En los encuentros que ha mantenido con estudiantes en Casa África ha insistido en la necesidad de inculcar en los jóvenes la tradición oral que ha ido pasando de generación en generación.

Es una forma de acercar África a los jóvenes, aunque quede un poco pretencioso. No tenía más armas que las que traje conmigo, como los cuentos, y una vez aprendida la lengua me apetecía este reto para ver hasta qué punto soy capaz de transmitir lo que a mí me han transmitido y acercarlo con otros códigos al público infantil y adulto con quienes comparto cuentos e historias. Es importante mantener viva la tradición, y por suerte otros africanos, sean artistas, escritores, maestros, están sensibilizados. Todos nos damos cuenta de que hay algo que hacer, la palabra es una cosa sagrada, y a través de ella pasan todas las informaciones. E incluso ante la globalización, que puede dejar de lado la tradición debido a la analfabetización y la imposición de otras culturas dominantes por el modo como actúa. Estoy contenta porque en los centros escolares africanos se está volviendo un poco a esto, aunque sea dicho en las lenguas oficiales, hay un trabajo.

Lleva años afincada en Barcelona. Desde la distancia, ¿qué medidas en materia educativa y cultural podrían sentar las bases de un nuevo modelo de sociedad que asuma estos valores?

Es difícil saber en qué medida el ciudadano puede cambiar en algo esta política que a veces no tiene cabeza, por eso hablo a veces del silencioso trabajo de las mujeres que están en África como un pilar fundamental y que van haciendo que la casa no se caiga.

¿Cómo ha cambiado el rol de la mujer africana en las últimas décadas?

Yo estoy más pendiente de lo tradicional, que me fascina. Y cuando se habla de la mujer africana ahora voy con mucho cuidado porque no es lo mismo la mujer de la generación de mi madre o mujeres como la escritora Aminata Traoré, con estudios universitarias, con cargos públicos, es otro ámbito cultural, social y político de la mujer. Entonces, allá también hay batalla que hacer. ¿En qué medida? no lo sé, pero prefiero agarrarme a ese proverbio que dice "no hables de lo que no sabes bien bien, de lo que no has visto". Sé de los esfuerzos y creo que no hay que confundir las cosas. El papel de la mujer en el entorno tradicional está muy claro y para mí no hay dudas, y la otra batalla desde los despachos, de la igualdad de la mujer, es igual de importante.

¿Qué papel juegan los intelectuales en este contexto?

Creo que es de mucho apoyo a las otras mujeres para que se animen a venir a otras esferas de la vida, y apoyar en el sentido de cómo ser madres, dejar que se alfabetice a las niñas, les abren el camino, les hacen de puente. Hay una comunicación directa y más entendible que si viene otro de fuera.

Como escritora, fue una de las primeras mujeres africanas en trabajar el relato erótico.

Me apetecía mucho hacer esto y desde los años que llevo aquí, hay susurros sobre la sexualidad, y en el caso del erotismo, que no la pornografía, me picó la curiosidad por saber qué pasa en nuestra cultura, donde la cuestión sexual no se habla, y pensé que los cuentos me darían la respuesta. Me puse a buscar, a recoger testimonios, y me interesa mucho saber como se llama el erotismo africano. El libro queda acotado y estaría bien que se diera a conocer más para que los disfruten otros lectores porque choca con los valores de aquí. No entienden cómo un hombre impotente pueda estar de acuerdo en que otro ocupe su sitio y le haga los hijos. Me gustaría seguir con este tema pero los momentos son complicados, quisiera saber qué pasa con la sexualidad contemporánea, porque hay cuentos muy divertidos en esta contaminación de culturas de arriba abajo.

¿Siente nostalgia de su país?

En libros como Más allá del mar de arena sí estaba esta nostalgia. Lo que duele es no poder recoger toda esas informaciones de la tradición oral, porque un día llamas a esas personas y ya no están, y es muy dramático. Se nos van todos.

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