"Queda todo por hacer. Es necesario volver a leer y a estudiar el Concilio", sostiene el obispo Francisco Cases Andreu al analizar el Vaticano II cuando se cumplen hoy cincuenta años de su sesión de apertura en Roma. El obispo de Canarias repasa junto al catedrático de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria Gonzalo Marrero Rodríguez, lo que ha significado para la Iglesia y para la sociedad aquel acontecimiento que arrancó un 11 de octubre de 1962 por una "ocurrencia" del Papa Juan XXIII. Tal día como hoy hace cincuenta años Francisco Cases estudiaba segundo curso de filosofía en el seminario de Albacete y Gonzalo Marrero estaba terminando el bachillerato de ciencias en el Instituto Pérez Galdós.

¿Qué supone el Concilio para ustedes en aquel tiempo?

Francisco Cases: Un verdadero huracán, con una intensidad tremenda. La Iglesia estaba llamada a renovarse, aunque nosotros no éramos muy conscientes lo acogimos en el Seminario con una actitud muy positiva. Había un movimiento impresionante de renovación de la Iglesia.

Gonzalo Marrero: Era un acentecimiento social del que todos los días había información. Juan XXIII era un Papa muy seguido por la población canaria juvenil del momento. Cuando hemos reflexionado qué sucede en la historia del pensamiento entre 1955 y 1965, hay dos estudios que significan un cambio en la mentalidad científica y tecnológica de la época: "La estructura de las revoluciones científicas" de Kuhn y "La lógica de la investigación científica", de Popper. La hermenéutica se queda planteada como un elemento que influye en toda la investigación. Entendida la herméutica como la identificación de un documento en la época histórica en que se produce. Junto a esos cambios científicos, se generan grandes transformaciones económicas, sociales, políticas y culturales. Y quienes primero fueron adelante con los planteamientos hermenéuticos fueron los pensadores católicos, que decidieron dejar progresivamente el estudio neoescolástico y el literalismo bíblico, y pasar al análisis directo de las fuentes en su contexto sociohistórico, al aggionarmiento. Esa investigación se aplica a la búsqueda del sentido del hombre contemporáneo como una luz que permiter entender la vida, el misterio de la existencia humana, y la presencia de Dios en la Historia. Hay algún investigador marxista que va más allá y define el Concilio como el catalizador del cambio en esa época, el primer gran acontecimiento intelectual que cataliza el cambio y pone como un gran acierto que, además de los dos mil obispos, por primera vez se hubiera invitado a los medios de comunicación y a expertos externos de distintos campos del saber, algunos científicos no cristianos.

¿España cómo recibe esa renovación?

Gonzalo Marrero: En España en aquel momento el sector intelectual, académico, estaba dividido. Desde el pensamiento social, los informes de esa época vienen a decir que entre 1955 y 1965 hay crisis de las ideologías. Los analistas definían el ocaso del capitalismo, que no reparte la riqueza; y el eclipse del marxismo, que se convierte en un totalitarismo cerrado con altos niveles de corrupción. Y la pérdida de fuerza del nacionalismo y del patriotismo, debido a la experiencia de la guerra, y se abre camino la línea de la ciudadanía, donde lo que nos preocupa es la paz.

Francisco Cases: España tiene que hacer y hace en esa época más de una transición. La política, que se realiza felizmente con un espíritu que ahora añoramos todos; la transición ideológica eclesial y después, también, la de la ciudadanía europea. Y todo en menos tiempo que el resto de los países. Me ordené sacerdote en 1968, pero en 1967 era secretario del obispo de Alicante y soy testigo de que los obispos españoles realizaron en sí mismos esa transformación. Y no sólo por la ilusión y el pensamiento con el que vuelven convertidos de la experiencia conciliar. Realizan una conversión que influye hasta políticamente en cómo vive la Iglesia de España la transición.

¿Cuál fue el primer cambio visible para el pueblo?

Francisco Cases: Lo primero fue la reforma litúrgica, primer documento que entró en vigor una vez aprobado. Al pueblo le han cambiado la forma de decir misa. Era en voz baja, de espaldas y en latín; y ahora el cura está de cara a los fieles, en voz alta y en castellano. Y los sacramentos van reformándose. El movimiento litúrgico ya llevaba trabajandola reforma muchos años. Al Concilio le resulta muy fácil. Uno de los tópicos que se ha difundido, y es equivocado, se encuentra en que la constitución sobre la Iglesia sitúa al pueblo de Dios por delante de la jerarquía. Para entendernos, el pueblo de Dios no son los que ocupan la nave del templo y la jerarquía los del altar. El pueblo de Dios somos todos.

Gonzalo Marrero: En los movimientos de los cristianos de base entonces en Madrid se imponía la importancia de la presencia de los laicos en la Iglesia y en los medios de comunicación. Y un elemento clave, hacerse presente en el mundo con los más desfavorecidos. Fue el gran momento político y social vinculado a la Iglesia. Y una gran parte de esos laicos se lanzaron a militar en los partidos de la izquierda. Se destacaba la importancia del diálogo fe y cultura; y el respeto del mundo de la fe y de la ciencia. Ayudó mucho el Concilio a quitar la presión que había en la sociedad. Fueron muchos cambios en poco tiempo.

¿Fue el Concilio una ocurrencia de Juan XXIII?

Francisco Cases: Una ocurrencia súbita. Se decía que el Vaticano I estaba sin concluir y que había que terminarlo. Y Juan XXIII, a los tres meses de ser Papa, hizo una gran consulta para fijar los temas a tratar. Y se concluyeron en tres bloques fundamentales: diálogo ecuménico, posición de la Iglesia en el mundo y renovación de la Iglesia.

Gonzalo Marrero: Uno de los cambios que noté entonces fue que pasamos de una moral entendida personal hacia adentro, a una ética hacia afuera, de compromiso con los más desfavorecidos.

Tras este tiempo de disputas entre progresistas y conservadores, avances y retrocesos algunos interpretaron el Concilio como una ruptura, un cambio en la historia de la Iglesia que no se llegó a plasmar

Francisco Cases: Desde el mismo momento que se termina el concilio en 1965, y esta ha sido una de las claves de la crisis, hemos sufrido el huracán del 68, que vació los templos y secó los presbiterios. Los padres del 68 ya no transmiten la fe a sus hijos. Y en la segunda mitad del siglo XX hay una gran corriente secularizadora, infundadamente agresiva, que desplaza a la Iglesia de la vida pública como si fuera enemiga de la Democracia. El Papa Benedicto XVI lo dijo en 2005 el Concilio se base en la "reforma en la continuidad". La Iglesia está siempre en reforma. Pero hay obispos que reclaman un Vaticano III como si el segundo no hubiera existido.

Los documentos de libertad religiosa, en la España de Franco, católica, apostólica y romana, resultó un gran choque. Hasta el obispo Pildain se sintió contrariado.

Franciscos Cases: No sólo Pildain. Según me cuentan, Pildain dijo al llegar aquí que se había equivocado por votar en contra de la libertad religiosa. Fue un cambio muy discutido. El argumento que utilizaban tres o cuatro obispos era que el error no tiene derechos. Pero los derechos son de las personas no de las ideas. El Concilio concluye que las gentes tienen derecho a no ser coaccionadas, ni a profesar ni a no profesar una religión. Los obispos llegaron del Concilio aceptando que había que asumir los derechos de la conciencia humana por tratarse de doctrina conciliar.

Gonzalo Marrero: En ese momento en el mundo científico, el positivismo tenía la misma mentalidad que la Iglesia. Hay unos conocimientos que son ciertos e inmutables, y todo el resto se queda fuera. Y teníamos una ciencia positivista, una filosofía que se consideraba a verdadera. Y eso influía en el resto del pensamiento. Nosotros vivimos cómo el Concilio transmite un mensaje de respeto a la conciencia y de apertura al diálogo.

Francisco Cases: El problema es que se confunde personal con privada. Que yo tenga una creencia es una opción personal que tengo derecho a manifestar en privado y en público. Ser musulmán o cristiano se puede manifestar y solo tiene una limitación: el orden público y los derechos de los demás. Lo que no puedo hacer es molestar al otro para usar mi derecho. Esto costó aceptarlo pero se asimiló.

¿Qué fruto queda en la Iglesia, en la sociedad?

Francisco Cases: Todos los avatares vividos en estos cincuenta años han servido para fijar la vista en lo verdaderamente esencial del Concilio. Nos llevan a más profundidad, no más allá. Queda todo por hacer. Es necesario volver a leer y volver a estudiar, ya que la sociedad no es la misma. La carta magna del Concilio es la Lumen Gentium. Y empieza diciendo en latín "luz de las gentes", pero se refiere a Cristo. Y dice que la Iglesia tiene como misión reflejar esa luz de Cristo. Quiere, ese santo sínodo, que anuncie a Cristo con más fidelidad. Esa tarea queda por hacer. La Iglesia no tiene otra razón de ser que anunciar a Cristo. Y todo lo que haga por volver sus ojos a lo esencial va a servir para el bien de la sociedad. La Iglesia no debe mirar demasiado a sí misma.

Gonzalo Marrero: Resumiría el Concilio como una aportación a la sociedad con más niveles de tolerancia y de respeto, un compromiso cristiano vertido hacia fuera, en el trabajo, en la familia, y un compromiso de compartir bienes con los más desfavorecidos. Dar una parte de lo que gano a los que no les llega. Y esos son elementos claros que veo en los grupos en los que me muevo como frutos del Concilio. Ahora estamos en una situación concreta, probablemente, en un momento de cambio tan profundo como los que tuvimos entre los años cincuenta y setenta.