Desde el muelle de Corralejo, ni el Caribe más exótico puede soportar la envidia del próximo destino. Cerca de cinco kilómetros de longitud dotan de belleza y dan la bienvenida a los aventurados, como es lo propio en una tierra de leyenda virgen que recibe el nombre de Isla de Lobos. Los malos tiempos del Sur y su clima desfavorable erigen este islote a lo más alto, convirtiéndose hace ya muchas décadas en la madre de pobres que acogía a pescadores huidos de Fuerteventura. De paraje natural de ensueño, Lobos se sitúa como el rincón mágico más próximo a los majos, pero también como una leyenda viva de focas monje y hombres de mar.

Los barcos Isla de Lobos, El Majorero o Celia Cruz ya preparan sus motores para trasladar a sus visitantes a esta reserva protegida. A un ritmo frenético, el ferry descubre cómo los más ansiosos marcan recorridos tan calculados como el de nuestro capitán, que ahora acelera. Lo que muchos desconocen es que Lobos es destino sin tiempo; caudal de serenidad y majestuoso paisaje, un laberinto que no pacta con planes ni relojes. De aire humilde y acogedor, el muelle de Lobos da la bienvenida a un pueblo pesquero desde sus inicios, y de retiro playero y reencuentro familiar en la actualidad.

Hemos llegado. Campos de lava basáltica y arena orgánica bañan el islote del océano Atlántico, dotándolo de extrema y dolorosa belleza. Mientras el paisaje árido se mezcla entre el conocido por sus vecinos como Charco de La Calera, pero actual Playa de la Concha, esta zona de baño da un respiro a los caminantes fatigados y acoge a los más playeros, que ya llegaron a su destino. Desde otra perspectiva, un clima semiárido atisba desde alta mar la Montaña La Caldera, de 127 metros, el punto más alto del parque virgen; y los edificios volcánicos en la costa norte se alejan de la zona de mayor, pero aún tranquila, actividad del lugar.

Muy cerca, en la zona del puertito, bombea la verdadera leyenda. Sus antiguos habitantes beben café, arreglan pescado, capitanean barquitos y juegan a la baraja mientras los más pequeños recrean una parte de la historia que todavía late y permanece.

En época de miseria, el antiguo refugio de Fuerteventura se situaba en Lobos, y asistíamos a la llegada de gente en busca de posibilidades para faenar. "Ellos eran gente mágica", y así quedó en la memoria para muchos, como recuerda hoy Ramón el fogalera, un lobero de toda la vida. Estos ávidos pescadores adoptaron la acepción tras la lucha por el pescado y la devoción por la vida alejada de tierra.

Ya no quedan hombres de alta mar, pero sigue viva la magia del islote, que mezcla lo autóctono con lo turístico, donde nativos y turistas que se encuentran durante las temporadas de verano desconectan de la vida febril y dan rienda suelta a los sueños.

Habitado hasta 1968 por un farero, Antonio Hernández Páez (Antoñito el farero), y su familia, Lobos sigue contando en su totalidad con dos de sus mayores atractivos, un faro restaurado y el humilde restaurante del fallecido Antoñito, en el corazón del puertito. Desde muy temprano, el aroma de la tradicional paella recorre el angosto paseo que conecta el restaurante con el puertito, donde los niños se bañan para tranquilidad de sus padres.

Parque natural, Lobos aunó en 1994 la protección total de su área. Este logro se remonta a una lucha activa desde 1982, cuando compartía zona protegida junto a las dunas de Corralejo. Un rincón que no se repite en ninguna parte del mundo.