Un pueblo fantasma, como en el fin del mundo. Así lucía ayer La Restinga, a eso de las doce de la madrugada. Tras el desalojo decretado por el Gobierno de Canarias por la cercanía del magma a la costa, los únicos que quedaron en el pueblo pesquero fueron los científicos, que estuvieron trabajando durante toda la noche.

En el camino desde el centro de la Isla hacia el pueblo, muy pocos coches se cruzaban por la carretera. La sensación de desolación se notaba tras un día de intenso trajín, con idas y venidas y algún que otro ataque de nervios, que fue controlado por las fuerzas de seguridad y emergencias.

A la entrada de la carretera, miembros de la Guardia Civil sólo permitían el paso a vecinos que tuviesen una urgencia. La búsqueda de medicamentos que se quedaron en un cajón de las casas, olvidados por las prisas del desalojo, era la única razón que los guardias civiles permitían como justificación de la entrada en el pago costero del municipio de El Pinar.

La calma tensa se vivía, sin embargo, y muchos se preguntaban hasta cuándo iba a durar esta complicada situación, que ha sacado de sus casas a unas 600 personas del municipio.

Los investigadores del Instituto Geográfico Nacional (IGN) tienen una ardua tarea por delante. El aumento de los tremores anuncia que el magma se mueve y los sismógrafos indican que se acerca a la costa. Los científicos de guardia avisarán en el momento en el que se aprecie cualquier cambio en esta tendencia o se confirme que se ha abierto otra boca del volcán, esta vez más cerca de tierra firme.

El silencio sepulcral al filo de la medianoche y la oscuridad de las carreteras de la Isla del Meridiano dibujaban un panorama de calma tensa, de espera de un acontecimiento geológico al que los habitantes de El Hierro han tenido que acostumbrarse a golpe de sismógrafo.

Todo el dispositivo está en marcha, los científicos no descuidan los detalles y las autoridades han tomado las me-didas que aconseja el protoco-lo en estos casos. Una noche en la que muchos no pegarían ojo, seguro.