En aras del ahorro, los patronos públicos de la Fundación Teatro Pérez Galdós han decidido fusionarla en un solo ente con la del Auditorio Alfredo Kraus. Correcto en tiempos de hambruna presupuestaria, pero indeseable si permanece más allá de la crisis, dure lo que dure. No son meros contenedores de actividad cultural -y comercial, el segundo- sino espacios con alma y con historia -sobre todo, el primero- profundamente arraigados en el "yo" colectivo de la Isla. Han cultivado perfiles diferentes e integran una personalidad complementaria sin roces competitivos. En menos palabras, son irrenunciables para la sociedad insular y para la urdimbre compleja de una capital inteligentemente mentalizada en la necesidad de suplir distancia e insularidad con una oferta comprometida y ambiciosa. Cada cual en su esfera, los teatros Cicca y Cuyás y los ocasionales escenarios al aire libre también aportan sumandos de gran valor al criterio irrenunciable de alta participación social. Todos son necesarios.

Los patronos entienden que una sola fundación no precisa de dos directores generales y han resuelto unificarlas en la persona de Luis Acosta, responsable hasta ahora del Auditorio. Es el más joven y ha descollado en la fórmula mixta -cultura y comercio- que aquellos desean para equilibrar gastos e ingresos, puesto que la inversión en cultura no se autofinancia y sigue exigiendo recursos a fondo perdido. Mucho más ahora, cuando la erosión de las economías familiares problematiza doblemente la cuota de taquilla.

En consecuencia, Juan Cambreleng cede el testigo del Teatro Pérez Galdós por un ajuste ajeno a la calidad de su gestión. Desde que aceptó el cargo en 2008, tras la muy llorada y prematura muerte de Rafael Nebot, la programación del Teatro ha seguido a la altura de su prestigio y muy abierta al imperativo de participación popular. La hoja de servicios es brillante, como cabía esperar de quien compatibilizó, a lo largo de cuatro décadas, su condición de jurista con la gestión desinteresada de realidades tan representativas como la Sociedad Filarmónica y las temporadas de Ópera de Las Palmas; fue en el ámbito estatal director general de Música y Teatro; presidió la Asociación de Amigos de la Ópera de Madrid; y, ya en el plano profesional, abrió como director gerente las puertas del Teatro Real superando todos los problemas que lo habían retrasado durante años, programó con excelencia sus cuatro primeras temporadas y prosiguió esta tarea en el Teatro Verdi de Trieste.

Es uno de los grandes activos de la gestión cultural canaria y española. Por conocimiento, experiencia y versatilidad, es muy deseable su acción en los cometidos que puedan motivarle, porque en nuestra vida cultural subsisten carencias y necesidades en espera de quienes saben dinamizar las soluciones.