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Cine 'Suite francesa'

Amor en tiempos de guerra

Amor en tiempos de guerra

Después de La duquesa (2008), y sin abandonar su habitual estilo de hacer cine, Saul Dibb nos brinda un nuevo drama histórico en Suite francesa, cuya más destacable novedad es la de trasladar a la pantalla el best-seller de la escritora francesa de origen ucraniano Irène Némirowsky, una de las primeras víctimas de las leyes antisemitas promulgadas en 1940 por el gobierno de Vichy. Némirowsky había terminado únicamente las dos primeras partes de Suite francesa cuando fue arrestada por su origen judío y deportada a Auschwitz, donde murió en 1942, sin llegar a saber que sesenta y dos años después su novela, imbuida de un claro componente autobiográfico, ganaría en 2004 el Premio Renaudot, convirtiéndose así en la primera obra póstuma en obtenerlo.

Ambientada en la ocupación alemana en Francia durante la Segunda Guerra Mundial, Suite francesa narra las peripecias y penurias de Lucille Angellier (Michelle Williams), una campesina francesa que, mientras aguarda noticias de su marido y a espaldas de su suegra (Kristin Scott Thomas), acaba enamorándose de Bruno (Matthias Schoenaerts), un oficial alemán que se aloja en casa con ellas. Lucile intenta en un principio ignorar a Bruno, pero poco a poco el amor acabará por abrirse camino entre los dos, por muy poderosas que sean las fuerzas que se opongan.

No es Suite francesa una película que proponga nada original, porque el cine ha explotado con asiduidad el tema de los amores disímiles, desde Romeo y Julieta a Titanic. Si bien posee los ingredientes básicos para que funcione como es debido dentro del género, es decir, como un drama romántico, no consigue salir adelante porque nada en diferentes direcciones y no logra ganar ninguna orilla. El drama se escapa y el romanticismo no llega a calar hondo en los espectadores; todo el conjunto resulta frío, distante y bastante aséptico, aunque hay que reconocerle una gran belleza.

Dicho esto, hay que decir también que Suite francesa no deja de tener sus aciertos, si bien Dibb no se ha roto la mollera. Los planos, bonitos, son más o menos los esperados en toda producción histórica que se precie. Resuelta, eso sí, con muchos comodines. Uno de ellos se llama Michelle Williams. Su interpretación no sólo no admite ningún reproche, sino que su papel parece hecho a sus medida, como el de la inolvidable Marilyn Monroe en Mi semana con Marilyn. Se diría que Williams se presenta a todos los castings acompañada de un sastre. A Matthias Schoenaerts tampoco le han faltado sastres en la película. Por eso no sorprende que se lo rifen todos los directores. Lo podremos ver pronto en Lejos del mundanal ruido, de Thomas Vitenberg, y en La chica danesa, de Tom Hooper.

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