La fiscal decana de la Fiscalía del Menor de Las Palmas, Montserrat García Ramos, señaló ayer que "cada vez hay más padres que denuncian a sus hijos". La experta hizo esta aseveración durante su intervención en las I Jornadas de Criminología de Las Palmas de Gran Canaria, organizadas por Ralons Fundación en el Paraninfo de la ULPGC bajo el epígrafe de Menores víctimas y verdugos.

García Ramos intervino junto al psicólogo y comisario del Cuerpo Nacional de Policía, Jesús García Aller; el jefe del Servicio de Patología Forense del Instituto de Medicina Legal de Las Palmas, Javier Tapia, y la doctora en Derecho por la Universidad de Las Palmas Emilia María Santana Ramos. La fiscal centró gran parte de su intervención en la violencia intrafamiliar y subrayó que en los últimos dos años se ha incrementado el número de casos ya que los padres se atreven a formalizar estas denuncias y tienen una mayor confianza en el trabajo en el ámbito social.

"No hay día en que no aparezca un menor denunciado por amenazas, coacciones, maltratos...", recordó. Según la experta, este joven necesita una respuesta inmediata en la ejecución de las medidas para poder aprender, y afirmó que suelen ser menores narcisistas, ególatras, que no tienen un respeto al principio de autoridad de quien tiene una responsabilidad.

García Ramos también habló del bullying, y recordó que "la gente suele entenderlo como un episodio gravísimo en el que se humilla al menor de forma espantosa, pero puede estar constituido por un solo acto en el que se considera humillada, o actos aislados, como insultos o amenazas, risas, etc. que son percibidos por la víctima como un ataque directo a su dignidad".

La experta recordó que una de las características esenciales de los jóvenes que acuden a fiscalía es esa sensación de que tienen una cierta impunidad, pero se les informa de sus derechos y de que sus actos van a tener consecuencias. "El menor no deja de tener cierto grado de responsabilidad", dijo. "Pero lo característico de los menores es que nunca se anticipan a las consecuencias de sus actos, por lo que han de responsabilizarse de los mismos".

Para la experta, los informes de los educadores son esenciales porque recogen sus circunstancias personales y "nos ayuda a saber qué circunstancias requieren una mayor intervención". Según la fiscal, las circunstancias que rodean al menor tienen una influencia mayor que en el adulto, porque está en un proceso de maduración de las responsabilidades.

Pero el menor puede distinguir entre el bien y el mal, y tiene una capacidad de decisión y discernimiento, y por eso tiene esa responsabilidad penal. Y el castigo es una medida judicial. De este modo, si en el adulto la sanción tiene un carácter punitivo, en el menor la flexibilidad de la ley permite una mayor intervención.

García Ramos recordó que más del 80 % de los menores que acuden a la sección de menores reúnen un mismo patrón que se caracteriza en términos generales por familias desectructuradas, vinculación a grupos de riesgo, absentismo, bajo rendimiento académico, dificultad en el control de impulsos, consumo abusivo de tóxicos, trastorno de conducta, e incluso TDH. "Si se interviene a través de la prevención, disminuyendo estos factores, estos jóvenes tendrían menos probabilidades en la comisión de un delito", añadió.

Educación como socialización

Por su parte, Jesús García Aller recordó que "los menores necesitan educarse, entendiendo la educación como socialización y conseguir adultos que no vayan a desentonar en una sociedad normal, que no sean inadaptados, y que sean válidos". El psicólogo recordó que los menores necesitan aprender de la tolerancia y la frustración, aprender del principio de autoridad, y habilidades sociales, que tienen que dárselos los educadores. "Corregir a los menores con los castigos físicos no va a ninguna parte", añadió. "La simple reprobación o la riña es suficiente, y el menor tiene que saberlo desde pequeño para que vaya viendo ese tipo de comportamientos como naturales". Según García Aller, cuando se recurre al castigo físico es que se ha fracasado en los otros.

El experto recordó ayer que la violencia en cualquier persona es hija de la frustración. "El ser humano tiene unas necesidades básicas que satisfacer. Y cuando se la frustran reacciona con agresividad. La cultura y la educación tienen que atemperarlo para que reaccione correctamente". El objetivo consiste en "ir tolerando la frustración, porque uno no puede tener lo que quiere siempre que quiere. Y una persona que aprende eso es un adulto bien adaptado". El caso del violento, sin embargo, es "el de una persona que no ha aprendido a controlar. Que tiene un déficit en cuanto al control de impulsos", finalizó el psicólogo.