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Historia

Drácula oxigena la economía rumana

Se alquilan habitaciones para pasar el Día de Todos los Santos en un ataúd en el Castillo de Bran

Drácula oxigena la economía rumana ENRIQUE SANCHO

Si usted quiere disfrutar de unas vacaciones terroríficas con la adrenalina por las nubes, acostado en un ataúd del Castillo de Drácula, no lo dude y contribuya a impulsar el incipiente turismo rumano que quiere aprender de la exitosa experiencia española, ofreciendo un recorrido plagado de guiños macabros a Vlad Draculea (1431-1476), hijo de un miembro de la orden del dragón, creada para proteger el cristianismo, un luchador volcánico, impredecible y despiadado que se enfrentó rodeado de su leal Guardia Moldava para evitar pagar tributos tanto a los musulmanes otomanos como a los cristianos. Tenía además la manía de ensartar en estacas a sus enemigos.

Vlad Tepes III, el Empalador, príncipe durante seis años de Valaquia, el sur de la Rumanía de hoy, es sobre todo un héroe nacional para los rumanos que alimentan la leyenda de un ortodoxo, fallecido como un firme católico aliado del Papa Pío II cuando en 1459 llamó a una cruzada contra los turcos que avanzaban desde Constantinopla hacia el oeste de Europa.

La historia de Drácula, el vampiro creado por Bram Stoker inspirado en el Empalador, revive cada año con la celebración del Día de Todos los Santos y Rumanía ofrece ahora la posibilidad de dormir en ataúdes en el Castillo de Bran que la imaginación del escritor irlandés atribuyó al vampiro pero en el que nunca vivió Tepes, dueño de la fortaleza de Poenari, un hombre de nariz aguileña, pómulos sobresalientes, bigote y pelo ensortijado que nació en noviembre de 1431 en Shigisoara, una localidad valaca entonces y hoy, transilvana.

A 30 kilómetros al sur de Brasov, capital turística del esquí en Rumanía, y justo en la frontera entre Valaquia y Transilvania se levanta el Castillo de Bran que inmortalizó Stoker, quien tampoco estuvo nunca en esta región que el cine ha convertido en plató para reproducir las numerosas versiones del Conde Drácula. La fortaleza medieval enclavada en un montículo y rodeada de espesos bosques y altísimas montañas era la morada perfecta para situar la leyenda de un hombre tan seductor como mortífero, amante de la sangre que succionaba con sus afilados colmillos y alérgico a la luz del sol que le obligaba a pasar los días en su ataúd.

El Castillo de Bran fue residencia de verano desde 1920 de la Reina María de Rumanía que lo transmitió a su hija Elena. Confiscado tras la II Guerra Mundial por los comunistas de Ceausescu, se transformó después de la revolución rumana de 1989 en destino turístico y en 2006 regresó a manos del hijo de la Princesa Elena, Dominico de Austria-Toscana, quien trata de venderlo por 50 millones de euros. La única oferta seria de compra le llegó al Habsburgo hace unos años del magnate ruso Román Abramóvich pero la operación se frustró en el último momento y la fortaleza se vende ahora como destino terrorífico durante noviembre para parejas adictas a la adrenalina del miedo.

En la invención de su Conde Drácula, Stoker bebió de las despiadadas historias de el Empalador que residió en el castillo de Poenari, una construcción hoy en ruinas en el centro-meridional de Rumanía que se alza sobre un acantilado al margen derecho de la sinuosa carretera de Transfagarasan. Es una vía de 90 kilómetros que recorre de norte a sur los picos más altos del sur de los Cárpatos para conectar Transilvania y Valaquia y pasar por las ciudades de Pitesti y Sibiu, la antigua capital de Transilvania fundada por colonos sajones en el siglo XII.

Pero el novelista irlandés tuvo que desplazarse imaginariamente a 400 kilómetros de Shigisoara para encontrar otra sanguinaria fuente de inspiración: el macabro rastro de Isabel Báthory (1560-1614), la cruel condesa sangrienta de origen transilvano que obsesionada con conservar su belleza asesinó a más de 60 jóvenes para beber su sangre.

Sighisoara, ciudad natal del héroe Vlad Tepes, mantiene las características de una pequeña ciudad medieval fortificada y vive, cómo no, del recuerdo de su príncipe de Valaquia mientras las autoridades rumanas tratan de impulsar nuevos atractivos para el despegue de su turismo con la vista en la experiencia española.

"Queremos dar un paso adelante, reconocer lo que se ha hecho mal y apostar por un turismo de calidad", proclamó en una declaración de intenciones Costin Grigore Borc, ministro de Economía rumano, en la última reunión de la Organización Mundial de Turismo celebrada en Bucarest, donde el modelo español fue estudiado con atención para lanzar una industria que ya mueve a más de 1.000 millones de turistas internacionales al año.

En Brasov, la ciudad-mártir por la participación de sus habitantes en la revolución de 1989 que acabó con el dictador Ceausescu, los guías muestran orgullosos el Bastión de los Tejedores que expone las armas de la Edad Media, y la Iglesia Negra, construida por los sajones transilvanos en 1380 e incendiada por los invasores austriacos en 1689.

Al llegar a Bucarest vuelve a emerger la figura del Empalador, fallecido en 1476 en la entonces capital valaca y hoy, capital rumana. Su imponente Palacio del Parlamento construido por Ceausescu, es el segundo edificio público más grande del mundo después del Pentágono de Washington. La capital acoge a dos millones de personas que asisten impotentes a la diáspora de sus compatriotas en busca de un mundo mejor en otros lugares, entre ellos España, tras haber sido incapaces de consolidar un progreso que comenzó en 1989 con la muerte del dictador, al que culpan de la mala fama de los rumanos en el exterior por haber dado la nacionalidad a los gitanos que llegaron de la India en varias oleadas a este país de 20 millones de habitantes, uno de los más pobres de la Unión Europea, fronterizo con Hungría, Serbia, Ucrania, Moldavia y Bulgaria.

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