Acaba de jubilarse después de 40 años de actividad asistencial, ¿cómo nació su interés por la urología?

Soy hijo y nieto de urólogos. En mi familia lo normal es ser médico y urólogo. En total, en la familia Ponce ha habido seis. El primer urólogo fue mi abuelo, José Ponce Arias, formado en Francia, que en 1921 creó el servicio de urología en el Hospital de San Martín, una especialidad desconocida hasta ese momento en las Islas. Durante muchos años fue el único servicio de urología del Archipiélago, tuvieron que pasar más de 25 años para que se creara uno en Tenerife. Mi abuelo solicitó permiso al Cabildo (que era el dueño del Hospital de San Martín) para tratar a pacientes del riñón y vía urinaria con unas condiciones muy ventajosas para el Cabildo.

¿Cómo de ventajosas?

No le cobraba. Era gratis. Sin derecho a honorarios y aportando él mismo el instrumental. Cuando se jubiló, reconoció que estaba en deuda con el hospital porque le había ayudado mucho para el desarrollo de la profesión. Era un poco duro en aquel entonces porque estaba solo en las Islas y no podía consultarle a nadie. Eso le creaba cierta angustia. En el servicio estaba él solo hasta que al final se trasladó al Hospital Insular, una vez que el Cabildo se convenció de que San Martín, por muchos arreglos que se hicieran, no se adaptaba a la medicina moderna. En aquel entonces más del 40 % del presupuesto se lo llevaba Sani-dad y ahora todo depende del Gobierno autónomo. Posteriormente, mi padre fue ayudante de mi abuelo; cuando se jubiló mi abuelo, mi padre pasó a ser jefe. Yo llegué en el año 72.

Podría seguir algunos años más, ¿qué le ha motivado a jubilarse?

He estado 40 años en el Hospital Insular. A los 65 pedí una prórroga y me la concedieron, pero no me veo con ganas de llegar a los 70. Yo ya he cumplido con la sociedad. Por las tardes sigo en mi consulta y por las mañanas me busco la vida para seguir activo. Estoy adaptándome. Tengo mis hobbies, que son la música, la lectura, el senderismo...

¿En qué ha cambiado su especialidad en estas últimas cuatro décadas?

Cuando yo llegué aquí, después de estudiar la carrera, la urología que se hacía no tenía nada que ver con la actual. Empezaba a funcionar la seguridad social, el hospital era un centro teóricamente para beneficencia, pero con eso sólo no se llenaba. No existía el aparataje ni los avances que existen hoy, no había laparoscopia, ecógrafos... Era otro mundo. En 40 años afortunadamente la medicina ha evolucionado mucho. Los programas quirúrgicos que hay ahora no tienen nada que ver. Entonces la mayoría de los programas consistían en operar enfermos con piedras en el riñón. Hoy es muy raro que se opere a alguien de una piedra porque hay diferentes métodos alternativos, no invasivos y ambulatorios. En cambio, han surgido otras patologías que antes no se operaban y que ahora se operan, como el cáncer.

¿Por qué han aumentado los casos de cáncer?

Porque con el envejecimiento de la población cada vez hay más pacientes con esa enfermedad. ¿Antes no había tantos? Sí, pero antes no había tanta gente que llegara a la edad de tener la enfermedad. La laparoscopia es un avance importante. Para el hospital conseguir hacer transplantes a partir de 2007 fue muy importante, porque hasta entonces sólo se hacían en Tenerife. Conseguimos que la Consejería de Sanidad declarase al Hospital Insular como centro implantador de la provincia de Las Palmas. Llevamos más de 100 trasplantes hechos.

¿Cómo fue su evolución dentro del Servicio de Urología?

Yo empecé a trabajar sin plaza y la oportunidad me llegó tres años después. Posteriormente, en el año 95 me hicieron jefe del servicio porque al anterior jefe le nombraron director médico. Mi nombramiento como jefe era provisional y provisional me jubilé. Ya hoy las plazas son de otra manera. La administración ya no quiere que nadie tenga nada en propiedad porque, si tienen un conflicto con esa persona, no la pueden cambiar.

¿Cuál es su opinión sobre la sanidad pública actual?

La sanidad está sufriendo la crisis económica y ello conlleva el incremento de las listas de espera, la reducción de las plantillas, la amortización de las plazas... La población demanda una asistencia, pero no hay capital para mantener la sanidad pública tal como la conocemos. Por eso recurren a medidas como el copago, que es hasta cierto punto lógica porque en otros países existe. Siempre me ha llamado la atención que aquí los alemanes pensionistas no pagaran por los medicamentos, pero en Alemania sí. No podemos financiar la sanidad de otros países, porque así la sanidad no se mantiene. La sanidad pública es prioritaria y tiene como complemento la sanidad privada, nunca como alternativa. La sanidad pública hay que potenciarla, pero hay que intentar ajustar los presupuestos a la realidad.

¿Usted ha sufrido los recortes en su servicio?

En los últimos años cuando hemos solicitado, por ejemplo, el cambio de un aparato viejo nos lo han denegado porque no había dinero. Reparar lo que hay, sí, pero comprar un equipo nuevo, no. Además, las plantillas se van reduciendo porque cuando hay jubilaciones las plazas no se suplen.

Comentaba que con el paso del tiempo las patologías han cambiado, ¿qué es lo que más preocupa ahora a los urólogos?

El cáncer. Al envejecer la población son más los sujetos con la posibilidad de tener cáncer. Los pacientes con cáncer de próstata, riñón o vejiga son cada vez más.

¿Influye quizá que antes los hombres no iban tanto al urólogo?

Sí, el avance fundamental es diagnosticar precozmente las enfermedades y evitar que aparezca en estadíos muy avanzados. Se hacen más ecografías, se diagnostican tumores renales, se hace el PSA para diagnosticar el cáncer de próstata... Nosotros operamos en el hospital el primer cáncer de próstata en el 95 y ya llevamos más de 600. Del 72 al 95 no operamos ninguno porque la tecnología evolucionó después.

¿Hoy en día se respeta menos a los médicos?

Antes al enfermo se le decía lo que tenía que hacer y no se contaba con su opinión. Hoy la medicina ha cambiado y el enfermo comparte el criterio a la hora de decidir el tratamiento. Se le expone lo que tiene, se le explican los tratamientos y él decide. Es una decisión compartida, no es paternalismo. Hoy el enfermo tiene la cultura suficiente porque lee en Internet y está informado. Hay enfermedades que no tienen alternativas, o sí o no, como una apendicitis, que te operas o te mueres, pero hay otras cosas en las que sí se puede participar. Es un derecho del enfermo estar informado y un deber del médico informarle.

¿Cuáles serían los grandes hitos que ha vivido durante su carrera?

La más importante sería la cirugía laparoscópica, que evita al enfermo traumatismos mayores, grandes heridas, complicados postoperatorios... Para cierta parte de la urología, la cirugía laparoscópica ha supuesto un avance muy importante desde que se implantara por el año 2000. Que te quiten la vesícula por un puntito a que te tengan que abrir la barriga de arriba a abajo hay una gran diferencia. Pero independientemente de que se avance técnicamente, el contacto con el enfermo es una relación de confianza. Nunca se debe perder la idea de que el paciente es una persona que acude demandando ayuda para su mal y debemos acogerlo con respeto, no estamos fabricando tornillos, estamos tratando personas, a veces eso se olvida. Eso es lo que yo siempre intentaba inculcar a los residentes: "Estamos tratando pacientes, no asegurados". Hay que arreglarle la vida, si no, aliviarle o, si no se puede, consolarle, pero algo hay que hacer siempre.