo a Lourdes por su profunda religiosidad.

José Medina, autor de La familia Negrín en Gran Canaria, se hace eco de la preocupación que embarga a Negrín hijo ante el apresamiento de su padre por los nacionales. El investigador, también presidente de la Fundación Negrín, cita un párrafo de las memorias de Azaña donde Negrín le transmite su temor: "Mi padre, que, como toda mi familia, es más bien de derechas, preso en Canarias. Amenazas de fusilarlo si fusilo a Golfín". Javier Fernández Golfín era un arquitecto al servicio de las tropas franquistas, finalmente ejecutado tras ser interrogado por la policía republicana en el oscuro proceso abierto al líder comunista Andrés Nin por espionaje.

La conversación entre Negrín y Azaña transcurre en 1938, y de la misma se desprende que el terrateniente estaba en la lista de presos a ejecutar. Según un diario del rehén, la detención se produce el 2 de julio de 1937 a una hora tan intempestiva como las once de la noche, probablemente en la casa familiar de la calle Buenos Aires 3. A una hora no menos rara, a las ocho de la noche, seis días después, es llevado desde la Prisión Provincial al Hospital San Martín.

Este traslado nocturno entre la espesa niebla de la represión, plagada de venganzas, viene a ser el botón para el trabajo de hilo y aguja de sus silenciosos ángeles de la guarda. Espantados ante lo que se le podía venir encima al padre de Negrín en una cárcel controlada por militares alzados y falangistas violentos, los médicos José Ponce Arias, Juan Bosch Millares y Francisco Hernández Guerra asumieron el riesgo de pedir a las autoridades un trato hospitalario para el preso, diabético y enfermo del corazón. Los tres doctores se habían especializado en el extranjero, y dos de ellos [Bosch y Hernández] habían residido en la Residencia de Estudiantes de Madrid, donde Negrín hijo había dirigido el famoso Laboratorio de Fisiología.

Al ablandamiento cuartelero no sólo contribuyó la autoridad moral y el reconocido prestigio de estos galenos liberales, sino también el deseo del burócrata de turno de desembarazarse lo más rápido posible de un preso con tanto poder. Su delito era ser el padre del presidente de la República, pero a su favor estaba que pertenecía a la influyente oligarquía y que tenía un hijo claretiano, Heriberto. A ello se añade que su otro hijo atendía los ruegos de prohombres locales y amigos de la familia como el banquero Rodríguez Quegles o el técnico de Obras Públicas Simón Benítez Padilla, director del Museo Canario, a los que ayuda a salir de la zona republicana para reunirse con sus allegados. Tampoco faltó otro nombre trascendental, Matías Vega Guerra, el joven abogado de los intereses del detenido, que tras la guerra civil desarrollaría una carrera política fulgurante. Entre todos empujaron para abrir el paraguas protector.

Tras el traslado al San Martín, hoy centro cultural, Negrín Cabrera ocupa una de las habitaciones aisladas del edificio. El 12 de junio de 1938 escribe en su diario: "Por orden superior, quedo incomunicado, con el público que acostumbraba a visitarme, y aún con sacerdote, o religioso que solicite para confesar". En la misma libreta, el 30 de agosto de 1938, redacta: "Se recibe un oficio en este Hospital de San Martín, autorizando la entrevista solo para confesar, a sacerdote o religioso que merezca la confianza de la autoridad". Un año después, el 14 de febrero: "Se me incomunica en el calabozo del Hospital San Martín y se me prohíbe hablar hasta con mi choffer (sic), y apenas se me permite que reciba la comida, y esto por estar sometido a régimen debido a la enfermedad".

A finales de los sesenta del siglo pasado la estremecedora Ley de Responsabilidades Políticas de Franco entra en declive y Juan Negrín Jr. puede viajar a Gran Canaria. El hijo del presidente republicano, que reside en Nueva York, acude al Obispado para agradecer a la Iglesia las gestiones realizadas para liberar a su abuelo encarcelado en el Hospital San Martín. La persona que había pedido clemencia ante Franco no había sido otra que el obispo Pildain y Zapiain, un ultraconservador nato en lo que al sostén de la moralidad se refiere, pero siempre dispuesto a extraer resquicios de humanidad de la Dictadura.

El canónigo también formaba parte del paraguas protector: en un mundo donde un paso en falso podía acarrear el presidio o la muerte, el obispo recibía a través de su confesor, el claretiano Serna, información de la familia Negrín en el exilio gracias al también claretiano Heriberto, el otro hijo del viejo Negrín. El peculiar servicio de información, amparado en el secreto de confesión, alegraba la vida al preso cada vez que el alto prelado lo visitaba en el San Martín.

Tras su puesta en libertad, el padre de Negrín intenta poner en orden su patrimonio, amenazado por las nuevas leyes de Franco contra los republicanos. Muere en 1941 en la Clínica de Santa Catalina, y hasta el último momento, pese a su delicada salud, acomete alguna operación como la compra de un inmueble en Triana, hoy sede de una entidad bancaria, a los herederos de Franchy Roca. "Él intenta salvar sus propiedades. Hay que tener en cuenta que es una persona muy inteligente y muy bien asesorada. Se había hecho a sí mismo, era hijo de un zapatero de Telde y gracias a sus estudios en el Seminario consigue salir adelante", afirma José Medina.

Uno de los consejos jurídicos que recibe es no hacer testamento. La ley de Responsabilidades Políticas de Franco empieza a aplicarse con carácter retroactivo, y el nuevo régimen se retrotrae a los acontecimientos de la Revolución de Asturias de 1934 para endilgar al presidente republicano una multa de 100 millones de pesetas por su participación en los mismos. La existencia de un testamento supondría, cómo no, la incautación de la herencia para el cobro de la sanción. Así y todo, la Abogacía del Estado franquista no se arredra y aprovecha el abintestato (sin testamento) para intervenir la herencia de los Negrín, tras expulsar a los administradores de la familia. Tal como descifra Medina en su libro La familia Negrín en Gran Canaria, dicho periodo de tutela institucional provocará verdaderos desmanes sobre las propiedades acumuladas por el viejo Negrín.

A partir de los años 40 se producen cambios de linderos, destrucción de documentos, desaparición de registros, expedientes de dominio... Un verdadero expolio que afecta, entre otros, a miles y miles de metros cuadrados de Guanarteme o de los llamados Arenales de Santa Catalina, por citar las dos joyas con más futuro urbanístico de una prolija lista. ¿Formaba parte el encarcelamiento del viejo Negrín de una estrategia para desnutrir y hacer cambiar de manos su patrimonio? Su apresamiento le hizo perder un tiempo precioso. En los 90, el ultraje se atenúa con una indemnización simbólica de 287 millones pagada por el gobierno de Felipe González y pactada por Juan Negrín Jr. con la UCD de Adolfo Suárez.