"Yo soy modista y diseñador", precisaba Balenciaga. Un discreto homenaje a la mujer por parte del más grande de los creadores españoles, que resume la invisibilidad que ha padecido a lo largo de la historia de la moda, a pesar de ser la artífice de las labores textiles desde el origen de los tiempos.

Desde las primeras recolectoras que empezaron a experimentar con fibras en el paleolítico, hasta las bordadoras e hilanderas medievales o las modistillas que atendían a domicilio el siglo pasado, el mundo de lo textil siempre ha estado en manos de mujeres. Además, la mayor parte de las profesiones inscritas en el mundo de la moda siguen estando desarrolladas por mujeres. Diseñadores como Karl Lagerfeld o Raf Simons, a cargo de las todopoderosas Chanel y Dior, cuentan con un auténtico ejército de costureras que crean, puntada a puntada, los preciosos trajes que suben a la pasarela.

Aun así las cabezas visibles de las firmas suelen ser hombres. "En el mundo de la moda hay tantos hombres como mujeres, pero como en toda actividad económica que implica dinero y poder, los hombres son los que despuntan", explica Magdalena Suárez Ojeda, miembro del Consejo del Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad Complutense de Madrid.

Las razones de esta "invisibilidad" obedece a varias de razones: hasta hace poco las mujeres "estaban relegadas al ámbito doméstico" mientras que las relaciones de poder han estado "tradicionalmente ligadas a lo masculino", detalla Suárez, quien cree que "la realidad es tozuda" a pesar de los muchos avances en materia de igualdad que se han realizado.

Esta experta en política de género fue además parte del jurado del Premio Nacional de Diseño de Moda que se concedió este año a Amaya Arzuaga, una "rara avis" del panorama nacional, que desfila en París y en Madrid, exporta el 80 por ciento de su producción a 37 países, y que es la primera mujer en recibir este premio en España.

Uno de los arquitectónicos y vanguardistas vestidos de la burgalesa forma parte de la exposición del Museo del Traje, expuesto en conjunto con una austera camisola hecha a mano y un vestido de Flora Villareal, una de las modistas que vistió a la alta sociedad española de mediados del siglo y que copiaba entre otros, diseños de Christian Dior -aunque sus clientas aseguraban que su confección era superior a las casas francesas-.

El objetivo de este apartado es mostrar la evolución de la mujer en las labores textiles a lo largo del tiempo, desde la costurera anónima pasando por la diseñadora que comienza a poner su nombre a los diseños, hasta la actual empresaria que controla "todo el proceso de producción", desde la creación hasta las finanzas, señala Lucina LLorente, responsable de textiles del Museo del Traje.

"No hay que olvidar que la costura es el primer trabajo con el que está socialmente aceptado que la mujer salga a trabajar fuera de casa", detalla.

Las habilidades textiles no hace tanto estaban consideradas como "una virtud de la mujer casadera", un oficio heredado de madres a hijas, que cultivaron desde la legendaria Penélope hasta la autoritaria, y más real, Isabel I de Inglaterra, de la que se conservan espectaculares bordados.

Este tipo de actividad típicamente femenina ha legado a la historia de las familias y la artesanía magníficos ajuares de manteles, colchas y juegos de sábanas, que acumulan cientos y cientos de horas de trabajo manual, y de la que se encuentran maravillosos ejemplos en la muestra del museo madrileño.

Un trabajo "infravalorado" por estar desarrollado históricamente por mujeres y que ha relegado la artesanía textil a una categoría de segunda, fuera de los museos, más allá de los especializados en moda, explica.

Pero el futuro se revela en cierto modo "esperanzador", según Suárez Ojeda, las aulas de las principales escuelas de moda están llenas de mujeres, en el caso del ISEM Fashion Business School, de la Universidad de Navarra, el porcentaje se sitúa en un 75 por ciento de mujeres frente al 25 de hombres.