Este viernes murió en Madrid, a los 95 años, Ricardo Lezcano, poeta, polifacético intelectual que nació donde ahora ha muerto pero que fue un canario excepcional, que desde los tres años hasta 1968 vivió en Las Palmas de Gran Canaria y que luego fue y fue y fue como si corazón galopara hacia Las Canteras, en pos del sabor y de la vida que había abrazado. Hermano de Pedro, el gran poeta, mantuvo con éste una hermosa correspondencia de la que se salvaron las cartas que Ricardo recibió. Con ese material, Ricardo Lezcano construyó un vibrante volumen de recuerdos que se publicó en 2006, en medio del entusiasmo con el que hizo todas las cosas. Tuvo la ocurrencia de pedirme un prólogo que yo hice con mucho placer y cuyo encargo supuso para mi un honor. He pensado que ahora sería oportuno rescatar esas palabras en su integridad como homenaje del Lezcano que nos acaba de dejar y, cómo no, como recuerdo de los dos hermanos y también de Flora, la mujer de Ricardo, que falleció hace poco más de un año.

Dice así: "Un prólogo es un anticipo y no un resumen ni una reseña. En las páginas que hay más adelante tienen ustedes la sustancia -anecdótica, fundamental, risueña, dramática- de este libro, y lo que me corresponde en este momento es ofrecerles la sensación con la que yo lo dejé para tratar de inducirles a entrar en él con un sentimiento similar al que estas cartas dejaron en mi espíritu. Un prólogo, me parece, es como un diapasón: serán ustedes los que digan, una vez que entren en esta correspondencia de Pedro Lezcano con su hermano Ricardo, si he acertado con el tono de la música que sigue.

Desde la cruz a la fecha, como se decía antes para aludir precisamente a las cartas, este libro representa a Pedro Lezcano. Como es un espejo, toda correspondencia es un espejo, es también Ricardo; a medida que el libro crece, los hermanos van siendo, en las cartas de Pedro, más el mismo hermano, la misma fuerza, el mismo humor, la misma necesidad mutua de entenderse y fortalecerse; desde los titubeos de la juventud hasta los quiebros de la vejez, ambos hermanos, en las palabras de Pedro, van juntándose como si fueran uno solo, impulsados por un espíritu de solidaridad que es también un espíritu de penetrante simpatía, en lo que tiene esta palabra de sentimiento de unión con el otro.

Resalta antes que nada la solidez de la obra. Ricardo, que fue quien recibió las cartas y que ahora las da a la imprenta --¡la imprenta!, ¡qué palabra para Pedro!--, las ha seleccionado con el temblor del hermano pero también con la responsabilidad del biógrafo, y ha construido una autobiografía insólita e impresionante cuyo resumen es el resumen de la vida de un hombre tal como fue: un ser humano de una coherencia sin fisuras que fue haciéndose mientras se hacía la vida en su país, España, y en su tierra, Canarias, y mientras se desarrollaban las vicisitudes políticas y sentimentales que atraviesan su mundo, y el de su hermano, como una cuchilla llena de esperanza y de drama. No hay vaivenes en el tono: al frente había un escritor, y eso hace particularmente sólida esta gavilla impresionante de experiencias que se cuentan siempre con el temblor de lo que acaba de ocurrir.

Nada escapa, en esta correspondencia, a la personalidad de Pedro. Conocí a este Lezcano muy tarde en sus días, después del año 2000, aunque le había visto una vez en un recital lagunero. Era, como decía Salvador de Madariaga, un hombre vertical, inclinado hacia la verdad y hacia la justicia, y en las condiciones en que lo conocí, que no voy a reiterar aquí, mostró esa cara suya tan ejemplar de hombre que es incapaz de callar para que prospere una mentira. Yo le llamaba Don Pedro, y él nunca consiguió que yo le apeara el tratamiento? Había pasado ya el resto de su vida, como quien dice, y estaba animado de un escepticismo radical que le hacía ver las cosas con una indiferencia rabiosa. Sabía que en Canarias las cosas -las políticas, las culturales- no se estaban haciendo bien; y aunque estaba herido sentimentalmente por la inminencia de graves desgracias familiares que están aquí, en esta correspondencia, registradas, tenía tiempo y ganas y disposición de ánimo para decir, en libertad, lo que de veras sentía ante esa deriva que, ay, se ha seguido produciendo en nuestra tierra desnortada?

En aquel momento le hice una entrevista televisiva y tuvimos alguna correspondencia personal y telefónica -cuánto se hubiera perdido si estos dos hermanos se hubieran hablado por teléfono? Y en estos esporádicos cruces de palabras, hondas, en su caso, acaricié la idea de un hombre fiel a sí mismo y a su historia, capaz de una lucidez de hierro -o de piedra, o de agua--, de una claridad que no conocía tregua, a veces también para su desesperación?

En las cartas -qué pena que no estén aquí las respuestas: conociendo a Ricardo, éstas debieron ser tan sabrosas como las de su hermano- Pedro repasa la historia de su familia, tal como se fue haciendo, recuerda con dolor las circunstancias en que murió su madre, es claro e incluso cáustico en otras referencias familiares -su padre, su otro hermano, personas de la literatura, fatuos o simples-, pero en ninguna de esas excursiones por la propia vida se deja llevar por el vuelo raso de las palabras, sino que siempre levanta el ánimo de su pluma para que incluso lo más doméstico alcance esencias literarias que, por otra parte, están siempre presentes en su verso y en su prosa. Usa la palabra y no el veneno, y esa es siempre una diferencia entre el que escribe bien y el que tacha escribiendo.

Aparte de esos periodos domésticos de su literatura epistolar, Pedro hace excursiones verdaderamente prodigiosas por sus aficiones personales, y cuenta con el mismo entusiasmo el hallazgo de un verso que el encuentro peligrosísimo con aquel tiburón que por un tiempo le convirtió en un pescador heroico en las islas Canarias? Para todo ello, para narrar, para contar, pues este libro es un conjunto lúcido de narraciones individuales que al fin, juntas, se leen como una novela, Pedro se sirve de la paciencia del ajedrecista que también fue, y tan destacado? Su relato del campeonato nacional de ajedrez que él organizó en Gran Canaria es una pieza que le descubre, por si hiciera falta, como el hombre de servicio público que latía en su alma de poeta colectivo?

Particularmente minucioso es Pedro en el recuento de sus experiencias como estudiante y después como impresor, ¡y también como amante!, aunque en este último aspecto es indudablemente recatado acaso porque también así fueron las cosas? Pero ese episodio en el que él cuenta cómo hizo que se reencontraran, por su intermedio, dos novios en la parte de atrás de un bar de mala muerte de La Laguna, es un impagable relato en el que el Pedro más divertido alza su copa para reírse del mundo?, o para celebrarlo.

Los episodios finales de la vida de Pedro están aquí, también, narrados con la valentía que fue norma de su vida; sin aspavientos, sin llamarse a sí mismo otra cosa que hombre, pues nunca se ponderó en público ni se vanaglorió en privado de sus glorias, que tuvo muchas, Pedro cuenta el deterioro al que nos va sometiendo la vida como si estuviera luchando en tercera persona, viéndose desde lejos, pero viendo muy de cerca, con dolor, con compromiso, con aquellas lágrimas que yo mismo le vi llorar cuando le entrevisté para televisión, viendo tan de cerca lo que le pasaba a los otros?

Cuando terminas de leer esta correspondencia -y yo lo hice un día de verano, muy temprano, frente al mar de sus islas--, sientes la tentación de levantarte y de darle un abrazo -que no sea muy fuerte, como decía él, al final de sus días, dolorido como estaba por la enfermedad que le produjo un sufrimiento invencible- a este hombre que ha venido de visita dejándonos, como solía hacer en vida, más fuertes, más seguros de que su amistad se produjo siempre como su vida, sin doblez alguna. Ahora sabemos, además, que, en efecto, su mejor amigo se llamó, se llama, Ricardo, que por tantas razones es también su hermano.