Carlos Pinto Grote era un grande de las letras canarias y una figura clave en la Cultura de La Laguna, así, con mayúscula, como a él le gustaba. El poeta y psiquiatra jubilado, publicó decenas de poemas y seis libros en prosa, y obtuvo en 1991 el Premio Canarias de Literatura, además de ser nombrado hijo predilecto de La Laguna. Daniel Duque, uno de los grandes amigos del poeta, destacó para este periódico que se trataba de "un hombre muy honesto, un libre pensador alejado de las modas y de la prensa". "Carlos no acababa de encajar en este sociedad, que no lo entendía y lo desaprovechaba", comenta el escritor e intelectual, quien sentencia que "era extraordinario, una persona de la cultura de verdad".

Pinto Grote obtuvo en 2010 el título de hijo adoptivo de Santa Cruz de Tenerife, donde vivió entre 1936 y 1956 y a la que le dedicó numerosos relatos en los que describía sus olores y rincones más pintorescos, como la Plaza del Príncipe. El poeta también recibió la Medalla de Honor de la Universidad Menéndez Pelayo. Entre otros, ganó el Premio Pedro García Cabrera de Poesía y el Premio Ciudad de La Laguna de Poesía. También fue presidente del Círculo de Amistad XII de Enero y encabezó al sección de Literatura del Círculo de Bellas Artes de Tenerife, ubicado en la capital.

Uno de sus poemas más conocidos del prolijo autor es Llamarme guanche, que escribió como desahogo y respuesta ante la actitud de ciertos peninsulares con los que se topó, que miraban a los canarios como a inferiores. Tanto gustaron estos versos que el grupo folclórico también lagunero Los Sabandeños lo musicalizó.

Psiquiatra

Su profesión era la de médico especialista en Psiquiatría, Anestesiología y Reanimación, pero su devoción por la literatura lo convirtió en uno de los autores más importantes de la cultura canaria.

Así, publicó sus primeros poemas en la revista Mensaje, que dirigió su padre, el también poeta Pedro Pinto de la Rosa. Actualmente estaba jubilado y escribía de vez en cuando, siempre a mano y de pie.

Por la casa de Pinto Grote pasaron cientos de personas, muchos de los cuales son ahora grandes intelectuales y escritores. Allí se celebraban las Tertulias del Horno, llamadas así por el poeta José Quintana. A su amigo Alberto Pizarro fue a uno a los que le abrió esa puerta "hace ya más de 50 años", recordó ayer el poeta durante el luto. Hace unos años volvió a aparecer otra reunión similar en La Laguna, esta vez de la mano de Daniel Duque, que recuperó la Tertulia de Nava siendo Pinto Grote uno de sus fervientes contertulios.

Este amante de la cultura se confesaba republicano y así lo demuestra la anécdota que contó ayer a este periódico el escritor Agustín Díaz Pacheco. "Hace unos años, en el Ateneo de La Laguna, le regalé un pin con la bandera republicana", cuenta el lagunero. "A él le encantó y me pidió que se lo pusiera enseguida", recuerda sonriente el escritor, que ayer acudió al velatorio.

Cuando recibió el título de hijo adoptivo de Santa Cruz lo hizo de una forma muy humilde y sentenció su discurso con una frase que conmovió a los presentes y reduce su labor en esta vida que ayer se le escapó: "Me he limitado a hacer lo bueno, decir lo justo y contemplar lo bello"