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Cine 'El séptimo hijo'

La gran aventura

La gran aventura

El género de aventuras suele ser grosero por definición. No requiere de personajes perfectamente caracterizados ni, cómo no, de una verosimilitud constante, dentro de todo lo constante que puede ser la verosimilitud en cualquier ficción. Por eso, a El séptimo hijo no se le puede reprochar que está demasiado comprometido con el camino de sus protagonistas y con la diversión que lo dibuja. Al director, Sergey Bodrov, que entiende el género perfectamente, le importan poco los detalles si no son estrictamente necesarios para que la aventura continúe. Esta trata de un caballero viejo (Jeff Bridges) que entrena a un aprendiz (Ben Barnes) para derrotar a una bruja malvada (Julianne Moore), obsesionada por conquistar la Tierra con sus artes oscuras.

La premisa clásica se cumple a rajatabla: hay una meta final que conocemos desde el principio, la ciudadela de la malvada; y hay etapas; y escaramuzas; y ciudades en peligro; y amor clandestino; y? todos los elementos necesarios en una película de este estilo. Además, se pone Jeff Bridges al mando, con su aspecto de cowboy tejano, y la propuesta aumenta su valía. El actor norteamericano ha llegado a un punto de tal solvencia que es capaz de engrandar cualquier proyecto en el que aparezca (pienso ahora en la reciente y fallida RIPD, que tenía un planteamiento parecido a este). Él no sólo conduce a su aprendiz, sino, como en las buenas películas de aventuras, también a los espectadores: mostrándonos las reglas de este nuevo mundo, sus peligros, sus quehaceres o sus secretos. Como últimamente hay una tendencia a que los filmes de este género duren casi tres horas y vayan siempre sobrepasados de minutos, tengo la sensación de que a El séptimo hijo le vendrían bien quince minutos más: quizá lo más flojo del metraje es su resolución. En ella, donde por fin se explica cara a cara la relación entre la bruja y el maestro, se pasa muy por encima una de las bases de la premisa del filme: la relación entre la feminidad (por lo general, malvada con matices bondadosos) y la masculinidad (por lo general, bondadosa con matices malvados), que están interrelacionadísimas y que son el motor del que saca la energía la trama. En ese final embarullado se deslavaza un poco la propuesta de Bodrov pero ni este déficit es capaz de quitar el excelente sabor de boca.

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