La obra de Viera y Clavijo recrea asuntos y géneros diversos de acuerdo a la escritura literaria del siglo XVIII. La variedad de su extenso corpus poético incluye tanto poesía original como imitaciones y traducciones, siguiendo en ello una práctica común en la literatura coetánea. Viera inicia su andadura literaria cuando se estableció en La Laguna con su familia en 1757. En sus memorias nos informa de su temprana afición a la poesía, componiendo diversos metros, todos ellos adscritos al código poético barroco: "se hizo afamado autor de loas, entremeses, letras de villancicos, coplas, décimas, glosas, sátiras, y otras obras pueriles". Cita títulos de obras hoy perdidas, Rosario de las Musas, Los quince misterios del Rosario, en versos endecasílabos pareados, Abecedario de los nombres más usados de hombres y mujeres, en décimas, Baraja de cuarenta cartas, en prosa, con equivoquillos y retruécanos, La dama moralista, suma teológica moral para el estudio de una señora y el único título conservado de estas primeras producciones, Fruta verde del Parnaso, colectánea de décimas, romances, quintillas y glosas. El estilo dominante en estos primeros años es el del barroquismo tardío, presente en las primeras décadas hasta la consolidación de la poética neoclásica. En esta senda la escritura de Viera converge con la de poetas como Diego Torres de Villarroel, Eugenio Gerardo Lobo o Gabriel Álvarez de Toledo, referentes poéticos de la primera mitad de la centuria, con quienes mantiene las lógicas coincidencias temporales de estilo. Aquí descuellan las seguidillas de La Chulada burlesca a la perdurable intemperie de la ciudad de La Laguna o el poema épico-burlesco Los Vasconautas, producción resultado de su actividad en la tertulia lagunera de Nava. Siguiendo la evolución estilística de la poesía española de la centuria, su escritura acogió los nuevos dictados del Neoclasicismo, que se concretan en la sobriedad, el carácter racionalista, naturalista y la recuperación de metros y estilo clásicos, y de la Ilustración, que se orienta hacia la recreación de temas relacionados con el progreso, los descubrimientos, la felicidad pública y que entendía la poesía como vehículo de ideas y principios éticos, el conocido lema horaciano delectare et prodesse. En este estilo compuso la mayoría de sus versos, en especial, en los años que vivió en Madrid, a partir de 1770 hasta su muerte en 1813. Aunque hay que matizar que su poesía manifiesta el cruce de tendencias que aconteció en la centuria, hecho recurrente en la escritura poética del siglo XVIII. Así escribió poesías de contenido didáctico, épico, religioso, festivo, satírico, amoroso, encomiástico, de circunstancias o anacreóntico. Entre los ejemplos que podemos citar aquí, cabe destacar su participación en los concursos poéticos promocionados por la Real Academia de la Lengua Española en 1778 y 1779 con los temas históricos de Hernán Cortés y la conquista de México con El segundo Agatocles, o Cortés en la Nueva España, compuesto en octavas, y la conquista de Granada con el romance La rendición de Granada, ambos en la modalidad de la poesía épico-heroica. Con ello se pone de manifiesto la implicación de Viera en la política cultural, lingüística y literaria ilustradas que dimana de las nuevas instituciones académicas. Destacó también en la vertiente de la poesía didáctica, de temática científica, como Los aires fijos (1780, 1781, 1783), sobre un tema de química, a partir de las lecciones que recibió en la etapa de sus viajes por Europa en París. Se trata de uno de sus versos mejor valorados por la crítica, con un estilo que alterna lo épico con el didactismo. En la misma línea escribió Las Bodas de las Plantas (1800), que recrea las tesis linneanas de la reproducción vegetal, como muestra de su amor por la naturaleza, que recrea en otros lugares de su obra, del que extractamos estos versos:

"La Flor por lo común es un serrallo, / No de muchas Señoras, que festejan/ A un Dueño solo, como a un solo Gallo;/ Sí de muchos Sultanes, que cortejan/ Sola a una Hermosa, y cada cual vasallo,/A complacerla amantes se aparejan;/Aunque también hay Flores, cuyas camas/ Son Poliginias, o de muchas Damas".

De sus poesías de circunstancias destaca El Nuevo Can Mayor o Constelación Canaria del Firmamento Español en el reinado de Carlos IV (1800) en octavas, que elogia los talentos canarios. En la selección temática y formal, Viera sigue los códigos y modelos poéticos que se desarrollan en el panorama literario, tal y como se aprecia en la obra de Meléndez Valdés, Vicente García de la Huerta o Cadalso, entre otros. Se entendía la poesía como expresión de las nuevas realidades. El presente se erige en el referente obligado para la inspiración poética y, por tanto, el estilo ha de adecuarse al contenido, poniendo el énfasis en la sobriedad y en la comunicación con el lector sin el artificio y el oropel estilísticos del barroquismo precedente, contra el que reacciona la poética neoclásica.

En las obras imitadas y en las traducciones los modelos literarios predominantes son de procedencia francesa, como se aprecia en su repertorio -Roucher, Helvétius, Servan o Blin de Saint- Mort- . Así sucede en la literatura contemporánea europea de acuerdo a la hegemonía cultural francesa durante el siglo XVIII. Esto puede comprobarse en otros géneros literarios por él cultivados, como la prosa y el teatro. De ahí que la crítica haya valorado más las fuentes francesas en su producción. Las fronteras entre la imitación y la traducción son difusas, hecho habitual en la actividad traductora en la centuria. Viera opta por aquellos autores que despiertan su interés o que ocupan una posición protagónica con el objeto de adaptar las novedades que, a su juicio, necesita la literatura española para su renovación. Entre la nómina de títulos que imitó, destaca el poema Los Meses (1796), de Roucher, poesía descriptiva de la naturaleza, o La felicidad (1792), de Helvétius, poesía moral sobre un tema, la felicidad, central en las expectativas ilustradas. Entre las poesías que traduce sobresalen las que lleva a cabo de Boileau, Sátira V. Sobre la Nobleza (1776), Louis Racine, La Religión (1784), Delille, Los Jardines o el Arte de hermosear paisajes (1791) y El Amador de los campos o las Geórgicas (1802), o Voltaire, La Henriada (1800).

También su poesía mira hacia los modelos literarios latinos, que ponen de manifiesto su admiración por la literatura clásica, en el contexto de la lógica mirada neoclásica al pasado. Entre los ejemplos que pueden citarse aquí, se encuentra en su corpus poético una interesante recreación paródica a partir de dos conocidos poemas de Virgilio y Horacio, que pertenecen a la temática poética de circunstancias, tan en boga durante el siglo XVIII. Nos referimos a la Égloga Genetliaca al feliz nacimiento del Serenísimo Señor Infante Carlos Clemente (1771), parodia de la de Virgilio, Silicides Musae, y A las Parejas de Aranjuez (1774), oda paródica de la de Horacio Pindarum quisquis studet aemulari (Carmina, Liber Quartus, II). También realiza otras traducciones poéticas latinas, prueba de su vigencia en la historia literaria de la centuria.

No hay que minimizar, por otra parte, la huella española, fácilmente detectable en su obra, desde sus primeros años antes de su desplazamiento a Madrid. En relación con la pervivencia del estilo barroco y con los principios de la renovación neoclásica la tradición literaria áurea no desaparece, como es sabido. El barroquismo inicial cede a la mirada hacia los modelos poéticos del siglo XVI, como Garcilaso o Fray Luis de León. No puede obviarse que la centuria promueve la disciplina de la historia literaria en la que se consolidan los autores clásicos españoles en la revisión del pasado que asume la cultura ilustrada en distintos espacios. De hecho, Viera nos propone en su Noticias de la Historia General de las Islas Canarias, en su último tomo, una Biblioteca de autores canarios que ofrece una primera historia literaria de las Islas. En relación con su poesía, y en sintonía con sus coetáneos, Viera recurre también a los modelos hispanos. Se aprecia en los metros -octavas, sonetos, décimas, redondillas, etc.- o en los motivos temáticos -heroicos, patrióticos, satírico-festivos, religiosos, amorosos, etc- por los que se decanta.

En suma, su poesía es el producto de la encrucijada y las tentativas que tuvo que asumir un género que tuvo que competir con un Siglo de Oro insuperable en un tiempo histórico considerado el siglo de la prosa. El poco aprecio que se tiene hacia la poesía del siglo XVIII ha afectado, por tanto, al juicio crítico sobre Viera, descalificado tradicionalmente en sus versos. Para ser justos y rigurosos habrá que acercarse a la poesía de Viera con los criterios compositivos que le son propios, esto es los de su siglo. Si no se atiende al contexto poético en el que escribe, no se comprenderán sus logros o sus reiteraciones. Como ejemplo, valga la mención de la novedad que supuso la escritura de poemas didácticos, como Los aires fijos, que es incluido en una obra señera como el Ensayo de una Biblioteca de los mejores escritores del reinado de Carlos III (1785-1789), de Juan Sempere y Guarinos.