No vaya tan rápido, que me espanta las gallinas". Así reaccionaba un vecino de Ojos de Garza ante las prisas perennes de Carmen Guedes Valdés, maestra, con cinco hijos en el mundo y que se llevaba a sus bebés en un capazo al centro para "no perder ni un minuto de clase". Ella, que hoy cuenta 78 años, se las ingenió siempre para compatibilizar ambas facetas de su vida, siendo como es una persona estricta y pulcra en el cumplimiento de sus funciones. Carmen no entiende que la sociedad obligue a una mujer a abortar, "la cuestión es organizarse bien el tiempo".

Celia Arteaga Monzón, de 43 años, con tres pequeños de cuatro, seis y nueve años y empleada de Hecansa, sabe que "hay momentos en los que las dificultades hacen flaquear", pero no relaciona la falta de mecanismos de conciliación con el aborto. "Creo que eso es un proceso personal, que tiene que ver con la maduración de cada una".

Tampoco está de acuerdo con el ministro Paqui Betancor Jiménez, comercial y madre de José, Sonia y Joel, todos mayores de 20 años. "Si yo pude, todas pueden, porque me separé muy pronto y he tenido que tirar hacia delante. Las mujeres podemos hacer muchas cosas a la vez", afirma, siempre agradeciendo a su madre, Francisca Jiménez Betancor, la enorme ayuda que le ha prestado.

Estas tres mujeres tienen en común una enorme fuerza. Carmen ha dado clases durante más de cuatro décadas y recuerda sus años de estudio con mucho cariño. Como en su colegio, las Dominicas, no se pudo implantar el Bachillerato, se matriculó en el instituto Pérez Galdós, y allí descubrió un mundo nuevo y "un maravilloso plantel de profesores", entre los que destaca a Manuel Socorro, el director, que cuando ella decidió estudiar Magisterio y dejar el Bachillerato la convenció, incluso dejándole la matrícula gratis, para que compaginara los dos caminos. A partir de ahí, tres años de carrera, oposiciones y a dar clase... a La Graciosa, "que ahora es graciosa, pero antes no era nada graciosa", bromea la maestra, con mucho sentido del humor. "Me casé a los 30 años y mi primer destino, ya casada, fue a Casa Santa, un lugar casi desierto en medio del Doctoral y que ya no existe".

El domingo por la noche cogía a su primer hijo, Miguel, todavía de meses y se lo llevaba al sur para amanecer allí y pasar juntos la semana, hasta que el sábado a mediodía su marido iba a buscarles. Luego, con su segunda hija, Rita, fue lo mismo. Ya cuando llegaron Carmen Delia, Santiago y Araceli la abuela echó una buena mano. "Recuerdo que los dejaba dormiditos en el mismo colegio y mandaba por turnos a los alumnos a echarles un ojo para no perder nada de clase", asegura Carmen, que reconoce el exceso de celo por su profesión. "Ha sido muy importante para mí".

En una ocasión, recuerda entre risas, "mi hijo Santi tenía dos años y había por allí un coche de su hermano mayor; pues yo, con tal de que me dejara dar la clase, le dejé coger aquel cochecito de carreras y él se fue a la calle con bastante riesgo, desde luego". Pero ella, con su coche ("no me quedó más remedio que conducir") y su fuerza de voluntad salió adelante.

La historia de Celia es diferente. Su trabajo en Hecansa consiste, en estos momentos, en llevar el Plan de Mejora de Gastronomía de Gran Canaria, un programa del Gobierno regional para que los negocios de restauración sean distinguidos con un sello de calidad. Daniel, Jaime y Guille son sus tres primores, y tiene todo un operativo montado para que no les falte nada. "Por las mañanas me encargo yo, porque he pedido en el trabajo poder entrar de nueve a nueve y media. Luego, como salgo a las cinco, mi hermana los recoge a las dos y los lleva a casa de mi madre, que les da el almuerzo y los cuida hasta que mi marido los recoge a las cuatro". Por la tarde, tareas, mochilas, baños, cenas... Ella está muy agradecida a su familia, porque ha habido épocas muy duras.

Los hijos de Paqui, de 47 años, ya son grandes y ahora tiene un horario, pero antes trabajaba mañana y tarde y su madre, una hermosura canariona que no para, hija de Candelaria, que parió nada menos que a 21 hijos, es la que le ha dado el soporte necesario desde que se quedó sola con los niños. "Claro que he pensado que me he perdido cosas, pero no podía hacer otra cosa". Un día de Paqui comienza a las seis y media de la mañana, a esa hora limpia el baño, se toma una naranjada, pone una lavadora y se prepara para salir. A veces deja la comida preparada, otras la hace su madre, con la que vive junto a su prole. "La verdad es que miro atrás y me parece que todo ha pasado muy rápido". Ser mujer y trabajar, no queda otra.