- ¿Qué capacidad tienen las prácticas artísticas actuales de reflexionar sobre la actualidad, frente a las que pudieran tener disciplinas no artísticas como la antropología, la filosofía, la sociología o el psicoanálisis?

- En su inmensa mayoría las prácticas artísticas actuales son un ejercicio de exhibicionismo banal y perfectamente prescindible desde el punto de vista de su capacidad política. Son en su mayoría de una ingenuidad que hacen perder la paciencia. Lo que está teniendo lugar es un proceso general por el cual todas las condiciones de producción simbólica en las que se produce el arte son exactamente las mismas que aquéllas en las que se produce la publicidad. Entonces no es nada fácil narrar de otra manera, hacerlo de un modo que ponga al espectador en la necesidad de repensar lo que está leyendo y reconocer su profunda implicación en la construcción del significado. Sí se pueden hacer cosas, y de hecho el interés está, siempre dentro de este territorio restringido, en averiguar qué es lo que tu trabajo es capaz de activar. Pero con frecuencia ni siquiera eso mismo está ya en tus manos, la capacidad de acción de las obras de los artistas es brevísima antes de que sea simplificada por los medios de comunicación masivos, y digan, ah, bien, esto es una cosa sobre inmigración y punto.

- Usted viene a hacer una instalación en el CAAM, que ha titulado Otras cartas marruecas, dentro de un proyecto por el cual distintos artistas reflexionan en clave no conmemorativa sino de actualidad a partir de alguno de los artículos de la Constitución de Cádiz (1812). ¿Qué artículo ha elegido?

- Bueno, en Las Palmas está previsto llevar a cabo un proceso con un presupuesto de partida muy atractivo, como es el artículo tres de la Constitución de Cádiz, que dice que la soberanía reside en la nación y sólo a ella pertenece en exclusiva el derecho de dotarse de leyes, etcétera. En un momento como éste, de crisis del estado-nación, de crisis de la política, en el que quienes están gobernando los eufemísticamente denominados mercados, por mucha nación y muchas leyes, y sin cortapisa alguna, me pareció de enorme interés. Pero luego se me ocurrió relacionar ese artículo con otros dos. Uno es el 18, que a veces se cita como un gesto de generosidad extremo, y que establece que son españoles a aquéllos o sus descendientes en ambos hemisferios, es decir, que reconoce la ciudadanía a los habitantes de las colonias. Y el otro, el 22, dice, ahora bien, que a aquéllos de origen africano, por cualquier rama, materna o paterna, le queda abierta la puerta del merecimiento, es decir, que a través del ejercicio de servicios a la patria pueden conseguir la ciudadanía. De este racismo sutil es del que quiero tirar, cómo nacemos y vivimos aún en la actualidad en un racismo antiafricano que está tan pulverizado en el ambiente que ni siquiera lo percibimos.

- Es radicalmente actual.

- Sin duda, me acordaba de las propuestas que hace el PP de contratos de asimilación al inmigrante, que son, en realidad, contratos de aculturación: tienen las puertas abiertas para convertirse en españoles si se hacen a las culturas españolas.

- Por lo visto usted quiere relacionar la instalación a realizar en el CAAM con el caso del ex Sahara español y también con las revueltas árabes.

- Claro, es que a la hora de encarnar lo dicho el antiguo Sahara español me parece fundamental, porque es el caso más flagrante del desinterés absoluto de la sociedad española y sus clases dirigentes por hacer una relectura crítica de su responsabilidad como potencia imperial, de sus responsabilidad coloniales. No hay ni el más mínimo interés. En España todo es la vanagloria y la pompa del imperio.

- Cierta nostalgia imperial.

- Sí, y en el Sahara concurren además varios artículos de 1812 elegidos: por un lado, la idea de que la soberanía reside en la nación, es decir, un discurso nacionalista en un momento en el cual lo que está impidiendo el ejercicio del derecho de autodeterminación de los saharauis es el desarrollo la globalización del mercado; y a quien nos está sirviendo es a nosotros, que compramos latas de atún baratas en el supermercado, o compramos Coca-Cola, en cuya fabricación es indispensable el ácido fosfórico. Y, por otro, el asunto de la nacionalidad justo cuando los saharauis están sin ningún tipo de derechos en España. Es muy llamativo, además, cómo la empatía inmediata y solidaridad de la sociedad española con la causa saharaui choca con esa despolitización absoluta. Hay que pensar cómo lo uno funciona como contrapeso de lo otro: Por un lado, formamos parte del entramado que está saqueando los recursos naturales, pesqueros, y que hace que las latas de atún lleguen tan baratas a nuestros supermercados, y por el otro, nosotros mismos donamos esas latas de atún a los refugiados. Lo que voy a intentar en Las Palmas es una narración polifónica, aunque sea contradictoria, que ponga en cuestión la seguridad que tenemos nosotros respecto al Sahara, al percibir toda esa historia.

- ¿Ésa será la práctica artística o, digamos, el origen de la instalación, sea esto lo que finalmente sea, que se va a materializar a raíz del taller que llevarán a cabo en el CAAM?

- Hacer la instalación es el punto de partida. Vamos a partir de un vídeo que ya existe, titulado Historia de dos ciudades, que elaboré con Elo Vega en 2009 para la exposición Atopía en el CCCB [Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona] y que estará expuesto los tres días que dure el taller en el CAAM [9 al 11 de diciembre]. Y a partir de ahí con las personas que integren el taller -artistas, historiadores, sociólogos...- pondremos en marcha otro proyecto [que López Cuenca ha titulado inicialmente Otras cartas marruecas, en referencia a una novela de José Cadalso] del que aún no sabemos nada. Por eso se trata de un proceso, insisto, no se trata de acabar enseñando cosas en un escaparate, de exhibir en silencio lo que una persona ha hecho, porque no estamos en el arte conceptual de los años 70 en el que alguien se filmaba llevando a cabo una acción. De lo que se tratará en Las Palmas será de diseminarse en un intercambio de información y conocimiento, que es por donde pasan gran parte de las prácticas artísticas contemporáneas en su dimensión política. Al final se producirá algo, pero no sabemos si una publicación, un vídeo o qué. Y desde luego estoy contemplando un trabajo exterior a la institución, al edificio [del CAAM].

- ¿Y de qué trata el vídeo Historia de dos ciudades?

- La exposición Atopía, de la que formó parte en Barcelona, abordaba la complejidad de las ciudades contemporáneas, y nosotros decidimos tomar el tema del refugiado, del exiliado, y elegimos en concreto al saharaui por una razón: piénsese que cuando los refugiados de Tinduf han dado a los distintos campamentos de refugiados en Argelia los nombres de antiguas ciudades saharauis que muchos ni siquiera han conocido ya están en la duplicidad. Y luego nosotros vivimos en Barcelona o Vancouver y está viviendo una ciudad idealizada, fantaseada, que probablemente ni siquiera hemos visto bien. Y queríamos poner en juego cómo debido a la marginación e injusticia de cierto número de personas, que se ven abocadas al exilio, crecen nuestras grandes ciudades. Queríamos poner en contacto esos temas: que no vale el gesto humanitarista o solidario de compensación, que lo que hace en última instancia es eternizar el conflicto que originó el problema. A mí esa institucionalización del gesto solidario -pues los gobiernos han creado departamentos con presupuestos para hacer esas donaciones- es como la caridad cristiana, que no tenía por objeto acabar con la pobreza sino que estaba destinada al donante, a calmar su conciencia. El Estado se ha hecho cargo del papel que ejerció la Iglesia con la caridad, porque está comprometido con un tipo de desarrollo del capital que ya no contempla que las personas vayan a tener un trabajo, y, en ese caso, un salario más o menos justo. Y a partir de ahí la solidaridad institucional se despolitiza, pues de hecho no quiere arreglar nada.