Los españoles no han parado de contar euros desde que doña Letizia Ortiz les enseñó a finales de 2001. La Princesa de Asturias fue la encargada de mostrar a los ciudadanos la cara y la cruz del euro durante su etapa como periodista de Televisión Española, poco antes de que la moneda única se pusiera en circulación en sustitución de la peseta, hace justo ahora una década. Por entonces, la periodista ovetense presentaba un espacio de poco más de cinco minutos que se emitía a continuación del Telediario y en el que explicaba los pormenores del cambio en ciernes. Ningún espectador sospechaba que aquella joven se convertiría con el tiempo en la nuera del Rey, cuya efigie aparecía tras ella para ilustrar el programa, como presagio.

La Princesa le debe mucho al euro. Aquellas breves intervenciones, puro servicio público y que seguían de media tres millones de televidentes, la convirtieron en una de las caras más conocidas del canal estatal, donde ya había protagonizado varias actuaciones exitosas, al frente de Informe semanal durante el verano de ese mismo año o mediante conexiones en directo desde diferentes puntos del territorio nacional y planetario. La periodista, que poco después pasaría a ocupar un puesto fijo en el informativo vespertino, empleaba en sus alocuciones un tono didáctico y un vocabulario sencillo para que se entendiera que 166 pesetas eran lo mismo que la unidad de la moneda que pronto rodaría por los bolsillos.

Las cuentas para hacer la equivalencia le ocuparon unos cuantos días, pero también dedicó tiempo a que la audiencia se familiarizase con la imagen de lo que pronto se convertiría en cotidiano. Es decir, buena parte de la población se enteró por boca de la asturiana de que los billetes de veinte serían azules o de que casi nunca verían el morado de los de quinientos cuando fueran a hacer la compra. También dejó claro que ya no sería necesario preocuparse del cambio antes de viajar a alguno de los otros diez países que se sumaron desde un primer momento a la moneda única. Mucha menos atención prestó aquel programa a los parámetros macroeconómicos, que no preocupaban especialmente a la inmensa mayoría, sumergida en un periodo de abundancia, con el paro en el 10% y los bancos rifando hipotecas.

Todas aquellas explicaciones fueron muy bien recibidas, tal como quedó demostrado en una encuesta realizada en 2002 y que desveló que el 80% de los españoles se había informado de la nueva moneda a través de TVE.

En cambio y por desgracia para el poder adquisitivo, muchos de los consejos que dio la informadora cayeron en saco roto. De nada sirvieron, por ejemplo, sus constantes llamadas para que se evitara el redondeo al alza. Pocos le hicieron caso y, en cuestión de meses, el café con leche pasó de los veinte duros a un euro. Las consecuencias de aquella desobediencia masiva se conocieron hace tan sólo unos días, con los datos ofrecidos por la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), que alertó de una diferencia de treinta y cuatro puntos entre la subida de los precios y la de los sueldos.

Ahora, el tiempo ha dado y quitado razones a los defensores de la unidad monetaria y, más que nunca, se revisa un modelo que fue recibido con alborozo en un principio. Porque también para el euro, como para doña Letizia, la última década ha estado marcada por los cambios trepidantes.