La esquina de la calle Remedios con la calle Muro no era cualquier esquina. Allí cerca arrancaba el Puente de Piedra para unir Triana con Vegueta, en una burla al seco Guiniguada. Allí estaba el Palacete Romántico de Úrsula Quintana, diseñado por Manuel Ponce de León y Falcón (1869-1870), cuyos bajos se convirtieron con el paso de los años en locales comerciales. Y en aquel entorno, con los hoteles Monopol y Europa, los primeros prohombres de la urbe habían entrado en una especie de frenesí cosmopolita con la creación de kioscos modernistas, esculturas neoclásicas, bulevares, fuentes y jardinería importada.

A esta eclosión de sensualidad no le podía faltar el consumo como signo de distinción: por ello nacieron La Florida y Maisón Dorée, nombres ambos para volar hacia otros mundos, entre América y la Europa no desgarrada aún por la Primera Guerra Mundial. Y por último, la provocación de ser bautizada como plaza de la Democracia, después de Hurtado de Mendoza, pero absorbidos los dos por el encanto de unas ranas que no dejan indiferente.

La cultura, el proyecto de ampliación de la Biblioteca Insular, promovido por el Cabildo de Gran Canaria, ha salvado a estos vestigios del abandono o de la piqueta, algo inimaginable para Policarpo. El entusiasmo capitalista, bien apuntalado por el crecimiento portuario, llevó al comerciante a encargar a un artista la rotulación de su negocio. Juan José Laforet, cronista oficial, revuelve entre sus papeles y expone lo que se vendía en aquel mundo rodeado de analfabetismo y pobreza rural, pero también de una burguesía pujante: "Gran surtido en vinos, aguardientes, licores, galletas y chocolates, bombones finos de las acreditadas marcas Cadbury, Morriendo, Talmone y Félix Potín; frutas caramelizadas en cajitas y al detalle, chorizos, jamones Rickson, Serrano, Morton... Quesos Gruyere, Roquefort, Parmesano, y hasta sopas francesas en paquete..."

Zacarías de la Fe fue el segundo dueño. José María Toledo le pone voz a su suegro, el cabeza de familia de los Lisón, vecinos de La Florida y dueños de una extinta tienda de muebles, también en la calle Remedios. El anciano recuerda el perfecto orden que reinaba en aquel cosmos de sabores de ultramar, la espléndida altura de sus estanterías y el largo mostrador, pero sobre todo cómo cada marca, cada etiqueta y cada lata llena de colores era capaz de trasladar a un cliente a otras tierras, a Inglaterra, a Francia, a Cuba, a Holanda, a Portugal... Un dependiente de Zacarías, Gregorio González Hernández, logró mantener abierta La Florida hasta los años 80 del pasado siglo. Cambio sólo el porrón para refrescarse que colgaba del techo y le puso el candado a un apartado dedicado a los pizcos por las algaradas que montaba la parroquia, aún sin problemas de alcoholímetro. Empezaba la decadencia y asomaba por el horizonte algún que otro supermercado, y en la otra esquina del Palacete, envuelto en el silencio de la ruina y con algún fantasma, ya había un asadero de pollos.

Pero volvamos al placer. Al lado de La Florida estaba Maison Dorée, con fachadas a las calles Muro y Remedios, en la que se anunciaba como "Depósito de la Fábrica Romeo y Julieta de La Habana" y como "Salón de Novedades". Francisco Bautista Marín, según la guía de Rafael Enríquez Padrón, vendía tabacos, cigarrillos, picaduras de las marcas Henry Clay, Caruncho y por supuesto el Romeo y Julieta, la marca preferida de Churchill en su modalidad corto, bautizado, cómo no, con el nombre del estadista británico. A este paraíso para los fumadores se unía el género del perfume con las variantes Guerlain o A. Picard. Esta tienda para los sentidos no se podía llamar de otra manera: Maison Dorée, referencia parisina del lujo gastronómico, con la dolce vita de su clientela por bandera. Es probable que con el tiempo, la ínfulas del propietario fuesen a menos y que en los últimos años el establecimiento se convirtiese en la típica droguería.

¿Por qué el color añil como anzuelo publicitario? ¿Por qué las palabras sin acento? ¿Por qué "tabaco" queda medio escondido bajo el rótulo de la calle Remedios? A todo ello se enfrentó la empresa Pinturas Málaga Maracena, especialista en estas lides, y que se sumergió en el Archivo Histórico Provincial para descubrir los detalles de la caligrafía, la familia de las letras, para luego aplicarse artesanalmente en la reproducción. Su responsable, Francisco Guerrero Hervas, subraya que ha sido un trabajo precioso y delicado, no sólo con las letras, sino también con el color, cuya tonalidad marinera sólo se consigue con tintes de polvo. "Nos ha llamado la atención la forma de la T y las comillas. En el interior hemos recuperado un arco tremendo que fue tapiado para dividir los dos comercios. Uno de los trabajos ha sido darle una fijación al color para que no lo dañe ni la lluvia ni la contaminación. La diferencia entre el pasado y el presente se podrá ver a través del detalle que nos han ordenado dejar en la fachada, un pequeño cuadrado del estado en que se encontraba la pintura".

Tras la inauguración de la obra, los peatones del siglo XXI se podrán parar en la esquina de Remedios con Muro y soñar un poco con una Plazoleta de las Ranas, perdón, de la Democracia, que fue casi la escenografía de una ópera o el decorado de una película sobre una ciudad invisible, como dijo Italo Calvino. Y después a seguir con la dura y brava realidad.