Si Stalin hubiera deseado realmente prolongar la guerra de España en su propio beneficio, hubiera armado a la República hasta los dientes en 1938 como pidieron sus propios hombres", afirma Ricardo Millares En el combate por la historia (Pasado y Presente), también conocido como Contradiccionario [en respuesta al de la Real Academia de Historia], libro donde le dedica un apunte biográfico al estadista republicano Juan Negrín. En esta ocasión, el historiador contesta a la acusación de que el científico grancanario "habría sacrificado la vida de muchos millares de españoles para cumplir el objetivo estaliniano de prolongar la guerra de España, empantanando a los alemanes con objeto de dar tiempo a la URSS para armarse ante la conflagración europea en ciernes".

Para el autor de La leyenda sobre Juan Negrín y sus seis acusaciones, dicha recriminación es infundada. "Su decisión de prolongar la resistencia puede ser discutible, y sobre ella cabe debatir todo lo que se quiera, pero de lo que no existe prueba alguna es de tal acusación", destaca. El jefe de Gobierno, tras el cese de Indalecio Prieto, asume el control del Ministerio de Guerra, si bien ello no evita que la República, en 1938, estuviese dividida entre un sector mayoritario, con Azaña al frente, que sostenía que había que detener la matanza, y otro minoritario, negrinista, que "todavía creía que un cambio en las circunstancias internacionales acabaría convenciendo a las potencias democráticas de la necesidad de implicarse en la defensa de la República", señala Miralles.

La ofensiva sobre Cataluña a partir del 23 de diciembre señaló un antes y un después para el bando republicano. La encrucijada de una derrota segura abre la posibilidad de que Negrín aceptase una mediación internacional, "pero Francia ni siquiera lo intentó, y mucho menos Gran Bretaña, por más que todo hubiera sido inútil dada la negativa de Franco a cualquier cosa que no fuera la rendición condicional", destaca Miralles. El investigador es tajante a la hora interpretar la resistencia del médico grancanario frente al avance nacional: "Resistió hasta el final buscando o bien torcer la voluntad de Franco o bien forzar a las potencias occidentales a alguna especie de mediación impuesta al enemigo, aleccionándolas sobre los peligros de una prolongación incontrolada de la guerra".

Esta política de la búsqueda del apoyo de las potencias democráticas para obtener una utópica indulgencia de los nacionales fue, no obstante, una fase efímera. La indiferencia de Gran Bretaña y Francia ante tal posibilidad obligaba, por un lado, a negociar más armas con Stalin, y por otro a pensar en la responsabilidad histórica de sacar a millones de personas hacia el exilio. El caos y el pánico hicieron lo demás. El mismo Negrín se vio obligado a abandonar el territorio español por la frontera catalana para regresar de inmediato a la zona Centro. "Es poco probable que Negrín albergara la esperanza de que la resistencia pudiera forzar una paz sin represalias. Aspiraba, por el contrario, a retirarse hacia los puertos mediterráneos para salvar al mayor número de personas posible. Por discutible que sean sus últimas medidas, su lógica apunta en tal dirección, aunque Casado las utilizase para justificar su sublevación basándose en los nombramientos de los responsables de las grandes unidades que habrían de cubrir la retirada", afirma Miralles.

La acusación de que Negrín estaba en manos de la URSS y de que era un hombre de paja de los intereses de Stalin cuajó, finalmente, en el momento dramático. El coronel republicano Segismundo Casado daría el 4 de marzo de 1939 un golpe de estado contra Negrín y su gobierno, convencido, al igual que el sector socialista de Julián Besteiro, de que el médico grancanario acabaría entregando España al rasputín. Paradójicamente, el último jefe del Gobierno republicano no acabó exiliado en la URSS, dirigiendo un laboratorio, tal como predecían sus enemigos, sino que acabó en México, Londres y París, capital esta última donde finalmente vivió y murió. Para Miralles, la supuesta "variable moscovita" fue el alimento que llenó la despensa de una estela difícil de borrar.